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OPINIÓN - SÁBADO, 29 DE JUNIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Lo que no se ha dicho
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Guardo como un tesoro, en los anaqueles de mi modesta biblioteca, El otro fútbol: un libro de 93 páginas y que es un conjunto de artículos sobre los más variados temas y correspondientes a distintas épocas. Sin embargo, los tres primeros –los más extensos del libro- versan sobre un tema inédito hasta ese momento en la obra de Miguel Delibes. Donde el escritor reconoce que la publicación de un artículo sobre fútbol había desencadenado contra él un número de réplicas jamás tenidas durante su largo oficio de emborronar cuartillas. Algo que sigue sucediendo.

En aquellos entonces, cuando la selección española parecía estar gafada, aunque Kubala y Di Stéfano formaran parte de ella, entre las huestes de la cultura el desprecio por el deporte rey parecía una pose necesaria para diferenciarse de la masa, mientras el boxeo era para los más cultos la metáfora de la vida. Desde hace mucho tiempo, y sobre todo desde que la selección gana, jugando bien, menos bien, mal y hasta con suerte, en no pocas ocasiones, el ansia literaria de gol ha hecho posible que cultos, eruditos, doctos, ilustrados, y demás componentes de la plasticidad estilística, escriban del deporte rey más que el Tostado. Que era el alias de Alonso Tostado de Madrigal, también alias el Abulense y que dejó escritos tal cantidad de pliegos, que su afanosa conducta dio origen a la locución.

Tras haberme leído a las mejores plumas, barrocas y, por tanto, recargadas de metáforas, alegorías, imágenes y símbolos, no he encontrado ninguna que me dijera el motivo principal por el cual los futbolistas italianos apabullaron a los españoles durante el primer tiempo y parte del segundo. Según ellos, hubo algo de fortuna y hasta tratan de colarnos que la presencia del recuperado ‘santo’ influyó con dos intervenciones milagrosas cuando peor lo estaban pasando los chicos de Vicente del Bosque. Por cierto, un Del Bosque que tardó un siglo en darse cuenta de cómo los italianos entraban por la banda derecha a placer con Maggio y Candevra poniendo en evidencia a Jordi Alba.

El seleccionador nacional, tal vez atosigado por el calor y la humedad reinantes, tampoco se percató del motivo principal por el que los componentes del medio terreno italiano –sala de máquinas le llaman ahora los cursis- se hicieron dueño de la zona en la cual se generan las victorias. Y el motivo era uno y principalísimo: los saques de puerta en largo, de nuestro portero, cuando así lo exigía la presión de los rivales, iban todos a la cabeza, al pecho o a los pies de éstos. Me entretuve en contar hasta siete u ocho golpeos fallidos. Y todos ellos propiciaron jugadas que terminaron siendo peligrosas para la portería del muchacho más querido de una España en la que conviene vivir permanentemente preocupado por lo que ha sufrido un mito sometido a la tortura de un portugués malvado, para que nos olvidemos de que a Bárcenas puede darle un ataque de sinceridad, estando ya entre rejas, y salten por los aires muchos barandas de la cosa política.

La selección española padeció, durante muchos e interminables minutos, los insufribles saques de Casillas con los pies. Los cuales fueron rompiendo el juego de sus compañeros. Que se vieron sin balón, sin ritmo y sometidos a la ley que imponían los italianos. A los que les faltó fortuna y un Pirlo con menos años. Lamentable fueron, una vez más, los comentarios de Manu Carreño. En esta ocasión, Kiko Narváez no lo secundó. España ya está en la final. Ojalá que gane y que Bárcenas se sienta más español que nunca.
 

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