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OPINIÓN - DOMINGO, 26 DE MAYO DE 2013

 
OPINIÓN / COLABORACION

El legado portugués de Ceuta

Por Antonio Carmona Portillo


Parafraseando el lema con el que este año se ha celebrado el día de Europa, podríamos comenzar esta charla diciendo: “Se trata de la historia de Ceuta, se trata de ti”. Porque si existe una ciudad abierta, dónde todo el mundo es bien recibido, esa es Ceuta. Y no hay mejor lugar para expresar la historia que ha confluido en su formación como ciudad autónoma, que este salón de Pasos Perdidos de la Cámara de representación territorial que es el Senado español. Porque se trata de una historia de todos: la de aquel soldado que la defendió valientemente, la de aquellos visitantes que se extasían con la contemplación de sus murallas, la de tantos y tantos ceutíes que se esparcen por la geografía española, y que como caballas de nacimiento o adopción sienten su historia y sienten como españoles sus orígenes.

La movilidad poblacional de nuestra ciudad hace que por ella hayan pasado a lo largo del tiempo muchos españoles; y hay pocos de los que no lo han hecho, que no tengan alguna referencia más o menos cercana. Es la de Ceuta, pues, una historia de todos los españoles, que ha dejado una impronta innegable en su composición demográfica y confluido finalmente en una convivencia pacífica, aunque no exenta de problemas como cualquier convivencia en su devenir cotidiano. Nadie desea tanto la paz como aquel que ha padecido su ausencia durante mucho tiempo.

Cristianos, musulmanes, judíos e hindúes forman un conglomerado difícil de entender si no se conoce la historia de Ceuta, que bien explicada y analizada puede sirve de nexo de unión entre sus etnias más que de motivo de enfrentamiento. Porque la Historia no es la culpable de los errores humanos sino solo su fedatario y de ella debemos obtener los mejores y los mayores beneficios en pos de la paz y la concordia.

Nuestra ciudad tiene la gran suerte de haber sido feudo de distintas sensibilidades, de diferentes pensamientos y de continuas motivaciones específicas: fenicios, griegos, cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos, almorávides, merinies, portugueses y españolas han creado su historia. Centro comercial con los fenicios, parte de la provincia Tingitana romana, emporio de riqueza y poder bizantino y cuna de sabios musulmanes como el geógrafo Idridis. Su situación geográfica le ha convertido en lugar de paso de las dos culturas más importantes del mundo: la cristiana y la musulmana. En este ir y venir de estos intelectuales, algunos se quedaron en nuestra ciudad y formaron una Pléyades de pensadores ilustres.

Pero en esta dilatada historia hay unas fechas en las que es preciso detenerse:

1415, 1581 y 1640 marcan un bucle cronológico clave para entender nuestro pasado. El acontecimiento que hoy nos reúne es el del anuncio a los españoles de la conmemoración, en el plazo de dos años, del seiscientos aniversario de la conquista de Ceuta por los Portugueses. Aquel 21 de agosto de 1415 un ejército mandado por Juan I de Portugal, acompañado de sus hijos Pedro, Juan y Enrique, apodado El Navegante, y del conde de Barcelos, desembarcó en la playa de San Amaro. Poco importa ahora el motivo de esta conquista que tan exactamente ha estudiado Anna Unali. Importa el hecho de que el 2 de septiembre, cuando la flota abandonó la ciudad, permanecieran en ella unos cuantos portugueses, poco más de 2.000 y Ceuta se convirtiera para Portugal en “la joya de la corona”, donde se forjaría, en la dura lucha por la supervivencia, lo mejor de su nobleza.

Esos pocos portugueses ceutíes acompañaron al primer gobernador Pedro de Meneses en la dura tarea de crear una nueva ciudad con el poder que le daba el aleo o bastón de mando: “Señor, con este aleo me basto para defender Ceuta de todos los enemigos” diría, según la tradición, don Pedro de Meneses al ofrecerse como gobernador al rey Juan I. Surgieron héroes como Vasco Fernández de Ataide, o como el príncipe cautivo, don Fernando, muerto en la prisión de Fez antes que permitir la cesión de Ceuta, Antonio de Noronha o Gonzalo Mendes de Sa, ; literatos como Camoens, que llegó a nuestra ciudad a causa de un amor prohibido que le obligó a abandonar Lisboa, y familias no exentas de nobleza: Correa da Franca, Araujo, Afonso, Andrade, Mendoza y un sin fin mas de apellidos nobles que señorearon Ceuta desde aquel 1415.

