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cultura - DOMINGO, 14 DE ABRIL DE 2013

 

educacion

Fracaso y abandono escolar y social en
España: ¿qué lo causa y qué puedes hacer tú?

CEUTA
Alejandro S.

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Recientemente, la Unión Europea alertó de las preocupantes cifras de fracaso y abandono escolar que se dan en España desde hace años, estancadas en el mejor de los casos. Según Bruselas, “la situación de España es muy preocupante”, ya que las tasas de abandono escolar temprano inciden directamente en los índices de paro juvenil, que en nuestro país alcanza cifras escandalosas. Nuestro país es el tercero de la zona euro, seguido de cerca por Portugal y Malta, que al menos han logrado reducir sus porcentajes en los últimos años. Si el futuro fuera descrito únicamente con estas cifras, el de España no sería muy halagüeño.

Un informe, procedente de Bruselas, indica que los jóvenes con estudios universitarios encuentran trabajo en la UE el doble de rápido de lo que lo haría alguien que no haya llegado a ese nivel educativo. En España, gracias a la pasada burbuja inmobiliaria, no era así... los jóvenes sin formación académica encontraban trabajo de forma bastante rápida en labores que únicamente exigían desempeño manual sin ningún tipo de experiencia previa, fuera en la construcción o en las industrias que le daban soporte directo o indirecto. Y se generalizó la creencia en el seno de la sociedad de que, de alguna forma, pese a las décadas de valor añadido, los estudios sobraban...

Tanto es así, que la comisaria europea de Educación, Andrulla Vassiliu, alertó hace un año que España aún no había utilizado una gran cantidad de fondos europeos destinados al fomento de la educación, unos 10.700 millones de euros, y que podría poner en marcha un plan de choque para reducir las alarmantes cifras de fracaso y abandono escolar que padecemos.

Una de las causas de estas cifras de fracaso y abandono escolar que aducen profesores y padres es el elevado número de alumnos por profesor. Este debate resulta especialmente actual, por la reducción manifiesta en la plantilla del profesorado de centros públicos, a causa de la crisis y de políticas educativas neoliberales. En esta gráfica, correspondiente al curso 2011-2012, podemos relacionar el número de alumnos por profesor según las distintas comunidades españolas. (Gráfica nº1)

Si cruzamos los porcentajes de abandono escolar por comunidades con esta última gráfica, veremos que, aunque no hay mucha diferencia entre el número de alumnos por profesor entre las comunidades, resulta que, cuantos menos alumnos hay por cada docente, menos acusado es el índice de abandono escolar. Las comunidades donde tocan a menos alumnos por profesor soportan también un índice menor en las aulas.

Paradójicamente, en el conjunto de la UE no sucede esto mismo. En la siguiente gráfica nº2 (correspondiente al curso 2008-2009 pero extrapolables a los siguientes) podemos ver el número de alumnos por profesor desglosado por países. Podemos ver claramente que, España, Portugal e Italia, pese a mostrar junto a Malta los índices más altos de abandono escolar, doblando la media de la UE, tienen comparativamente un número menor –salvo excepciones- de alumnos por profesor. ¿Será que también fallan los medios materiales o la consideración general de la educación en la sociedad, e incluso la motivación del alumnado?

Desde algunos sectores se ha manifestado reiteradamente que una de las causas del abandono escolar es la presencia de alumnos extranjeros, quienes, en parte, han de adaptarse a la vida de un nuevo país y a sus costumbres sociales y educativas. Pero si la cruzamos con los porcentajes de abandono escolar desglosado por comunidades, nos damos cuenta de que es imposible establecer una relación directa.

Inversión

¿Hay en este capítulo una diferencia significativa con la UE, que explique que nuestras tasas de abandono educativo doblen los registros medios de este ámbito geográfico. Pues no a primera vista (ya veremos que hay un matiz importante), España realiza una inversión mayor que los países de su entorno por habitante. Además, los modos de financiación pública del sector educativo no difieren mucho al de otros países, pero sí en cuanto a la asignación de gastos entre los diferentes engranajes del sistema. Aunque el capítulo de personal se lleva el plato fuerte del presupuesto, los salarios de los profesores difieren significativamente, así como el número de horas lectivas.

Según datos del 2009, los profesores españoles ganan, de media, entre 35.000 y 57.000 euros, muy por encima de la media de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) y de la UE (entre 26.000 y 47.000 euros). Es decir, aunque España invierta más por alumno, el presupuesto en contratación de profesores desvirtúa este índice claramente.

