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OPINIÓN - SÁBADO, 13 DE ABRIL DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Chocolate con churros
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Andaba yo una noche compartiendo mesa y mantel con nuestro alcalde en una caseta de la Feria de Primavera y Fiesta del Vino Fino, de El Puerto de Santa María. El ambiente que reinaba en el habitáculo municipal era extraordinario.

Corría el vino y la alegría, mientras las anécdotas se sucedían y las miradas se nos iban detrás de las mujeres que, embutidas en el traje de gitana, dejaban ver caderas sinuosas. Algunas lucían cinturas adecuadas para poder ceñirse la corona de Carlos Magno. Y, además, se movían gráciles al compás de las sevillanas. En suma: teníamos ante nosotros un espectáculo de fuego corporal y deseos insinuados.

Había llegado ya la hora de omitir los comentarios políticos, así como olvidarse de ser el más listo de la clase dando lecciones sobre el IVA, el IRPF y de todas las batallitas que les gustan contar a las autoridades municipales. Presupuestos y demás. Ni siquiera cabía la socorrida conversación de fútbol ni de toros.

Se trataba de darle gusto a los sentidos; máxime cuando aquella brillante y calmosa noche abrileña despertaba los más recónditos deseos y hasta permitía soñar con aventuras que uno ha tenido siempre por imposibles. Aderezado el ensimismamiento con ese oro puro que sale de las tierras albarizas de la Bahía gaditana y que se exhibe en catavino que invita a darle al cuerpo su ración de pecado.

De pronto, no sé qué bicho le picó a nuestro alcalde. Pero el hecho es que se levantó como impulsado por un resorte y anunció ante la sorpresa de propios y extraños que abandonaba la mesa porque se le había apetecido comer churros con chocolate. Pero mi reacción fue instantánea: obsequié a nuestro alcalde con la corbata que yo llevaba y que él me había celebrado, y allá que salí del recinto ferial con celeridad. Buscando divertirme el resto de la noche en establecimiento adecuado. Y a fe que lo hallé. Mientras me imaginaba a Juan Vivas sorbiendo chocolate, devorando churros e impregnándose de ese olor a aceite refrito al cual hay que combatir, luego, con el mejor gel.

Aquella noche abrileña, vivida en un rincón especial de la Bahía gaditana, llegué al hotel de madrugada; es decir, al amanecer. Cuando los primeros síntomas de claridad se dibujaban ya por encima de todos los edificios que se yerguen en torno a la playa de Fuentebravía.

Y, aunque habían transcurrido ya muchas horas desde que nuestro alcalde había dicho a sus acompañantes que era la hora de tomar chocolate con churros, en mí perduraba aún el extrañamiento de semejante conducta. Tan asombrosa como inapropiada. Y me entregué a buscarle sentido al asunto. El cual habría resultado, seguramente, baladí para todos los que acompañaban a la primera autoridad de Ceuta.

Principié creyendo que, siendo el poder soberbio, a nuestro alcalde le habría disgustado cualquier gesto del anfitrión, o sea, del alcalde portuense; aunque bien pronto deseché ese motivo. También pensé en que, debido a que ya se hablaba de crisis, nuestro alcalde comenzó a preocuparse por el devenir de Ceuta y un brote de pesar le hizo abandonar aquella mesa sobre la que había ambrosía. Incluso se me vino a la mente que podía ser ciclotímico. Y que sufría una bajada de energía. Ahora, parece ser que goza de un estado de ánimo excelente. Que vive ilusionado como el primer día que accedió al cargo. Así que, de momento, no tomará chocolate con churros. Conviene dar gracias a Dios.
 

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