La conquista portuguesa supuso un cambio drástico en la ciudad. Esta transformación se visualizó primero en el urbanismo. Ceuta dejó de ser un rico emporio, aunque en decadencia, para convertirse en una fortaleza militar. Utilicemos la imaginación y demos un paseo ideal por esa Ceuta portuguesa. Empezaríamos por comprobar los cambios necesarios en su sistema defensivo y veríamos una ciudad rectangular, rodeada por los cuatro lados por fuertes murallas y situada entre dos fosos: el oriental o foso marítimo y el occidental que en esas fechas se encontraba a medio terminar. Desde el baluarte del Caballero, donde hoy día ondea la bandera nacional, dirigiríamos nuestros pasos hacía el lado sur, al baluarte de san Luis, muy cerca del lugar de los baños de mar veraniego: la Ribera y el Chorrillo. El viento del sur azotaría nuestros rostros al pasar por el camino de ronda de la muralla meridional, en el lugar conocido después como La Brecha, camino del baluarte de San Simón. Si queremos que las suaves olas acaricien nuestros pies podríamos descender hasta la playa por la puerta de la Ribera o quizás por la de la Sardina. Desde el baluarte de San Simón otro lienzo de muralla cerraba la ciudad por el este. En su mediación encontraríamos una puerta con un puente levadizo. Desde allí dos caminos nos invitarían a pasear entre el verde de los árboles y la dureza de las viñas de la Almina, entonces despoblada: uno seguía el mismo trazado que en la actualidad sigue la calle Real y por el llegaríamos al convento de San Francisco. Por el otro, denominado del Valle, alcanzaríamos la ermita de ese nombre, donde según la tradición se dijo la primera misa en Ceuta. Después, vuelta a la ciudad por la misma puerta de la Almina. Desde el bastión de San Pedro comenzaba la muralla norte. Si soplara el viento de poniente, podríamos detenernos un momento en el lugar llamado Miradouro y contemplar, como si estuviera al alcance de nuestra mano, el Peñón de Gibraltar, proa eminente de un navío varado en la otra orilla. A través de esa muralla llegaríamos al después llamado bastión de los Mallorquines, hoy nuestro querido Puente del Cristo. Una puerta cercana, también con puente levadizo, la Puerta del Campo, nos invitaría a ser valientes y salir al campo exterior para recorrer el Otero o el Morro de las Viñas, pero la prudencia quizás nos aconsejara lo contrario.

Los musulmanes no necesitaban en sus ciudades espacios abiertos, porque los eventos populares los celebraban fuera de la medina. Pero la costumbre cristiana requería de una plaza interior que los portugueses construyeron en la actual plaza de África. Allí estaría el palacio del gobernador, cerca de lo que después sería la maestranza de artillería y hoy el Parador de Turismo. También los templos más emblemáticos: en 1421 se construyó la catedral de la Asunción así denominada por la imagen de Nuestra Señora conocida como La Conquistadora, luego Virgen del Valle o Portuguesiña, y la ermita de Nuestra Señora de África de origen legendario como otras muchas casas marianas, dónde se venera la imagen de la Virgen que donara a la ciudad Enrique el Navegante. Otros templos cristianos irían surgiendo por la ciudad: Santiago, San Antonio, San Sebastián, San Blas. Sus ruas han dejado su impronta en el callejero ceutí. Podríamos pasear por tres calles principales: la del Norte o Banda de Gibraltar, nuestro actual Paseo de las Palmeras; y la del sur o Banda de Berbería, hoy calle Independencia. En medio una arteria de sabor portugués: la Rua Dereita, paralela a la Banda del Sur, hoy calle Jaúdenes. Era la calle mayor, la calle prestigiosa de la ciudad donde se asentó la nobleza portuguesa.

Pero también podíamos callejear por las serpenteadas ruas del interior, que llevaban el nombre de las personas de prestigio que en ellas vivían o de los establecimientos allí situados: Pacheco, Araña, Alfandega, Oliveira, etc., y las pequeñas plazas como las del Valle y San Blas.

Si algo nos ocurriera, que Dios no lo quiera ni en la imaginación, podrían asistirnos en el hospital de la Real Casa de Misericordia, fundación portuguesa de prestigio semejante a su matriz, la de Lisboa. Allí se amparaba al doliente y a esa institución debía pertenecer quien quisiera ser alguien en la sociedad ceutí.

La Ceuta portuguesa manifestó también una importancia económica más allá de lo que se podía esperar de una ciudad-fortaleza: existía agricultura en la Almina, y un importante comercio. Este se ejercía tanto con la capital del reino como con el Islam, dispensándose a sus habitantes de pagar el diezmo de las mercancías llevadas desde tierras marroquíes a Lisboa. Genoveses, mallorquines, venecianos y catalanes colaboraron también en este tráfico comercial.

Ceuta tuvo su propia ceca, y es probable que el famoso ceitil, moneda de cobre puro cuyo nombre deriva del de Ceuta, pudiera ser acuñado, según Paulo Drumond, en la época de Juan I para celebrar la conquista de la ciudad. Esta moneda circuló hasta finales del siglo XVII y fue una de las utilizadas por Colón para comerciar con los indígenas americanos: “fasta que vi dar dieciséis ovillos de algodón por tres ceutíes de Portugal”, escribiría el navegante genovés en su diario.

