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OPINIÓN - JUEVES, 22 DE AGOSTO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

La esperanza como consuelo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

He estado de vacaciones, durante dieciséis días, aunque no he dejado de escribir la miscelánea semanal. Tiempo dedicado a la lectura, prescindiendo incluso de mis visitas a la playa o bien a la piscina del Hotel Parador La Muralla (por cierto, sé de buena tinta que el parador está trabajando muy bien este verano). Albricias, pues, a quien corresponda que se haya producido semejante buena nueva.

Cuando se me pregunta por parte de algún conocido, la razón por la cual no voy por las mañanas a la playa, se me ocurre responderle, para justificar mi conducta, que el agua está muy fría y que el tacto con la arena me produce una sensación poco agradable. Es decir, que me resulta imposible echar mano de la tan socorrida frase a mi edad de que me desagrada exhibirme con panza. Porque mentiría.

Así, una vez que ha quedado claro mi desafecto por los baños de mar y hasta de agua dulce, otra pregunta surge en la reunión que suelo frecuentar los martes: “¿Hasta cuándo durará tu desencuentro con nuestro alcalde?”.

Y, claro, me ponen la respuesta a huevo, como se suele decir. Uno reconoce al otro en la medida que el otro le reconoce a uno. Lo que significa que la pasión nunca es ciega. Que la verdadera pasión va de la mano del conocimiento. Eso sí, me vais a perdonar que no cite al autor de la frase, porque no me acuerdo.

De lo que sí me acuerdo, y con enorme pena, son de los parados que han cumplido cuarenta años y se van haciendo a la idea de que lo tienen muy difícil para volver a trabajar. Debe de ser terrible conocer el futuro, un futuro tan desgraciado, y no poder hacer nada por evitarlo. A eso le llamaban los griegos tragedia. Tragedia, infortunio, desdicha, desastre, y así podría seguir enumerando palabras dramáticas para definir la situación que están viviendo padres de familia a los que la crisis ha puesto de hinojos y acabarán siendo víctimas del pánico de los parados. Del pánico de los parados he hablado tantas veces, por haberlo sufrido en mis propias carnes, que bien pudiera ser tachado de redoblar el tambor. Lo cual me importa un bledo y parte del otro.

En la reunión, que hay de todo como en botica, un empresario que ha estado a punto de plegar, se lamenta de que en España se hable continuamente de cómo ayudar a los jóvenes a hallar empleo y se olviden a casi 3,5 millones de parados, de los 6 existentes, que van desde los cuarenta a los cincuenta de edad. Una sinrazón.

Aunque cosas más raras se han visto y escuchado en un país donde el sentido común parece que hace ya mucho tiempo salió de veraneo y jamás ha querido regresar. Quizá porque le avergüenza vivir conchabado con quienes han decidido darle matarile a las clase medias, para tenerlas sumidas en el miedo. El miedo es un lastre que nos aterra, que nos empequeñece y nos devora. Con miedo, cuesta lo indecible decir ¡basta ya! El miedo suele paralizar.

Por tal motivo, no nos puede extrañar que los políticos vengan haciendo de su capa un sayo. Y que sea posible que llevemos ya la tira de tiempo hablando de Luis Bárcenas cuando lo que hay que hacer, por la vía de urgencia, es devolverle la vida laboral a más de tres millones de criaturas que, con cuatro décadas cumplidas, salen todos los días a la búsqueda y captura de un empleo que no encuentran. Con lo que ello significa. Por consiguiente, cuando me dicen que se impone la esperanza, se me viene a la memoria lo que dijo el poeta: “La esperanza es una enfermedad mortal de la que no se acaba nunca de morir…”.
 

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