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OPINIÓN - DOMINGO, 16 DE JUNIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Bárcenas y sus millones
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En 1982 España fue sede del Campeonato Mundial de Fútbol. Y yo estuve viendo el partido inaugural en Barcelona: Argentina-Bélgica. Ganaron los belgas con gol de de Vanderberg. Gabriel García Márquez obtuvo el Premio Nobel de Literatura. El 18 de julio arribé a Ceuta. Donde todavía los había convencidos de que una nueva conspiración golpista podría triunfar. El alcalde de Ceuta era Ricardo Muñoz. Lola Flores provocó el consiguiente revuelo a su llegada al Parador Hotel La Muralla. Y, nada más verme, me dio dos besos de los que ellas solía dar a los que les caía bien. El Atlético de Madrid jugó el Trofeo veraniego y yo me lo pasé en grande conversando con Luis Aragonés y Vicente Calderón. Tampoco se me puede olvidar que Manuel Fraga fue reelegido presidente de Alianza Popular. Partido que tenía en Antonio Bernal y Adolfo Espí Valero dos de sus mejores valedores en Ceuta.

Pues bien, de tener espacio suficiente no tengan la menor duda de que mi memoria daría para mucho más. Aunque ustedes también tienen todo el derecho del mundo a preguntarse y a qué viene que este tío base su columna de hoy en recordarnos cosas de hace treinta años. Y a mí, como no podía ser de otra manera, me cabe sacarles de dudas.

Hace media hora que he leído, por azar, que fue en 1982 cuando Luis Bárcenas aterrizó en Madrid. Y el autor del escrito lo describe como un chaval apocado, con un traje viejo y los zapatos rotos, que llega a la antigua sede de Alianza Popular en la calle Silva. Y comienza su trabajo como administrativo de partido: “un cargo anodino que él convierte en catapulta profesional”.

A partir de ahí nuestro hombre mira a su alrededor y se le viene a la memoria “Lo que el viento se llevó” y no se le ocurre otra cosa que gritar tal y como lo hizo -en Tara- Escarlata O’Hara: “Aunque tenga que matar, engañar o robar, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre”. Y decidió ponerse manos a la obra.

Y a medida que va empapándose del alcance de las finanzas del partido y va conociendo a empresarios sin escrúpulos, LB se percata de que éstos acabarán por hacerle rico; más que rico, riquísimo. Porque los empresarios saben sobradamente que un hombre con los zapatos sucios, y no digamos si además están rotos, es capaz de todo. Pues quien lleva los zapatos zaparrastrosos es prueba evidente de que no tiene ni para tabaco.

Y los empresarios no sólo le ponen a Bárcenas las mejores zapaterías a su disposición sino que le indican lo bien que en esas cajas de calzado a discreción pueden guardarse cuantiosas cantidades de dineros con las que pagarse todos los caprichos hasta entonces inalcanzables para sus posibilidades. Ni de las suyas ni tampoco de cualquier otra criatura de un pasar más que decente.

A partir de ese momento, LB nunca más se embutió en un traje abrillantado y desgastado por el paso del tiempo. Se dejó ver como si fuera el mismísimo Petronio redivivo y principió a cumplir uno de sus grandes sueños: dedicarse al montañismo, y al alpinismo, y a pasar grandes veladas en los mejores hoteles de la zona elegida.

Su ritmo de vida y sus ostentaciones concitaron envidias. Pero tuvo la suerte de que Manuel Fraga le tendiera un cable cuando estaba a punto de zozobrar. El que le ha permitido ser dueño de una fortuna de cuarenta millones de euros en Suiza. Que se sepa, por ahora. Y hasta puede que su enfrentamiento con María Dolores de Cospedal acabe en tragedia para el PP.
 

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