Vivimos en un mundo cada día más
desigual y, por ende, más injusto. Recientes estudios
revelan situaciones verdaderamente preocupantes, debido en
parte a la falta de acceso a servicios básicos como pueden
ser la educación, la salud y el empleo. Viejo problema.
Cuando dejan de funcionar los programas sociales que dan
ayuda financiera a las personas más vulnerables,
difícilmente se puede construir un tejido armónico que nos
mundialice a todos, surgirán conflictos por esa falta de
compromiso con todo ser humano. No se puede especular con
los derechos humanos de las gentes, en todo caso debemos
profundizar en su dimensión jurídica con el fin de asegurar
su pleno respeto en todo el planeta. Por otra parte, la
ciudadanía tiene la obligación de participar en los asuntos
públicos, con la libertad necesaria para hacer valer su voz,
en plena corresponsabilidad social con todos los agentes,
para edificar una sociedad más avanzada y justa. Quizás, hoy
más que nunca, fruto de este mundo global, sea vital
proteger a las personas que divulgan información sobre
asuntos que tienen implicaciones para los derechos humanos.
Desde luego, una sociedad que olvida a determinadas
personas, que altera las prioridades y perturba la
prestación a los servicios esenciales del ser humano, se
desmorona más pronto que tarde.
Ante las inmensas muchedumbres de gentes sumidas en la
miseria más profunda, sin posibilidades de salir jamás, se
debería tender a la mundialización de la inclusión social.
Por desgracia, en los últimos tiempos se ha venido
empeorando la situación de las personas más vulnerables, y
ahora esas personas afrontan un futuro de endeudamiento e
insolvencia, que tiene difícil arreglo. Los llamados
trabajadores pobres, son trabajadores sin derechos, algo
inaceptable, pero que cada día son más. Por consiguiente,
pienso, que ante esta realidad, el mayor activo no son los
políticos, sino los ciudadanos, que han de tomar las riendas
para combatir la pobreza, con más y mejores puestos de
trabajo. A mi juicio, son las plataformas ciudadanas las que
deben luchar por una protección social auténtica, para que
llegue a las personas que realmente han quedado sumidas en
la exclusión. Tenemos un deber de justicia, que no es de
caridad, sino algo inherente a cada uno de nosotros, de dar
a las personas que nada tienen, lo básico e indispensable
para poder moverse por al vida. Nos han acostumbrado a dar
migajas y de lo que se trata es de hacer justicia con
aquellas personas, a los que la propia vida les ha impedido
tener formación y acceso al empleo, que podíamos haber sido
cualquiera de nosotros, por el hecho de nacer en una
determinada zona o en un determinado país.
Es evidente que para cambiar todo este complejo mundo hace
falta la participación ciudadana, y que actúe con criterios
verdaderamente democráticos, de ahí que la esfera política,
hablo de la que se ha amparado en las instituciones para el
lucro personal, tiene que estar mucho más controlada por esa
honesta ciudadanía, que debe participar en la vida pública
de manera directa y consensuada. Lo que sucede también es
que hemos perdido el valor solidario entre las personas. A
mi manera de ver, no hay solidaridad en un mundo injusto, en
un mundo como el actual que se mueve por sentimientos
superficiales, y por intereses de valor, no de bien
colectivo. Por tanto, nosotros, los que vivimos en este
espacio del bienestar, ciertamente somos deudores de tantas
vidas truncadas, de tantos sufrimientos que se podrían haber
evitado, a poco que hubiésemos profundizado en resolver los
problemas sociales de nuestros semejantes. Muchas veces
hemos sido cómplices de gobiernos corruptos, de riquezas mal
distribuidas, de ejercicios arbitrarios e incontrolados del
poder, de abusos que en absoluto se adecuan a las exigencias
objetivas de la moralidad.
A pesar de las continuas proclamaciones de buenos
propósitos, todavía no hemos sabido pasar a la acción. Es un
tema pendiente. El día que el ser humano se tome en serio el
valor de la justicia con criterios despolitizados, y con el
discernimiento de apertura, descubriremos que todo lo
tenemos que construir juntos, y es desde la unidad, la
manera de avanzar en la convivencia de unos y de otros. En
consecuencia, la cuestión social ha de ser vínculo profundo
para salvar esa unión. Una sociedad que tiende a
comercializarlo todo, que vive explotada por los agentes
económicos, que no entiende de estabilidad, y mucho menos de
honestidad, ha perdido toda orientación, hasta el punto que
va a necesitar de una nueva brújula para retomar un
crecimiento armónico. Ese nuevo compás pasa por el respeto y
la consideración hacia cada uno de nosotros. Cesaría
cualquier tensión racial, religiosa, política..., porque en
el mundo habría una auténtica comunidad solidaria, dispuesta
a entenderse y a comprenderse. Para ello, hace falta
transformar conciencias, tender puentes entre el norte y el
sur, oriente y occidente, converger culturas y confluir
pensamientos. Hoy por hoy, los hechos están ahí, vivimos en
un mundo injusto a más no poder, y lo cruel es que apenas
hacemos nada por transformar modos y maneras de vivir.
En todo caso, me parece una obligación humana que los
lugares más pobres y débiles, reciban la mano tendida de los
más pudientes. Sin duda, en la redistribución de los
recursos de un mundo global, lo prioritario ha de ser
prestar atención al sostenimiento de aquellas familias que
se han quedado fuera del sistema. Lo que procede, pues, es
rescatar de la miseria a las personas, y no lucrarnos de esa
miseria. No es de recibo un estilo de vida basado en la
especulación, en el aprovechamiento ilícito, en que
prevalezca la ley del más fuerte; pienso que, con urgencia,
se deben activar los acuerdos ciudadanos superando cualquier
rivalidad política, con el objetivo de conseguir un grado
mínimo de bienestar social para todos. Hoy el mundo se rige
por los ricos, el día que se deje regir por la pobreza,
estoy convencido que el futuro será colectivo y el presente
también será un porvenir más justo. Al fin y al cabo, uno
tiene que verse en el prójimo, próximo siempre, sea pobre o
rico.
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