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OPINIÓN - MARTES, 2 DE JULIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

El mito pegó un petardo en Maracaná
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Desde hace ya bastantes meses, una telenovela, por capítulos, ha venido concitando el interés de los españoles. Con éxito de prensa y público que para sí lo quisieran las productoras venezolanas del género o cualquier otra perteneciente a algún pueblo americano de habla hispana. La trama de la telenovela, divulgada por todos los medios de comunicación, tanto escritos como orales y audiovisuales, consiste en que una pareja guapa y famosa está siendo perseguida con saña por un portugués malvado, repleto de envidias y rencores y atiborrado de animadversión hacia un muchacho natural de Móstoles y una chica a la que nacieron en un pueblo de Toledo: Corral de Almaguer. La cual responde al nombre de Sara Carbonero.

El muchacho es portero de fútbol. Y ella periodista. Y los dos enamoraron al mundo romántico cuando el deportista decidió con las cámaras de por medio y en directo besar apasionadamente a la reportera en la zona dedicada a entrevistas tras los partidos. A partir de ese momento, los linces de la comunicación vieron un chollo para ganar dinero y convencieron a los tortolitos de que el mundo mundial estaba a sus pies y que bien contada la relación sería un manantial de dinero. Y ambos aceptaron la propuesta. La cual incluía que ciertos periodistas estuviesen al tanto de cuanto sucedía en el seno interno de una plantilla –madridista- donde mandaba un Viriato al que convenía crucificar por haberse arrogado facultades de caudillo.

El muchacho de Móstoles, llamado Casillas y por sobrenombre “El santo”, era ya un mito para la tribu mediática, dirigida por Alfredo Relaño, director del Diario AS. Una leyenda a la que se le adjudicaba cualidades y hechos que no se correspondían con la verdad. Y tantas alabanzas fueron haciendo de él un personaje engreído y a quien le pudo la holgazanería y el querer jugar con el mínimo esfuerzo. Y se hizo con un trasero calcado al que luce un político tan reputado como Javier Arenas.

Ante semejante actitud, Viriato –Mourinho- decidió tomar cartas en un asunto que atentaba contra las aspiraciones deportivas del mejor equipo del mundo. Y se armó la marimorena. Viriato –Mourinho- sentó en el banquillo a Casillas y luego, tras una lesión y su posterior recuperación, decidió que no estaba en condiciones de jugar. Y los capítulos de la telenovela fueron generando un desorbitado interés. Ya que se sucedían las intrigas, los chivatazos, las puñaladas traperas, y los periodistas en general – perdón: salvo algunos versos sueltos- clamaban contra ese portugués bocaza, desalmado, intransigente, bravucón, etcétera, que trataba de hundir en la miseria al mejor portero del mundo. ¡Qué osadía!...

Los capítulos de la telenovela fueron ganando en emoción y el muchacho de Móstoles y la chica toledana fueron desagraviados por lo más encopetado de una España donde se gritaban maldades contra un portugués que se había atrevido a poner en duda los valores de una pareja ideal. Y a mí me fue posible comprobar que los fanáticos pueden ser a menudo gente más agradable que razonable y equilibrada.

La telenovela, en su penúltimo capítulo, recreó los llantos y lamentos del mito ante las injusticias sufridas. Por ser género cuya principal característica es contar desde una perspectiva básica melodramática una historia de amor. El último capítulo, en cambio, ha tratado del petardo que ha pegado “El santo” en Maracaná. Donde Dios se hizo Neymar. Y puso a la pareja en su sitio.
 

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