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OPINIÓN - DOMINGO, 16 DE JUNIO DE 2013

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Miscelánea semanal

Por Manuel de la Torre


MARTES 11.

Iker Casillas llevaba mucho tiempo luciendo cuerpo de foca. Los kilos de más le habían llevado a ser un portero peor de lo que ya era. Un portero carente de estatura e incapaz, por tanto, de imponer su autoridad en los balones por alto y, sobre todo, sin recursos para manejarse con los pies. Y Mourinho le advirtió de que podía perder la titularidad. Pero el muchacho nacido en Móstoles estaba convencido de que Alfredo Relaño, director del ‘Diario As’, jamás iba a permitir que nadie osara quitarle la titularidad en el Madrid. Relaño, a quien le gustan sobremanera los futbolistas apolíneos, no aceptó nunca que un varón de extraordinaria belleza fuera objeto de semejante oprobio por parte de José Mourinho. Y comenzó una campaña repleta de malaúva contra el entrenador portugués. Relaño reconoce que Mourinho es un gran entrenador, pero un mal ciudadano. Al que detesta. Y, desde luego, como amigo de Casillas que es, confiesa ser amigo del alma, dice que siempre lo defenderá a ultranza. A pesar de que le disgusta sobremanera que Sara Carbonero ejerza tanta influencia sobre el guardameta. Hay amores que matan. Y el de Relaño por Casillas es tan cristalino que puede propiciar que haya muchas personas que vean en el director del ‘Diario As’ un ramalazo de ternura que…, ustedes me entienden.

Miércoles. 12

Tarde de lectura. Decido que me toca darle tarea a mis pobres ojos, más que cansados, y dado que, últimamente, se viene hablando de la división de poderes, convertido en dogma gracias a Montesquieu, echo mano del segundo tomo de Historia de las Ideas Políticas. Y me voy derecho al señor de La Brède, para volverme a empapar de lo que él pensaba al respecto. La teoría política de Montesquieu es una teoría de los contrapesos (“Es preciso que el poder detenga al poder”). La separación de poderes, los cuerpos intermedidos, la descentralización y la moral son para él otros tantos contrapesos, otras tantas fuerzas que impiden que el poder caiga en el despotismo. En realidad, sin embargo, la doctrina de la separación de poderes no tiene en Montesquieu el alcance que le han atribuido sus sucesores. Porque él se contenta con afirmar que el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial no deben encontrarse en las mismas manos; pero de ningún modo piensa en preconizar una rigurosa separación entre los tres poderes, inexistente además en el régimen inglés. Lo que Montesquieu preconiza es una armonía entre los poderes, una atribución conjunta e indivisa del poder a tres órganos, la co-soberanía de tres fuerzas políticas, y también de tres fuerzas sociales: rey, pueblo y aristocracia. Ah, defensor de las leyes, tampoco Montesquieu ocultaba su escepticismo al respecto: La ley está hecha por legisladores, y éstos muy a menudo están por debajo de su misión. Grandeza de la ley y debilidad de los legisladores: “La mayoría de los legisladores han sido hombres limitados a quienes el azar puso al frente de los demás y que apenas han consultado más que a sus prejuicios y sus fantasías. Parece que desconocieran la grandeza y la dignidad misma de su obra”.

Jueves. 13

Los hay que escriben acerca de que si la Monarquía está siendo motivo de acoso y derribo es por culpa del Rey. La culpa de Juan Carlos I es, para algunos, querer ser tan cercano y campechano. Y se le insta a que nos represente como un ser superior a todos nosotros. “Si a la monarquía en el siglo XXI le quitas el distanciamiento, la separación, la diferencia, la historia que arrastra, no nos sirve para el fin pretendido, porque para ser iguales a nosotros ya tenemos a cualquier politicastro de turno que puede llegar a ser presidente de la República; baste recordar al infame e infausto Azaña con la oscura sombra de sangre y enfrentamiento que provocó en gran medida en los años 30 del pasado siglo sobre nuestra patria”. Quien así se manifiesta es Vicente García Hinojal. En La Gaceta. Le ha faltado decir ¡Vivan las cadenas! O que el Rey ha recibido el poder directamente de Dios…

Viernes. 14

Hablando con un militar, de alta graduación, ya retirado, salió a relucir el nombre de Manuel Azaña y el militar me dijo que, cuando él estudiaba en la Academia Militar de Zaragoza, les decían que Azaña había sido un demonio. Y se hablaba de él como si fuera la encarnación de todos los males. Yo le recomendé que leyera los Diarios, 1932-1933 “Los cuadernos robados”. Escritos por MA. Y me extendí: le dije que Azaña fue un gran dirigente que paró los pies de la Iglesia, aprobó una reforma agraria, trastocó el orden militar y dinamitó el centralismo español. Y que fue un ilustrado, liberal, prematuro. Azaña no se cansaba de decir que España debe gobernarse con razones y con votos. Y que mientras que la generación del 14 pensaba que el problema de la corrupción de la democracia era la democracia, Azaña decía que el problema era la corrupción. Y me atreví a decirle que Azaña, en otro país, podría haber pasado a la Historia como un padre del Estado moderno, pero la campaña en su contra le condenó a la esquina de los malditos. Y aún podría, de haber querido, seguir haciéndole el artículo a un político que se adelantó a su época.

Sábado. 15

Me llama un amigo que ha venido a Ceuta y que desea verme. Acudo presto a su encuentro para ponerme a su disposición. Y comemos juntos. Mi amigo, de quien sabía poco últimamente, me ha puesto al tanto de que ha perdido su empleo. Era directivo importante en una gran firma. Y, aunque ha sido bien remunerado por su despido, me cuenta que lo que más echa de menos son las dos horas que pasaba todos los días en su coche para ir de su trabajo a su casa. Ya que nunca quiso hacer uso de los trenes de cercanía. Y, ante mi sorpresa, me lo explica: Mira, Manolo, mientras estaba callado ante el volante, fantaseaba. El tiempo que pasaba en el coche me imaginaba haciendo cosas agradables: enviar a la porra a mi principal cliente, a quien me veía obligado a tratar bien aunque fuera un auténtico imbécil; o anunciar a mi mujer que el próximo verano me tomaría siete días de vacaciones, no solamente para intentar una aventura, sino también para no ver sus ojos cuando fumo en la cama o cuando dejo mis periódicos en el suelo después de haberlos ojeado. Nada me era imposible cuando reflexionaba de todo ello en solitario dentro de mi coche. Me sentía lleno de valor… Y luego llegaba a la oficina: el montón de expedientes desafiaba desde el mismo lugar que la víspera, un aviso del banco me indicaba que estaba en números rojos. Desde entonces, es decir, desde que llevo una vida de parado: ¡Se acabaron las chicas, se acabaron las vacaciones en solitario! Ante semejante declaración de mi amigo, a mí no me cupo más que reírme. Y he dicho para mis adentros: hay gente pa’tó.
 

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