En primaria, las horas anuales que un profesor debe impartir son unas 880 (779 horas anuales en la OCDE y 755 en la UE). En la etapa inferior de secundaria, son 713 horas de clases (701 en la OCDE y 659 en la UE), mientras que en la segunda etapa de secundaria son 693 horas anuales de clase frente a las 656 de la OCDE y las 628 de la UE.

Obviamente, cobran más por que también trabajan más, de media, y eso ha de verse reflejado de alguna forma en su sueldo. Pero el hecho es que el presupuesto que recibe cada alumno en los otros conceptos, es menor que el de los países de nuestro entorno.

Llegados a este punto, podemos preguntar... ¿qué diferencias existen entre la educación que se recibe en España, Portugal, Italia, Malta, Grecia y otros países, con la que los alumnos pueden disfrutar en otros países de la Unión Europea, que justifique nuestros índices de fracaso y abandono escolar?

Comprensión lectora

Una de las variables más significativas de la calidad de una educación y de los logros que los alumnos pueden llegar a completar tiene que ver directamente con el entorno, que incluye la capacidad de comprensión lectora, el nivel socio-económico de los padres y la disponibilidad de cultura en los hogares. Pese a que el gasto por alumno es incluso superior en España –aunque las mayores partidas de ese gasto sean de personal-, los índices de comprensión lectora, la disponibilidad de cultura en el hogar y sobre todo el nivel socio-económico de los padres son bastante menores a los de nuestro entorno geográfico europeo.

La intervención de los padres en la educación de sus hijos, ya sea con medios –ordenadores, libros, presupuesto para acudir a museos, cine, teatro, videojuegos, etc- o con una presencia directa en los procesos de aprendizaje, son decisivos, así como la consideración que se tenga en el entorno hacia las actividades intelectuales y el nivel económico.

Las variables más significativas son:

- Interés de los padres por la socialización del hijo/a y por su bienestar emocional.

- Participación e interés de los padres por la formación del hijo y expectativas escolares altas.

- Dedicación de los alumnos a actividades fuera de la escuela: lectura, conversación, actividades culturales varias. De forma moderada la realización de actividades como dibujar y jugar con otros niños o jóvenes.

Estamos muy por detrás de otros países de nuestro entorno, y estamos hablando de alumnos en centros reglados. La realidad del grueso de la población española es muy descorazonadora, y sus niveles mucho más bajos. Pero aquí nos limitamos al estudio del fracaso y el abandono escolar:

El español medio se desincentiva pronto de tomar parte en actividades educativas, más allá de los sistemas obligatorios que nuestro ordenamiento establece. El estudio es visto como una obligación ya desde el inicio, y no demasiados de nosotros decidimos formarnos de cualquier forma más allá de este período.

El problema radica en los fundamentos de nuestra propia sociedad. El desinterés por los estudios y las dificultades de aprendizaje están ampliamente extendidos, y es quizá la primera causa del abandono temprano de las aulas.

Y no sólo eso, sino que la posibilidad de que un alumno tenga este tipo de problemas está socialmente aceptado como la posibilidad más concreta. No es lo habitual que un alumno tenga éxito a lo largo de su vida académica, sino más bien lo contrario. El absentismo, las malas notas, la falta de motivación y la indisciplina están cada vez más extendidos, y ninguna de las reformas emprendidas por los gobiernos de distinto signo han logrado revertir este proceso.

Los padres no están adecuadamente implicados no sólo en la educación de sus hijos, sea de forma concreta o a través de estímulos, sino que ni siquiera están a menudo implicados en la suya propia. En España no se valora la determinación necesaria para avanzar en los estudios, sean reglados o no, mientras que los programas de entretenimiento vacíos ocupan un lugar preponderante en la atención mediática de alumnos y del resto de la ciudadanía. Para colmo, se ha instalado en la sociedad una laxa moral del “todo vale” y del “pelotazo” económico, en los que la preparación no tiene lugar, y tan sólo se necesitan los adecuados contactos para tener éxito. Por supuesto, esta moral impregna a los jóvenes, quienes establecen sus parámetros mentales en función de ella. Aunque los padres y abuelos recomienden el camino del esfuerzo, y del sacrificio, sus acciones desmienten su discurso. Y los jóvenes se dan cuenta rápidamente de ello.

