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OPINIÓN - MARTES, 2 DE ABRIL DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Franco y don Juan
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Felipe José Abárzuza y Oliva fue Ministro de Marina entre 1957 y 1962. Gaditano, monárquico convencido y franquista por necesidad, la figura del almirante intimidaba tanto como su vozarrón. Cuando se cabreaba se ponía hecho un basilisco y todos sus ayudantes se echaban a temblar.

Lo mejor del ministro, durante el tiempo en el cual yo estuve a sus órdenes en la planta principal del ministerio, es que pronto se le pasaba el acceso de ira y hasta dejaba ver entonces detalles bondadosos. Siempre, claro, que el reprendido hubiera evidenciado una forma de ser acorde con el concepto de hombría que él tenía.

El almirante era tan monárquico que Franco lo designó como representante del Estado español en la boda entre Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, celebrada en Atenas el 14 de mayo de 1962. Fecha de la cual conservo yo un mal recuerdo: estuve 15 días arrestado sin salir del ministerio por contravenir una orden suya. Un castigo menor, debido a un acto mío irresponsable y envuelto además en aires presuntuosos.

Al ministro se le notaban los nervios cada vez que había Consejo de Ministros. Varias veces me tocó a mí acompañarle a El Pardo -como Infante de Marina, perteneciente a su servicio- en compañía de Carlos Alvear, ayudante predilecto, como también lo era el teniente coronel Ollero, y pude comprobar su inquietud.

Y es que, según decían, la mirada escudriñadora de Franco imponía incluso a todo un almirante laureado. Amén de que a los consejos iban los ministros convencidos de que la visita al cuarto de baño era casi imposible. Ya que el Caudillo, debido al control que tenía del sistema de su vejiga urinaria, mantenía el tipo durante mucho tiempo. Así que el día que transgredió la norma, alguien dijo que la dictadura había comenzado a hacer agua.

El doctor Puigvert, insigne urólogo catalán, comentó un día que Franco nunca había necesitado de sus cuidados. Y hasta escribió en sus memorias que lo había visto derramar lágrimas por Muñoz Grandes, cuando éste andaba encamado en un hospital, tras haber sido operado. La emoción del Generalísimo, poco propenso a expresar sus emociones, le produjo escalofríos al cirujano.

De Franco se ha escrito mucho. Y se ha destacado a veces -muchas veces- que el medio utilizado para lograr el fin era el silencio, el paso del tiempo, el agotar la capacidad de resistencia del opositor. Fue la táctica que se impuso a la hora de tratar a don Juan, el heredero que no pudo reinar.

Se me ha venido a la memoria el conde de Barcelona, tras cumplirse veinte años de su muerte y haber trascendido la cantidad de millones que heredaron los suyos. Provenientes de dineros que don Juan tenía en Suiza. Y de quien conviene decir que nunca vivió precariedad alguna, como bien se encargaron de decir sus corifeos, sino que vivió como un rey. Aunque nunca lo fuera. Porque Franco no quiso.

Y se lo dejó bien claro cuando se entrevistaron en el Azor. Le dice a don Juan que se encuentra sano y con ganas de trabajar. Que puede seguir al frente de España por lo menos otros veinte años. Don Juan disimula la contrariedad. Y le aclara que su urgencia por ocupar el trono sólo responde a los intereses de España.

El peor enemigo del Borbón fue Carrero Blanco. Debido a que su alteza real tenía la lengua muy larga. Y en una ocasión, delante de quienes no debía, puso al militar de cabrón. Enterado Carrero del asunto, y siendo como era persona susceptible, se la juró.
 

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