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OPINIÓN - VIERNES, 28 DE DICIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Álvaro Pérez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Durante los treinta años que llevo residiendo en Ceuta, jamás se me ocurrió relacionarme con los entrenadores de fútbol que fueron pasando por la ciudad. Con algunos hablé lo sucinto. Y fue así porque me fueron presentados por coincidir en los sitios más frecuentados de esta tierra. Pero de ahí no pasé.

Tomé esa decisión con el fin de evitar que surgiera la amistad y ésta me indujera a sentirme coartado para poder opinar sobre el equipo en general y de ellos, en particular. Pues la confianza genera impedimento para analizar actuaciones de las personas con las que uno simpatiza.

En ocasiones, hube incluso de arriesgarme a ser tachado de insociable por parte de entrenadores que sabían que yo había formado parte de la profesión durante muchos años. Y hasta los hubo que se habían enfrentado a equipos dirigidos por mí y otros habían estado a mis órdenes cuando eran jugadores. Aun así, seguí en mis trece: que era la de mantenerme a distancia de los entrenadores del primer equipo de la ciudad. Rafael Alcaide Crespín, conocido popularmente como Crispi, trató de intimar conmigo. Ya que nos conocíamos desde los años setenta. Pero pronto hice todo lo posible por evitar el acercamiento.

Con el transcurrir de los años, y debido al interés de un buen amigo, decidí relacionarme con Goicoechea, como nunca antes lo había hecho con ningún otro técnico, y pronto me di cuenta de que estaba metiendo la pata. Así que un buen día corté por lo sano el participar en sobremesas con él. En sobremesas o bien tomando la copa de la amistad. Ya que hay profesionales que piden consejos y cuando se los facilita, lo primero que debes hacer es rezar para no acertar; pues como aciertes, nunca más te librarás de la ojeriza de los fulanos.

Cuando Goicoechea cogió carretera y manta, es decir, tras salir de naja de la ciudad, jamás volví yo a poner los pies en el Murube. Como espectador, quiero decir. Y, desde luego, debo confesarles que, durante veintitantos años, solamente una vez he visitado las instalaciones del estadio. Y me prometí, ese día, no volver más, siempre y cuando no me vea obligado por causa mayor.

Últimamente, sin embargo, mantengo buenas relaciones con Álvaro Pérez: tipo afable, educado, y buen conversador, el canario se hace apreciar en cuanto uno cruza con él los primeros saludos. Con el actual entrenador del Ceuta, a pesar de haber estado aquí otras temporadas, nunca hasta ahora había hablado yo. Cierto es que mis charlas con él están exentas de ese peligro que encierra el que yo tuviera que opinar de sus planteamientos y demás cuestiones al respecto. Entonces, posiblemente, mis relaciones no podrían ser las mismas. Incluso cuento con la enorme ventaja de que ni siquiera he visto jugar a su equipo.

El sábado pasado, me di una vuelta por el Hotel Tryp y allí estaba Álvaro Pérez dispuesto a comer para irse rápidamente al Murube, con el fin de dirigir a su equipo frente al Portuense. Me senté a su mesa y aprecié en él unos deseos enormes de conseguir logros con el Ceuta. Y hasta hizo acto de presencia la anécdota: le di a la copa de vino sin querer y el pantalón de Álvaro se manchó de tinto. Inmediatamente vaticiné lo siguiente: la mancha de tinto se va a traducir en cuatro goles a favor de tu equipo. En cuanto regrese el canario, habrá de invitarme a comer. Por haber emulado yo, con éxito, a Acisclo Karag. Mago de los pronósticos.
 

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