El fracaso escolar no sólo revela mucho de nosotros como sociedad, sino que muestra nuestro propio fracaso a nivel individual. Desde el Gobierno puede hacerse bastante para incentivar a los alumnos y motivar a profesores y padres, pero es en el entorno inmediato donde España tiene su principal laguna. Como padres, debemos asumir el reto de la lectura, transmitirla como un bien preciado, piedra angular de una buena educación, que redunde en una mejor sociedad. Un país educado es un país con un capital humano fuerte, capaz de afrontar el futuro con garantías. La educación no es un párking para niños o jóvenes, para almacenarlos mientras sus padres trabajan, es un derecho de todos los españoles, a la par que una herramienta para el desarrollo personal y colectivo.

En un entorno de crisis económica mundial, no podemos permitirnos asistir, llenos de estupor, al despliegue del futuro. No, debemos ser parte activa, y para ello debemos formarnos, hacernos fuertes y modelarlo. Nos hemos convertido en un país blando, poco exigente, con nosotros mismos, con nuestros gobiernos y nuestros conciudadanos. Los mismos profesores asisten estupefactos a los frecuentes cambios de modelo educativo, que les desconciertan, y merman su capacidad profesional para hacer frente a un desafío tan comprometido.

¿Cómo puede pasar de curso un alumno sin la capacitación necesaria, cuyos conocimientos y desarrollo mental aún deben ser apuntalados, o su motivación hacia el esfuerzo redirigida? ¿Cómo puede tener un padre o una madre derecho de extorsión sobre un profesor, o peor aún, siquiera la ocurrencia de zarandear o amenazar al educador de su hijo, con el fin de pasarle de curso o aumentar sus notas? Lo único que aprenderá ese niño o ese joven es que todo vale, y que no tiene sentido esforzarse... y eso pensará hasta que llegue a la vida adulta, en la que se exigen a menudo objetivos sin esperanza alguna de ser cumplidos. Ahí es donde se dará cuenta de su error sesteando mientras los profesores (o sus padres) intentaban enseñarle algo. Pero será tarde...

Echar la culpa a distintos sectores de lo mal que va nuestra educación desde hace siglos no basta. Hay que actuar de forma conjunta, desde los padres, a los profesores, pasando por los distintos gobiernos. Debemos valorizar el esfuerzo, mostrar al alumno que puede formarse de forma adecuada y divertida, y que al mismo tiempo puede disfrutar de la amplia oferta lúdica. Solemos demonizar a la televisión, a los videojuegos o a Internet, olvidándonos de que también son armas educativas de primer orden, tan sólo hay que saber hacer uso de ellos. La educación debería ir más allá de memorizar fechas, acontecimientos o lugares comunes.

Hemos fundado una sociedad basada en el euro (antes en la peseta), y los alumnos no tienen más motivación que la de disfrutar de las comodidades que les ofrece una vida repleta de estímulos visuales, anhelos económicos y modelos nefastos basados en el lujo y en una falta total de ambición intelectual y mental. Y nos extrañamos de ser un país con un abandono y un fracaso escolar galopante, sin apenas industria propia, con una economía basada en el sector servicios (y hasta hace poco en la inmobiliaria), con una educación deficitaria a todos los niveles (también en el mundo adulto) y una crisis mundial que nos afecta el doble que a otros países de nuestro entorno. Hemos creado entre todos un gigante con pies de barro, con peores perspectivas en los años venideros que en los pasados. ¿Haremos algo para revertir esto? Formémonos, en aquello que nos interese, seamos curiosos, enmendemos esa carencia antes de que sea demasiado tarde, y transmitámoslo a otros. No importa qué edad tengamos...

Poca esperanza cabe cuando entre nuestra casta dirigente, esos políticos empeñados en reducir el presupuesto educativo, medran los trepamuros sin apenas formación para el puesto que ocupan. ¿Ellos son los que nos sacarán de esta situación? Hablan sobre educación, pontifican sobre las medidas a adoptar, califican a los auténticos profesionales como agitadores... y mientras tanto, los españoles les santificamos con nuestros votos, a los dos partidos mayoritarios, que han devaluado progresivamente nuestra sociedad a todos los niveles. Nosotros mismos hemos de coger las riendas de nuestra propia educación. ¿Qué haremos para enmendar el desastre? ¿Tomaremos, como ciudadanos, el testigo de la educación?
 

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