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OPINIÓN - DOMINGO, 17 DE MARZO DE 2013

 
OPINIÓN / ANALISIS

Las manifestaciones en Ceuta:
entre indiferencia y depresión

Por Ramiro T.


El poder de la reivindicación en Ceuta no está en la calle. Es obvio que la gente no se echa con el arrojo y decisión que se hace en otros lugares de nuestro país. Desde aquí reclamamos igualdad y nosotros la rompemos. Demandamos solidaridad y carecemos de ella con otros compatriotas. Hablamos de sentimiento patriótico y de que no hay que “romper” España, cuando somos los primeros en desmarcarnos de un sentimiento de repulsa generalizado. No nos manifestamos y buscamos que sean otros los que tiren del carro. Como decía Blas de Otero “que inventen otros” y, en este caso, “que se manifiesten otros. Un comportamiento que, traducido al lenguaje psicológico supone delegación de responsabilidad para que el prójimo de los pasos que nosotros no damos y que nos resuelvan los problemas que nosotros no somos capaces de afrontar con nuestra presencia.

Las connotaciones de la última manifestación del domingo pasado, contra los “recortes”, el paro y la corrupción es sorprendente. En un país con 6 millones de parados y en una Ceuta con casi 13.000, aquí apenas se mueve nadie. Los 2.300 funcionarios de la Administración local y los de la Administración General del Estado, parecen no inmutarse pese a la pérdida de la paga extraordinaria de diciembre y otros recortes mensuales junto a la subida del IRPF.

En Ceuta tenemos una especial fibra de indiferencia y ni tan siquiera para protestar por la subida del billete del barco somos capaces de plantear con firmeza una protesta en condiciones. Se “pasa” de todo y por todo. Y así nos va: a mediodía del viernes aún hay mucha gente que emprende viaje de fin de semana a la península y, desde el sábado por la tarde, la ciudad parece un cementerio, con cafeterías y comercios cerrados, pese a esa pretendida vocación de ciudad de compras y con vocación turística.

Somos la contradicción permanente hecha realidad. Decimos una cosa y hacemos la contraria. Una ciudad donde las críticas y las “rajadas” se acostumbran a hacer en las tertulias entre amiguetes, en las barras de los bares o en círculos íntimos y no en los foros adecuados. En realidad, bien puede decirse que no es una ciudad de valientes, de sentido reivindicativo, de cultura de la protesta.

Se diría que los problemas de otras regiones españolas aquí no lo son. O no parecen serlo. Y hay tal sentimiento de tolerancia, de masoquismo o de indiferencia, que parece mirarse para otro lado cuando sufrimos las mismas situaciones que en el resto de España, donde se hace valer un sentimiento de disconformidad que aquí no parece existir.

Debe ser que en el estrecho se rompen tantas cosas…O puede que, los líderes sindicales, de tanto permanecer en el cargo, llevan su carácter vitalicio a la indiferencia del personal o a no indentificarse con sus proclamas, que todo pudiera ser. La invisiblidad de los problemas en Ceuta, la ausencia de manifestantes pase lo que pase, el silencio de una inmensa mayoría, tiene muchas lecturas: desde el conformismo a la indiferencia, pasando por el hastío y continuando por el resquemor sobre posibles represalias. Decía un alcalde muy polémico de este pueblo que “el hombre más peligroso es el que no tiene nada que perder” porque se la juega a todo o a nada y, visto lo visto, aquí en Ceuta, debe haber muchísima gente que tiene algo que perder o no pretende ganar ninguna batalla democrática. Un galimatías que lleva a la confusión y al enfado, como le sucedió a Juan Luis Aróstegui al término de una manifestación cuando no quiso hacer declaraciones por no encontrarse motivado…ni respaldado y ni Ramón Moreda fue capaz de convencerle.

Ceuta es diferente…aunque algunos políticos siempre hablan de querer situarla en régimen de igualdad. Manifestaciones al margen, claro.

Aquí, la calle, pensarán muchísimos, es para pasear y no para manifestarse. Eso, que lo hagan otros. Esos “bichos” raros que hay por el resto de nuestra piel de toro.
 

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