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OPINIÓN - LUNES, 17 DE JUNIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Recordando a Mustafa Mizzian
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Domingo. Camino a prima mañana para eludir el sol que ya tiene ardores de verano, cuando un conocido me para con el fin de preguntarme si me acuerdo de cuándo falleció Mustafa Mizzian. Porque lo han estado hablando entre amigos y él ha aseverado que fue en 2009. Y quiere saber si ha acertado.

Le respondo que se ha equivocado. Y, tras una pausa, le digo que mi estimado Mustafa Mizzian murió en 2010. Concretamente, cuando febrero estaba recién nacido. Mi interlocutor tarda nada y menos en reconocerme una memoria prodigiosa. Y yo no dudo en aclararle que la memoria está considerada como el talento de los tontos.

Eso sí, en cuanto llego a mi casa, y decido ponerme a escribir, miro hacia atrás y los recuerdos me llevan en volandas a aquellos días en los que Jesús Cordero y Mizzian se ponían a debatir en la barra del Muralla sobre racismo, xenofobia, lecturas, política y de cualquier cuestión que se encartara.

Las discusiones estaban amenizadas por las copas de rigor y ambos, cuando se metían en disputa, no admitían interrupciones. Así que sus controversias se alargaban en el tiempo ante la complacencia de quienes habíamos decidido adoptar el papel de público asistente al espectáculo. Tal vez porque tampoco ellos mostraron nunca el menor interés en darnos participación.

Sea como fuere, el caso es que cuando Cordero y Mizzian decidían practicar la dialéctica, nos aseguraban a los asistentes un tiempo de ocio impagable. Donde las risas daban paso al interés por lo que se debatía y, desde luego, porque si el primero daba muestras evidentes de sus muchos conocimientos de los temas en litigio, sería injusto no resaltar el acopio de saberes del segundo, debido a sus innumerables lecturas. Y, sobre todo, a su peculiar manera de exponer sus argumentos; demorándose de tal forma que conseguía sacar de sus casillas a JC.

En cierta ocasión, dieron ambos por hablar de los clásicos. Y JC intervino con celeridad para decir que a éstos había que leerlos con la edad en la boca. Que leer a los clásicos pasada la treintena era un tostón insoportable. Y no me pude aguantar. Así que los interrumpí para hacerles ver que si yo me había atrevido a leer a los maestros rusos con tres décadas encima, también podía perfectamente atreverme con ellos. Y a partir de entonces, tanto MM como JC me permitieron participar en sus debates.

De Mizzian me acuerdo muchas veces… No en vano llegué a apreciarlo muchísimo, y creo que su forma de proceder en política fue merecedora de mejor pago en vida. De JC también. Pero por otros motivos. Amén de apreciarlo.

Pero metido ya a opinar sobre a qué edad se deben leer los clásicos, se me ha venido a la sesera lo que dijo Henry Miller: “Cualquier persona con la tripa llena de clásicos es un enemigo de la raza humana”. Y, con todos mis respetos, aireo mi desacuerdo con el autor de Trópico de Cáncer, 1934.

Para terminar, diré que, habiendo visto varias entrevistas televisadas a Alfonso Guerra, debido a unas memorias que ha presentado, días atrás, he observado que a éste sus muchas lecturas de los clásicos le están haciendo envejecer mejor que Felipe González. Lo cual me hace pensar que tales lecturas, además de conceder peritaje de ironía, sarcasmo y malaúva, son beneficiosas para soportar mejor el declive físico. Cuánto me hubiera gustado debatirlo con Mustafa. A quien he querido recordar.
 

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