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OPINIÓN - DOMINGO, 17 DE FEBRERO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Opiniones sabatinas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los sábados disfruto de lo lindo en la calle. Desde las dos hasta las cinco de la tarde me lo paso bomba entre amigos y conocidos. Mi primera visita ha sido al Bar El Mentidero. Y debo decir cuanto antes que estaba abarrotado. Así que lo primero que hago es felicitar a Jesús Álvarez, propietario de un establecimiento que se pone a tente bonete. Locución cordobesa que significa lleno a más no poder.

Comparto mesa y mantel con las mismas personas de todos los fines de semana. Y conversamos de cuanto nos apetece. Conversar no es lo mismo que escuchar sermones o atender voces de mando. Sólo se conversa –sobre todo, sólo se discute- entre iguales. En cuanto hay quien trata de imponer su jerarquía la charla se viene abajo. Se derrumba en un amén.

Conviene decir cuanto antes que todas las opiniones no son iguales. Por más que todas tengan pretensiones de verdad. Verdad que debe ser argumentada. También es cierto que no hay verdades absolutas. Puesto que están sometidas a los vaivenes de la vida. Hoy ha nos ha tocado hablar de la Falange. Y créanme que no me acuerdo por qué ha sido a relucir.

Lo que sí sé es lo que he dicho al respecto de un partido político cuya trayectoria induce a error. Quizá porque su pasado estuvo sometido a errores que pagaron con creces. La Falange fue un partido de la clase media baja española. Desde 1840 hasta 1920 ésta fue la clase más descontenta de España, y con un programa drástico se convirtió en la defensora de las políticamente no educadas clases trabajadoras. Pero pronto tuvieron problemas que no supieron solucionar.

-¿A qué te refieres? -me pregunta uno de los contertulios.

Cuando las clases trabajadoras empezaron a formar sindicatos y partidos políticos propios, la clase media baja se quedó aislada. El liberalismo había muerto ya por aquel entonces en el estancamiento de la política parlamentaria, de modo que cuando empezó a desarrollarse la amenaza del socialismo revolucionario, la clase media baja adoptó apresuradamente un programa prestado de Italia y Alemania, cuyo principal mérito era que prometía darles rápidamente el poder.

-Vamos a ver, interviene otro de los presentes en la tertulia, ¿quieres decir que la Falange no nació para apoyar los intereses de los terratenientes y capitalistas?

-Sí; quiero decir eso. Es más, la Falange nació con la idea de ser un partido genuinamente revolucionario, tanto anticapitalista como anticlerical. Su tragedia fue que no consiguió el poder. Y el partido se halló prisionero de los terratenientes, del Ejército y la Iglesia, y así fue incapaz de llevar adelante ninguna de las reformas que deseaba obtener y que había impartido con ríos de sangre.

De modo que tras la guerra civil, la desilusión cundió entre sus mandos, los cuales entre desilusionados y cínicos, vieron como muchos aprovechados entraron en el partido tarde y por razones puramente personales y consintieron en ser arrastrados por la ola general del estraperlo y la corrupción causada por la inflación. Muchos falangistas, acabaron sufriendo de mala conciencia, y su amargura les condujo a vivir defensivamente. Porque cometieron errores de bulto en una guerra y posguerras absurdas. Ni que decir tiene que no todos los participantes en la conversación estuvieron de acuerdo con lo expuesto por mí. Pero tampoco es menos cierto que todos conocieron un lado de la historia que desconocían.
 

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