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OPINIÓN - VIERNES, 29 DE MARZO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Sindicalista y político impostor
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Suena mi teléfono, a esa hora vaga de mediodía, cuando estoy enfrascado en la lectura y aún no tengo ni idea, en este Jueves Santo, de lo que voy a escribir para que mis lectores, que siguen siendo muchos –y perdonen mi inmodestia-, puedan leerme mañana. Que será ya viernes.

Quien me llama, sabe mucho de mis costumbres, y lo primero que me pregunta es por la Biblia; ya que de sobra conoce que es mi libro preferido durante la Semana Santa. Así que se extraña cuando le digo que esta vez me ha dado por volver a leer los “Diarios de Manuel Azaña”.

Dado que mi interlocutor nunca ha sentido interés por leer a tan grande dirigente, me pregunta cuál es a mi modo de ver el atractivo de un político y literato que ha sido objeto de todas las controversias habidas y por haber.

Y no dudo en responderle con celeridad: el dominio de la palabra. Y así me evito también meterme en análisis que tan mal casan con la estructura de la columna. Aunque decido extenderme lo justo acerca de Azaña: mira, Juan -no confundir con Vivas, por favor-, “a falta de un poder propio, de un gran partido o de una disciplinada organización paramilitar como era moda en los años treinta, los discursos constituyeron su principal instrumento de acción, más exactamente fueron su principal acción”.

Juan, cuya ironía me sé de memoria, va y me suelta como quien no quiere la cosa: “O sea, Manolo, que los discursos de Azaña tenían el mismo poder de convencimiento que tienen los mítines de Juan Luis Aróstegui y sus escritos de los jueves. Dignos todos de ser enmarcados para la posteridad”.

Y a mí se me ocurre decirle a Juan –insisto: no confundir con Vivas- que no es de recibo que trate de cachondearse del secretario general de CCOO. Que no es bueno que se lo tome a burla. Como si fuera un piyayo cualquiera. Máxime cuando está refiriéndose a un personaje que tiene la cabeza bien amueblada en todos los sentidos. Que destaca como individuo influyente en la ciudad. Que goza de tres o cuatro empleos. Por los que percibe salarios extraordinarios. Los cuales lo han convertido en una de las personas más pudientes de Ceuta. Y encima, por si escaseara de algo, asesora a empresas de tendencia favorable a los pobres (!), como hubiesen hecho sus parientes: aquellos señores tan adictos al cura Merino. Célebre en la primera carlistada.

La risa de Juan, mi interlocutor telefónico, me hace recobrar el resuello y hasta consigue que me tome un momento de respiro. Lo cual aprovecha para decirme: “A ver cuando te enteras de una vez y para siempre que Aróstegui es un pelma. Un tío más pesado que una ballena y más molesto que una banda de mosquistos marismeños. Y hasta bien demostrado tiene que es cortito de valor. Acuérdate de como dio marcha atrás ante la denuncia de Francisco Javier Sánchez Paris”. Vamos, que se acoquinó.

-Oye, Juan, un respeto, ¿eh? Que estás hablando de un político reputado y con una cabeza que, de haber sido moldeada a tiempo, le cabría un Estado.

-¡Venga, hombre, date un baño de asiento! Estoy hablando de un tipo parlanchín. De un Fulano sin conversación. Con quien no se puede hablar con él de nada interesante. Porque la conversación siempre termina desabridamente. Un listorro. Que sabe dónde está el dinero fácil. Y no lo desestima. En fin: un impostor. Y el vivo retrato de ‘Don Quintín el amargao’. Como tú dijiste un día, Manolo.
 

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