Esta era la Ceuta portuguesa, la joya de la corona, pero África seguía siendo el lugar soñado por los lusitanos que, llegados a las orillas del Algarve, sintieron la atracción telúrica del otro lado del mar, donde los cantos de sirena atraían a sus marinos con supuestas riquezas y misterio ¿Qué hombre del siglo XVI podía resistirse a cruzar el mar, aunque fuera embravecido, para encontrar la gloria? A esta fuerte atracción no fue capaz de sustraerse uno de los reyes más misterioso y controvertidos de Portugal: don Sebastián. Desde que fue nombrado rey a los 14 años de edad consideró que la cristiandad estaba en peligro y el reino de Portugal era el destinado a salvarla. También podemos especular con intereses mercantiles entre las razones que movían a Portugal a su expansión africana. Pero nosotros podemos usar de nuevo la imaginación y ceder al romanticismo, poniendo en la voz y el pensamiento del rey portugués unas palabras más ardientes para explicar su expedición africana:

“Una vez, estando en el monasterio de Batalha —podía haber dicho el rey portugués— mandé abrir la tumba de Juan II, luchador valiente en Arzila. El milagro se produjo y aquella noche vimos, con la luz mortecina de las teas que nos iluminaba, cómo el cadáver del rey Juan estaba, pese a los 65 años transcurridos desde su muerte, incorrupto y sus ropas intactas. Era sin duda una señal y así lo hice ver a mi séquito. África era mi destino y Juan II me lo señalaba”.

Fuese real o fantasía, hubiese un motivo material o solo fuera la ilusión de un rey enfermo, lo cierto es que don Sebastián centró su política exterior en África, visitando incluso en 1574 Ceuta y Tánger. Finalmente encontraría la muerte en un aciago día del mes de agosto de 1578 en las cercanías de Alcazarquivir. Su fallecimiento sin descendencia empujaría a Ceuta hacia la corona de los Austrias. Felipe II reclamó sus derechos al trono portugués por ser hijo de Isabel de Portugal y Carlos I. En 1581 las cortes lusas reunidas en Thomar lo proclamaron rey como Felipe I de Portugal. En Ceuta no hubo ningún impedimento para jurarle fidelidad, recibiendo su gobernador, Lionais Pereira, de manos del duque de Medina Sidonia, el pendón real con los escudos de armas de España y Portugal. Quizás con ello deseaba agradecer el socorro prestado por don Álvaro de Bazán en 1587, hecho inmortalizado en una pintura mural del palacio del almirante en el Viso del Marques.

También el que el duque de Medina Sidonia asistiera a Ceuta con soldados y alimentos por mandato de Felipe II que en 1585 envió al doctor Jorge Seco para indagar sobre las necesidades de su población. La preocupación del monarca por Ceuta era evidente.

El nuevo rey accedió a respetar la independencia de la administración portuguesa. Aunque se elaboraron las llamadas Ordenaçoes Filipinas estas eran en realidad una recopilación de las Ordenaçoes Manuelinas, de las Estravagantes de Duarte Núñez y de todas las leyes de origen portugués que se habían añadido después.

El derecho civil fue el que más perduró, llegando hasta nuestros días el Fuero de Baylio como ley netamente ceutí, que puede esgrimirse como una peculiaridad jurídica de Ceuta.

Su gobernador era nombrado desde Lisboa, la Casa de Ceuta prorrogaba su labor como garante de su actividad comercial, el Consejo de Hacienda seguía atendiendo las necesidades materiales y la Cámara de la Ciudad actuaba como antecedente municipal.

Todo en Ceuta seguía igual que bajo el poder de la casa de Avis.

Pero el nacionalismo portugués nunca estuvo de acuerdo con esta unión, aunque las desavenencias solo comenzaron con los ataques de holandeses e ingleses a las posesiones portuguesas en América que los Austrias fueron incapaces de atajar. Estalló la revolución de 1640 o guerra de Restauración y Portugal se separaría de la corona de los Austrias. Ceuta permaneció fiel a Felipe IV (III para los portugueses).

No hubo una proclamación popular ni un plebiscito. Lo que ocurrió fue que la nobleza portuguesa de Ceuta creyó más conveniente mantenerse fiel a los Austrias a pesar de los intentos de Juan IV de Portugal por atraerse su simpatía y de los duros castigos que algunas familias ceutíes, como los Meneses, sufrieron por causa de esa fidelidad a Felipe IV.

