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                     El mundo anda desconsolado porque 
					a sus moradores las desilusiones les matan. Es público que 
					cuánto más promesas reciben los ciudadanos, con más 
					decepciones se encuentran. Ahí están los recientes datos: El 
					67 % de los líderes empresariales consideran que las 
					compañías no hacen lo suficiente para superar los retos que 
					supone un futuro sustentable en materia económica y 
					ambiental. Así lo acaba de revelar una encuesta realizada 
					por el Pacto Global, la iniciativa de la ONU y el sector 
					privado que vela por una economía comprometida con el medio 
					ambiente y los derechos humanos. Sabemos que no es ético 
					lucrarse de un cambio climático catastrófico, de un 
					desempleo apocalíptico o de los disturbios sociales que se 
					pueden originar como consecuencia de este caos. Pues nada, 
					seguimos como en la época de Cicerón: la amistad comienza 
					donde termina o cuando concluye el interés. Con razón el 
					beneficio es la rueda principal de la máquina del mundo. Es 
					el rédito del todo vale, con tal que a mi (poder) me dejen 
					seguir metiendo la mano en la bolsa de los caudales. Y, así, 
					cuando la política pasa de ser un servicio, a servirse de la 
					ciudadanía, haciéndonos pensar que se trabaja por nosotros, 
					los charlatanes se ponen de moda.  
					 
					Por nada del mundo quieren bajarse del pedestal. Saben que 
					con un poder absoluto hasta a un burro le resulta fácil 
					mandar. Pienso, por consiguiente, que ha llegado el momento 
					de organizar otros poderes más interactivos, los presentes 
					parecen organizados para oprimirse unos a otros. Lo que sí 
					urge es más entendimiento y más reciprocidad en los 
					diálogos, sobre todo para propiciar otras políticas más 
					reales con la situación, que puedan optimizar estas 
					situaciones adversas con mejores gobernanzas. El gentío está 
					indignado por las crecientes desigualdades e inseguridades 
					que existen sobre todo para las personas más pobres y 
					marginados. Esto pasa en aquellos países que han adoptado la 
					política como profesión. La honradez brilla por su ausencia. 
					Hay una clara demanda de justicia social y de aumentar la 
					rendición de cuentas. Por otra parte, cuando la escasez de 
					empleos o medios de vida disponibles mantienen a las 
					familias en la pobreza, también todo se desmorona. El cambio 
					hacia un desarrollo incluyente y sostenible no será posible, 
					mal que nos pese, si las políticas son permisivas, corruptas 
					y partidistas. No se puede seguir negando a millones de 
					personas la oportunidad de ganarse la vida en condiciones 
					humanas, o sea, dignas y equitativas. 
					 
					Los políticos tienen que sentir con el pueblo. Son del 
					pueblo y han de servir al pueblo. No al capital o a su grupo 
					de amigos. Son nuestros servidores. En todo momento deben 
					estar con esa ciudadanía que lucha por un trabajo seguro, 
					productivo y remunerado de manera justa. La realidad nos ha 
					demostrado que el crecimiento económico por sí solo no es 
					suficiente. Hay gente que está predestinada a ser pobre, 
					aunque viva en zonas ricas. Sin duda, hacen falta otras 
					políticas sociales que aminoren las penurias que viven 
					algunas personas. Sin embargo, cuando el diálogo entre la 
					gente y los políticos apenas existe, si acaso en época 
					electoral, es muy difícil poder avanzar hacia el ansiado 
					pleno empleo, puesto que las sociedades se sienten 
					desamparadas, provocando una espiral descendente de 
					incertidumbre. Está visto que los países que han alcanzado 
					niveles elevados de puestos de trabajo y de reducción de la 
					marginalidad abordaron los factores estructurales causantes 
					de la miseria, aplicando una amplia protección social, 
					acompañada de otros activos, que han fomentando la inversión 
					y las ganas de crear empleo. 
					 
					La política es fecunda, debe serlo, pero es necesario 
					también que se mueva en la dirección correcta. Para empezar, 
					no puede defraudar al pueblo. Tiene que dejar de ser el 
					provecho de unos pocos. Los programas deben recuperar 
					genialidad y hacerse cargo de las situaciones reales de las 
					personas, asegurando a todos, qué menos que esperanza e 
					igualdad de derechos. Para ello, las instituciones tienen 
					que actuar con transparencia. A medida que el entorno se 
					vuelve oscuro, las prioridades suelen ser otras, y suelen 
					primar los intereses en lugar del bien colectivo. De ahí, 
					que considere esencial garantizar la participación ciudadana 
					y el compromiso ciudadano, para logar que las cuestiones a 
					desarrollar sean lo más incluyentes y eficaces posible. Sin 
					ir más lejos, un objetivo de tanto relieve como el empleo 
					pleno, estimado como una emergencia mundial, precisa 
					diálogos consensuados, de lo contrario no pasará de ser un 
					sueño más. 
					 
					Por desgracia, son muchas las personas desanimadas que han 
					dejado de buscar trabajo. Precisamente, son las 
					instituciones, con sus políticas robustas y coherentes, las 
					que han de encauzar a estos ciudadanos a ganarse la vida. Un 
					empleo de calidad ilusiona a cualquiera. Lo que no se 
					entiende es que con tanto desempleo, el porcentaje de pobres 
					que perciben prestaciones en efectivo u otro tipo de apoyo 
					periódico a los ingresos, sea cada vez menor. Ante esta 
					triste realidad, ¿cómo se puede aminorar el gasto público en 
					protección social para programas destinados a la población 
					en edad de trabajar?. Es cuestión de priorizar, de adaptar 
					los objetivos y las metas a las circunstancias actuales. 
					Hasta ahora nos hemos centrado únicamente en el crecimiento 
					económico y en confiar en que éste genere suficiente empleo. 
					Esto no es así. Para crear empleos de calidad se precisan 
					sectores privados fuertes, otras políticas más entregadas a 
					la ciudadanía, y entornos propicios que tengan objetivos más 
					sociales y humanos que los actuales. 
					 
					Claro, para activar esta política pensando en los más 
					pobres, es bueno conocer sus problemas, pero no es 
					suficiente, es necesario además amarlos. El auténtico valor 
					político es lo que genera esperanza en el pueblo. Lo nefasto 
					del momento reciente es la confusión del término, y en lugar 
					de premiarse el espíritu de servicio, se recompensa al que 
					más aplaude al poder de turno. Ninguna reivindicación puede 
					desembocar en un mercadeo ciudadano. Hasta ahora, la 
					comunidad política internacional tampoco ha logrado producir 
					un consenso global sobre los valores y principios 
					fundamentales que avivarán una actividad económica 
					sostenible. Está visto que, en ausencia de un gobierno 
					mundial, va a ser muy difícil establecer medidas de control 
					de capitales, generar vínculos de empleos, instituir 
					diálogos sociales, generar desarrollo compartido. Ahora 
					bien, no podemos seguir atrapados por la crisis. Tenemos los 
					recursos precisos. Sabemos lo que hay que hacer. Lo único 
					que se necesita son servidores dispuestos a favorecer, no al 
					que más tiene, sino a aquellos que, por su condición social, 
					cultura o salud, corren el riesgo de quedar relegados a la 
					indiferencia más cruel como siempre. 
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