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OPINIÓN - DOMINGO, 30 DE DICIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

No vale todo…
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Creo haber dicho ya -pero voy a repetirlo por si alguien no lo sabe-, que, últimamente, suelo apagar el televisor en cuanto aparece Mariano Rajoy en la pantalla. Y lo hago para que sus palabras no quebranten mi salud. Ya que a ciertas edades uno ya no está para soportar discursos de individuo alguno, anunciando desgracias, acompañadas de lágrimas de cocodrilo.

Se me hace imposible, y creo que lo mismo les pasará a muchísimas personas, a innumerables personas, prestarle atención a alguien, aunque éste alguien sea el presidente del Gobierno de España, cuando, en el colmo de la hipocresía y falta de sinceridad, finge desconcierto, lamentaciones y demás expresiones de congoja, a fin de mover a compasión. Y así lograr con más facilidad hacer el mayor número de miserables entre los más débiles.

Los más débiles están ya de Rajoy hasta los huevos. Después de su comparecencia en la televisión. Lo cual no me extraña, tras haber leído lo que ha dicho para justificar las decisiones que ha tomado durante el año que lleva habitando en El Palacio de la Moncloa.

En principio, convendría que Arriola, asesor privilegiado de don Mariano, le dijera a éste que ya va siendo hora de que se olvide de Zapatero y de cuando los socialistas gobernaban. Porque da grima oírle decir, al presidente, con insistencia de mameluco, que él desconocía el tamaño de la crisis que le esperaba. Cuando su partido gobernaba en varias autonomías y en las cajas de ahorros intervenidas.

Hay que recordarle a Rajoy que ya va siendo hora de que reconozca que siempre tuvo en mente poner en práctica la máxima de Tierno Galván: “Las promesas electorales se hacen para no cumplirlas”. Que es lo que ha venido haciendo desde que tomó posesión de su cargo. Y, por tanto, no debería sorprenderse cuando le tildan de mentiroso compulsivo.

Las medidas que ha tomado el Gobierno de España, en cuanto a recortes y demás cuestiones relativas a combatir el déficit, son draconianas. Y, como muestra, ahí está el botón de seis millones de parados y los centros sociales atiborrados de personas que buscan desesperadamente el cuenco de sopa caliente y un bollo de pan.

Con lo cual España tiene todas las trazas de volver a ser aquel país del siglo XVII -por poner un ejemplo-: ruinoso, corrupto, decadente, miserable. Un país donde se les pide a los pobres que soporten estoicamente las necesidades y que se aguanten con las medidas tomadas que serán la alegría del mañana. Encima, con la que está cayendo, se nos dice que las desgracias actuales hay que aceptarlas con resignación cristiana. Y hasta puede que un día seamos considerados mártires.

Mártires no. Pero como benditos sí tendrían que ser mencionados todos esos padres que comparten su pasable bienestar, ganado con enormes sacrificios durante su vida laboral, con los hijos que se encuentran sin dinero para poder poner la olla diaria. Lo cual no deja de ser una auténtica vergüenza en el siglo XXI.

Un siglo, recién empezado, donde la corrupción impera por doquier. Y hasta un juez de Barcelona se permite el lujo de no querer indagar en cómo la familia Pujol se ha hecho con una fortuna de aquí te espero. Mientras Rajoy, con lágrimas de cocodrilo, nos dice que, si 2012 ha sido un año horrible, en el 2013 nos vamos a enterar de lo que vale un peine. Y se queda tan pancho. O sea.
 

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