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OPINIÓN - DOMINGO, 17 DE MARZO DE 2013

 
OPINIÓN / LA DIANA

Pervertir

Por Jauma


De forma simple significa hacer malo a alguien, aunque si nos referimos, como es el caso, a situaciones, entonces su significado es el de perturbar el orden o estado de las cosas. Esa es la dedicación principal de algunas personas, no satisfechas con el status quo, buscan su modificación a través de la perversión. Lo cual no tiene porque ser, en si mismo, ni bueno ni malo. Tan solo depende de las razones que subyacen, que son realmente las que pueden ser calificadas. Aunque la palabra en sí tiene ciertas connotaciones negativas, insisto en la idea de que, despojada de cualquier prejuicio, no hay razones objetivas, en principio, para desecharla. El problema viene cuando se perturba el orden de las cosas por motivos poco edificantes, como pueden ser la propia notoriedad o la falta de escrúpulos tratando de obtener beneficio de una situación de caos manifiesto.

Puesto que, cuando se pretende alterar una situación, debe ser mediante el planteamiento de alternativas que, debidamente expuestas, supongan un cambio que lleve aparejado una mejora de la situación de partida.

Cuando no se dan alternativas, cuando solo se introduce la crítica sin más, entonces estamos ante una crítica destructiva, que solo persigue en última instancia el descredito de los adversarios. Lo opuesto, la crítica constructiva, es aquella que permite barajar alternativas viables para solucionar los problemas provocados por cualquier situación o decisión.

Claro que también es discutible si las soluciones que se plantean son o no viables, en más de una ocasión nos encontramos con propuestas descabelladas que pretenden enmascarar una crítica destructiva, adornándola con alternativas imposibles que nunca se llevarán a la práctica, sencillamente porque no son más que quimeras.

Esta tarea se realiza comúnmente por aquellos perturbadores, pervertidores, que no quieren ser tenidos por destructivos, pero que saben muy bien que sus soluciones carecen del más mínimo rigor, lo que hace puedan ser considerados como auténticos manipuladores, para lo que también hay niveles, o pelajes.

Detectar, rechazar y amonestar a estos personajes, forma parte de nuestro deber como ciudadanos, apartar del ámbito de decisión, sea cual sea el terreno en que nos movamos, a este tipo de individuos, es tarea prioritaria.

De lo contrario, tenemos situaciones del todo insostenibles, en las que amparados por el derecho, por otra parte incontrovertible, a opinar, sustentan peregrinas afirmaciones sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre lo divino y lo humano, sin más responsabilidad que la que se tiene en la barra del bar, es decir, ninguna.

Cuando este tipo de opiniones se vierten con el fin último de la maledicencia, del descrédito y de la insidia, nos encontramos, en muchos casos, inermes, sobre todo cuando se hacen dotándolo de un aparato retórico apoyado en medias verdades o con referencias a terceros. Es entonces cuando otra poderosa arma es utilizada sin pudor por los pervertidores más cualificados, el rumor. Este tipo de arma cuenta con una serie de ventajas nada desdeñables, que hacen que su eficacia sea mortífera, mientras sus autores, agazapados tras el no es cosa mía, tras el se dice, tratan de favorecer a unos y destruir a otros.

Todo ello sin el más mínimo sentido del decoro, sin el más mínimo sentido de la responsabilidad, escondidos tras la cortina que da cobertura al propagador. No es siquiera necesario poner ejemplos, la realidad los supera con pasmosa facilidad. La solución es fácil de encontrar, pero difícil de aplicar, me temo que somos chismosos por naturaleza, nos encanta.

La mejor forma de propagación, no me cabe ninguna duda, es envolverlo en forma de secreto, eso le da aun mayor verosimilitud, y el añadido de no poder contarlo lo dota de la necesidad de hacerlo.

La mitología griega nos ofrece el caso del barbero de Midas para ilustrarlo, solo él sabía el terrible secreto de las orejas de burro que el rey escondía tras su turbante, la pena por revelarlo era la muerte, angustiado el barbero sentía la inaplazable necesidad de contarlo, así que abrió un hoyo en el suelo, metió la cabeza en él y lo murmuró, aliviado lo tapó y siguió su camino, de aquel hoyo brotaron unas cañas, cuando crecieron y el viento las agitaba decían entre murmullos: el rey tiene orejas de burro.
 

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