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OPINIÓN - DOMINGO, 14 DE JULIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Entrenadores y actores
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En nada me siento menos imperito, gracias a que fue mi oficio durante muchísimos años, que en cuestiones futbolísticas. Deporte que me interesa más que ningún otro, aunque casi todos me gustan lo suficiente para verlos. Así que podría muy bien hacer mía la frase que se le atribuye a Albert Camus: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.

El fútbol es una actividad que acapara la voluntad de sus actores. Como todos los deportes. Si bien éste, por ser el deporte rey, exige una entrega ilimitada a los profesionales. Llamado el opio de los pueblos, por la ascendencia que ejerce sobre las personas, el fútbol fue mejorando en todos los aspectos con el paso de los años.

Nada que ver, pues, aquel balón que disponía de un cosido por donde se hinchaba, con los actuales. Un balón que, si le dabas con la cabeza, por el cosido, te aseguraba una raspadura y la consiguiente jaqueca. Y qué decir si el campo de tierra estaba enfangado y la grava se adhería al cuero. Aún recuerdo un partido en León donde los jugadores llevaban todos pañuelos atados a la cabeza.

No me cansaré de decir que la llegada de Helenio Herrera a los banquillos fue un soplo de aire fresco para los entrenadores. Él se hizo respetar en un oficio donde el entrenador era un don nadie. HH hizo posible, con su enorme personalidad, que todas las miradas y las críticas recayeran sobre él. Con lo cual monopolizó la atención y se convirtió en el punto de mira de tirios y troyanos. A partir de ese momento, los entrenadores adquirieron prestigio y ganaron más dinero que nunca antes. Creó escuela. Muchos años después aún se seguía hablando de sus métodos y de cómo imponía sus criterios por encima incluso de las figuras de la época.

De HH ha trascendido una frase que hizo popular y que sus más encarnizados rivales la siguen usando para describirlo como un tipo arrogante: “Ganaremos sin bajarnos del autocar”. Conocido por el sobrenombre de El Melenas, sus jugadores le adoraban.

Cuando a mí se me ha preguntado por él no he tenido el menor inconveniente en compararlo con José Mourinho, cambiando lo que haya que cambiar. Ya que en aquellos entonces los medios de comunicación eran pocos y no se escribía de fútbol como ahora. Y, por tanto, difícilmente podía el entrenador estar todo el día en el candelero. Ni aun siendo HH.

HH era actor, además de ser el mejor entrenador de fútbol. Que es lo que debe ser un entrenador. Entrenadores que sean también actores, actualmente, solo hay dos: Guardiola y Mourinho. El primero es lo más parecido a Charles Boyer. Que trata de embaucar a sus admiradores con sus visajes. La cara del Pep, cuando habla, es el fiel espejo de una persona cuyo cometido principal es convencernos de que estamos ante una criatura sincera, acogedora, leal y con una capacidad intelectual que para sí la quisiera Mario Vargas Llosa. El segundo, es decir Mourinho, lucha denodadamente para que nadie ponga en duda que él detesta a los hipócritas. A los aparentes. A los sepulcros blanqueados. Es una especie de James Dean.

Y, claro, en España se salvó de ir a la hoguera porque al inquisidor Relaño toda la fuerza se le va por la boca defendiendo lo que le ordena su parte alícuota femenina. Guardiola, desde que habla alemán, ha dejado de ser Charles Boyer para convertirse en un actor de películas de las que hacía la UFA.
 

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