El proceso jurídico de transición comenzó con el real Decreto de 29 de febrero de 1644 y finalizaría con el acuerdo de las Cortes de 9 de marzo de 1656. El 30 de abril el rey Felipe IV concedió, de forma definitiva, naturaleza de sus reinos a la ciudad de Ceuta, confirmando todos sus fueros, privilegios y exenciones, entre ellos las tensas y moradías que habían gozado desde la conquista

Es necesario decir que Ceuta no fue arrebatada por las fuerzas de las armas a Portugal y ello se evidencia en al punto segundo del tratado de paz de Lisboa de 1668: “… se ha acordado que se restituyan al Rey Católico las plazas que durante la guerra le ocuparon las armas de Portugal y a Portugal las que durante la guerra le ocuparon las armas del Rey Católico, con todos sus términos, en la forma y manera y con los límites y fronteras que tenían antes de la guerra… Pero declaramos que en esta restitución no entra la ciudad de Ceuta, que ha de quedar en poder del rey Católico, por las razones que para ello se han tenido presentes”.

Las “razones que se tuvieron presentes” no eran otras sino que Ceuta no entraba en la consideración de plazas conquistadas, porque su obediencia al rey Felipe IV fue voluntaria. A partir de esta paz ya ningún español fue considerado extranjero en Ceuta.

Algunos autores mantienen que desde 1640 hasta 1668 Ceuta fue un pequeño Portugal leal a Felipe IV. Pero es evidente el temprano proceso de españolización que comenzó con la sustitución de las tropas portuguesas denominadas Bandera Vieja y Nueva, por españolas: la Bandera de la Ciudad, formada por seis compañías en vez de cuatro. Si se analiza la nómina de enfermos que entraban a curarse en el hospital de la Real Casa de la Misericordia se observa que a partir de 1641 disminuye ostensiblemente los de origen portugués y aumentan aquellos que procedían de Andalucía. El porcentaje de soldados españoles en el siglo XVII era del 49% y el de portugueses desciende al 21%.

Muchos nobles ceutíes consideraron que eran castellanos y exigieron que se les trataran como tales a la hora de la concesión de mercedes. El monarca español maniobró con sabiduría y les otorgó numerosos privilegios, en lo que ha sido definido por Becerra como la época de los fueros. El 20 de febrero 1641 Felipe IV concedía a Ceuta el título de “Muy noble y leal ciudad”.

La población portuguesa se mantuvo estable hasta los años posteriores a 1668. Pero al mismo tiempo los españoles se instalaban en la ciudad. Mientras que en 1580 solo había cinco españoles, entre 1640 y 1700 anotamos ya un total de 275 hombres y 52 mujeres, en su mayoría procedentes de Andalucía. Los portugueses se situaban, sin embargo, en torno a los 150. Fue el primer episodio de convivencia pacífica entre dos grupos nacionales diferentes (portugueses y españoles) en un ámbito local reducido.

1415, 1581 y 1668 tres años claves para las relaciones hispano portuguesas en Ceuta, a las que se le fue añadiendo con el tiempo otras aportaciones culturales. Nuestra ciudad, por las vicisitudes explicadas, estaba preparada para recibir cualquier contribución que la engrandeciera y continua estándolo. Tenemos los ceutíes y melillenses la oportunidad de ser el laboratorio en el que se geste la fórmula mágica de la convivencia y la paz, con el acatamiento que merece la verdad histórica y los derechos adquiridos y por la senda del respeto mutuo y la convivencia.

Para finalizar quisiera hacer un pequeño homenaje a los de mi gremio. Como dijo Oscar Wilde: “cualquiera puede hacer historia pero solo un gran hombre puede escribirla y enseñarla”. Y en Ceuta, y fuera de Ceuta, hay mujeres y hombres, grandes y sabios, que han escrito su historia. No sería justo concluir esta modesta intervención sin mencionarlos. Pero como existe el riesgo del olvido inherente a todo censo, quiero sintetizar esa mención en la persona de nuestro gran maestro Don Carlos Posac Mons, que desde sus tierras Tarraconenses llegó al sur del sur, a enseñarnos nuestra historia con clara vocación de compartir conocimientos en el seno de una única nación. Su opúsculo La última década lusitana de Ceuta no deja de sorprendernos aún después de tantos años desde que vio la luz. También debemos mencionar a aquellos historiadores que nos han dejado pero permanecen vivos en sus textos como Guillermo Gozalvez Bustos, José Smolka, Enrique Jarque, Jesús Salafranca, Alberto Baeza, Manuel Lería… y aquellos otros que desde donde quieran que estén estoy seguro que perdonarán mi olvido. Los que continuamos en esta valiente y gratificante actividad de desentrañar nuestro pasado para confluir en un futuro mejor, estamos en deuda con ellos. A todos muchas gracias de parte de este perenne aprendiz de historiador y a ustedes mi agradecimiento por acercarse esta mañana madrileña a conocer cómo hemos sido y como somos los ceutíes.
 

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