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OPINIÓN - LUNES, 24 DE JUNIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Estamos condenados a convivir
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Tras las detenciones de varios presuntos yihadistas (utilizo este término, aun a sabiendas de que el yihad, habitualmente traducido por “guerra santa”, se presta a interpretaciones), llevadas a cabo por fuerzas conjuntas de la Policía Nacional y la Guardia Civil, Ceuta y Melilla han vuelto a ser noticia en todos los medios peninsulares.

Lo cual ha servido, una vez más, para que familiares y conocidos hayan decidido hacerme la llamada telefónica de rigor en estos casos a fin de saber más de un asunto que a mí me ha causado la justa preocupación. La misma que llevo teniendo desde que un día decidí establecerme para siempre en una ciudad que supo conquistarme con enorme celeridad.

Desasosiego que aparece en momentos como los actuales pero que desaparece en cuanto la noticia se va difuminando. Y, sobre todo, porque quien viva atenazado por el miedo acaba siendo víctima de ese temor. Mis palabras hacen que mis interlocutores entiendan que la tranquilidad reina en la ciudad.

Cuando se habla de que Ceuta está habitada por varias culturas, pocos son los que tienen en cuenta que semejante variedad es siempre conflictiva. Porque si ya es difícil vivir entre personas pertenecientes a la misma comunidad, qué no será cuando se trata de ordenar las relaciones entre el hombre y sus vecinos –cómo vivimos en sociedad-, cuando cada grupo tiene necesidades y costumbres diferentes.

No debemos olvidar que la cultura configura la visión de la vida y de sus etapas, de nuestros ancestros, de los dioses, la relación con la naturaleza, e incluso las bases de los diferentes sentidos de la autoridad. O las diferencias de trato a mujeres y hombres; o a la manera de abordar la homosexualidad o el aborto. En todo caso, los hay que saben mucho del tema y dicen que la cultura es siempre algo cambiante e híbrido.

Quien haya leído a Ortega y Gasset, lo cual no es tarea fácil si acaso uno no se ha pasado en la cama una larga temporada por prescripción médica, sabrá “que las condiciones que la gente experimenta en sus años formativos tienen un profundo impacto entre sus valores culturales”. Malo es, por tanto, que la juventud permanezca anclada en los tiempos de Maricastaña.

Parece mentira que, cuando tanto se ha venido aireando que el mundo caminaba firmemente hacia la globalización, esa fuerza omnímoda que amenaza con implantarse en todos los ámbitos -servicios, capitales, personas, ideas- como una imparable corriente unificadora, la contradicción haya aflorado. Esa misma globalización, en especial las de las comunicaciones, que trata de allanar y unificarlo todo ha reforzado, si no alentado a su vez, la proliferación de minorías que reivindican sus diferencias. En ocasiones, reaccionando con violencia y generando conflictos que amenazan la convivencia entre culturas y civilizaciones.

Hay especialistas del problema que se preguntan si todavía estamos a tiempo de encauzar el poder y la facultad de estos “pocos” para aprovechar su energía como factor positivo en esta época de homogeneización y desarraigo. Recomiendo la lectura de “La fuerza de los pocos”. Como antes lo hice con “Identidades asesinas”. Lecturas que ayudan a saber algo más del terrorismo referido. Si bien conviene decir que todo se reduce a convivir entre comunidades, no de convencer, y menos aún de convertir. Estamos condenados a relacionarnos; no a entendernos.
 

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