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OPINIÓN - VIERNES, 11 DE ENERO DE 2013

 
OPINIÓN / LA DIANA

Viento del Este viento del Oeste

Por Jauma


Vivimos cada día sometidos a la caprichosa voluntad de los vientos dominantes, desde la humedad hasta la luz, desde nuestro ánimo hasta el pan que compramos a diario, todo está sometido a algo tan efímero y voluble como la dirección en que sopla el viento. Es tan así que consideramos normal que nuestro carácter se vea afectado, que nuestra forma de ver el mundo sea particular.

El levante significa una cosa, el poniente otra, algo que a primera vista resulta difícil de explicar a los no iniciados, supone una forma de vivir ajena a los ciclos normales en otras latitudes de calor y frio. Ello tiene, como no, sus consecuencias, hace de nosotros gente que acepta con normalidad que todo sea relativo, que las cosas cambian con facilidad, como el viento, aunque ello no quiere decir que de verdad sea así.

Tomemos el socorrido ejemplo de la política, sin minusvalorar a nadie, vivimos tiempos complicados y vemos cómo las personas que se dedican a ello están, más que nunca sometidos a la variabilidad de decisiones en ocasiones contrapuestas, con cambios de rumbo súbitos, poco o nada justificados y dependientes de factores no determinantes.

Cada vez más se entiende como un ejercicio de supervivencia que como una noble actividad vocacional con fines sociales, en los que debería primar la intención de mejorar a través de un corpus de ideas o peor aun de ideales, que nos marcan el camino que nos lleva hacia el futuro. En lugar de eso, el pragmatismo o peor aun el dogmatismo, o aun peor el discurso vacío se adueña de las formas y del fondo, para llevarnos de un lugar común a otro, sin avanzar. Y no se trata de los que ocupan el poder, al fin y al cabo es coyuntural, se trata en general de una manera poco adecuada de llevar los ideales que nos impulsan.

Todo se resume en derribar al contrario, poco importa que tenga o no razón, da igual si lo que hace es correcto o no, se trata de mantenerse en el candelero y si para eso hay que denostar lo que sea aunque esté bien hecho, no hay problema, se hace.

Cabría preguntarse por los límites, pero no se vislumbran por ningún lado, todo es admisible con tal de hacerse visibles y que están ahí para defender la voluntad popular, poco importa que ello sea o no verdad, todo es cuestión de arrogársela.

Si desde la trinchera de los que gobiernan intentan contemporizar, son unos pusilánimes, sin pretender imponer sus ideas unos dictadores, si ceden a la negociación unos blandos. Da exactamente igual lo que hagan, siempre lo harán mal a los ojos de los opositores, sin ni siquiera la obligación moral de aportar contramedidas eficaces.

Lo vemos a diario, ahora con la nueva vicepresidencia en la sombra, es cuando más terrible resulta todo esto, le dan campo para que participe en el juego, capacidad de decisión sin restarle capacidad de crítica, sin embargo siguen soportando la justiciera denuncia diaria de lo que sea, a eso se le llama crear un monstruo. El andamiaje básico que soporta la democracia es el sufragio universal, libre y secreto, y desde el momento en que se conforman las mayorías, están deben asumir la responsabilidad de gobernar, para lo bueno y para lo malo, tomando decisiones y procurando llevar a cabo un programa electoral, sin por ello dejar de estar sometido a la tutela y control de la oposición. Hasta aquí es sencillo.

¿Pero que pasa cuando se hace dejación de funciones, cuando no se cumple con el pacto sellado con los electores por el cual reciben votos en señal de confianza en las propuestas y en la capacidad para llevarlas a la práctica?

Pues pasa que en la siguiente ocasión los defraudados electores pasan factura. Y es más fácil explicar determinados incumplimientos programáticos que explicar actuaciones por las que se cede a la singular idea de que la suma de opuestos es posible, pero no lo es, no puede serlo nunca y ello solo lleva al descredito.

Sin contar con la leve sonrisa que se lee en los labios de aquellos que aprovechan la ocasión, sin rubor, para desde la oposición, sin mancharse, sin desgastarse, sin tomar decisiones que los señalen con el dedo, se permiten marcar el rumbo de los que sí tienen la responsabilidad final.

Las preguntas, en última instancia, son quien es más culpable, quien debe pagar por los errores ajenos y los propios, quien debería plantearse si no es mejor solo que en mala compañía, quien está legitimado para ejercer y quien no.
 

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