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OPINIÓN - MARTES, 12 DE MARZO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Me puede la alegría
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los poderes públicos han dado siempre muestras de protegerse más a sí mismos que a la sociedad, a la que deberían servir siempre. Por tal motivo, gobernar no consiste en resolver problemas, sino en hacer callar a quienes los plantean. Los que se expresaron así, conocían sobradamente de lo que hablaban porque ellos formaban parte de ese entramado oscuro que es la política.

La política es como patinar sobre ruedas. Se va en parte a donde se desea, y en parte a donde le llevan a uno esos malditos patines. Y créanme que no tengo ni zorra idea de quién se sacó esta cita de la sesera. De saberlo, no tendría el menor inconveniente en escribir su nombre. Más bien por miedo a que se descubra que no es de mi cosecha intelectual y pidan mi dimisión de este espacio. Que aquí el que no corre vuela.

Patinando parece ser que irán dos afamados políticos del PP al Palacio de La Moncloa a tratar por todos los medios de convencer a Mariano Rajoy de que mejore sus relaciones con Luis Bárcenas. Con el fin de hacer callar a quien está poniendo en peligro la estabilidad del Gobierno y del gran partido que lo sustenta.

Los nombres de los mediadores son los que tenían que ser: Javier Arenas y José María Michavila. Del primero, qué decir que ustedes ya no sepan. Del segundo, les recordaré que fue ministro de Justicia y muy amigo de los Aznar. Con lo cual poco más se puede añadir. Pareja ideal, en todos los sentidos, para hacer posible que el milagro del entendimiento se produzca entre las partes enfrentadas y hasta que sea a la par que, desde el Vaticano, el cardenal protodiácono nos diga Habemus Papam.

A ver quién sería capaz, entonces, de no ver la mano del Espíritu Santo en semejante reconciliación. ¡Qué hermoso sería que el presidente del Gobierno y el extesorero del PP hicieran las paces precisamente en el momento en el cual la Iglesia hubiera resuelto el nombre del sucesor de Benedicto XVI! ¡Qué emoción!

Es lunes, cuando escribo, y me puede la alegría porque, al fin, el primer equipo de fútbol de Ceuta ha ganado fuera de la tierra y se ha situado a nada y menos del primer clasificado del Grupo X de Tercera División; pues bien, semejante estado de satisfacción no tendría parangón con el que me ocasionaría ver en los telediarios la llegada de Bárcenas a La Moncloa, escoltado por Arenas y Michavila, mientras el presidente lo espera en la escalinata con los brazos tendidos para darle el abrazo de la amistad que nunca debió perderse entre el alpinista onubense y don Mariano.

Momento inolvidable para mí, porque, siendo como soy septuagenario avanzado, mucho me temo que no me sería posible asistir a otro acto de tan suma importancia para el discurrir de la vida española. Sobre todo de la vida política española. Un acto trascendental en todos los aspectos para poner remedio a la corrupción. Intentaré explicarme.

Si los patinadores, es decir, Arenas y Michavila, consiguen que Rajoy reciba a Bárcenas en La Moncloa, como así se ha publicado, los ciudadanos tienen todo el derecho a creer que de ese encuentro saldría fortalecido el presidente diciendo cómo el tesorero, en un acto que le honra, ha prometido devolver los millones de euros obtenidos por arte de birlibirloque. Y que a partir de ahora vivirá con lo indispensable: es decir, con lo que ha ganado como tesorero. Y pelillos a la mar.

Rehabilitado Luis Bárcenas, se acabó el drama popular. Y no nos cabe más que gritar todos al unísono: ¡Viva el vino!
 

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