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OPINIÓN - DOMINGO, 2 DE JUNIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Políticos: desacreditados y denostados
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cualquiera que haga política de partido aspira, sin duda alguna, a participar del poder como profesional de la cosa. Casi todos los políticos esperan, anhelantes, ser designados para un cargo –más bien por motivos egoístas que idealistas- a fin de gozar de la sensación de prestigio que el poder confiere.

Para más conocimientos del asunto, les recomiendo que lean a Max Weber, y podrán comprender lo bien que se sienten los hombres cuando son dominadores de los demás hombres haciendo uso de la violencia legítima, para someter a quienes le mostraron su confianza en las urnas y a los que no.

A la política profesional deberían dedicarse las personas más preparadas y que a su vez tuvieran una serie de cualidades que les otorgara una condición digna de respeto entre los gobernados. A la política han ido accediendo en España, desde la ya tan cacareada época de la transición, personas muy preparadas y que han dejado huella de su buen hacer por haberse tomado su trabajo como un servicio al Estado y a sus ciudadanos.

Dicho ello, conviene decir cuanto antes, sin remilgos, que fueron más, muchos más, los que accedieron a la política para medrar, para tener influencias, para ganar un salario que jamás tendrían en el ejercicio de su profesión –cuántos no tenían ni tienen profesión- y que para rematar la faena no han dudado en participar de toda clase de componendas para llevárselo calentito.

Por tal motivo, los escándalos han ido surgiendo, ante la mirada estupefacta de unos ciudadanos que, además, están siendo esquilmados por los más ricos hasta el punto de que las clases medias están a punto de plegarla.

Así, no debería resultarle extraño a nadie que, actualmente, los profesionales de la política sean los más denostados, los más desprestigiados y los que vienen suscitando, cada vez más, las iras de quienes no entienden cómo ha sido posible que hayan podido cometer tantas fechorías sin que ningún organismo o institución se hubieran dignado a cortar de raíz semejantes tropelías.

Tropelías que han hecho posible que tengamos la certeza de que España ha sido muchos años un auténtico Patio de Monipodio. Y que pocos políticos se han salvado de morar en ese cercado con auténtica vocación de choricear cuanto se pusiera a mano. Respetándose entre ellos y cundiendo la consigna de que el dinero que había era para apropiarse de él y repartir cierta parte suculenta del botín entre quienes podrían haber alzado la voz en su momento.

Por consiguiente, a medida que las gentes han ido conociendo los desmanes cometidos por una casta, la política, conchabada con banqueros, empresarios de alto copete, y bandas organizadas de trincones de alturas neoyorquinas, han puesto el grito en el cielo y han optado por perderles el respeto no sólo a los políticos profesionales sino, también, a quienes están al frente de las instituciones. Pues no debemos olvidar que un pueblo con la botarga vacía termina por renegar de organismos, instituciones y símbolos, en menos que canta un gallo.

Así, y tras lo de Urdangarín y su esposa la infanta, hasta los burgueses catalanes, siempre tan dados a recurrir a Madrid solicitando ayuda, desde tiempo inmemorial, cuando les ha pintado bastos, aprovechan el momento para perderles el respeto a los Príncipes de Asturias. Lo cual nos indica que en España, actualmente, no está a salvo nadie de ser puesto en la picota. Y menos un monterilla. O sea.
 

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