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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 25 DE SEPTIEMBRE DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Día de la Merced
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Invitado fui a la celebración de la festividad de Nuestra Señora de la Merced en el Centro Penitenciario de los Rosales. Acudí presto al ofrecimiento, debido a que el año anterior no pude acudir a un acontecimiento del cual he venido disfrutando varios años.

Lo primero que eché de menos fue la presencia de Alejandro Sevilla. Ese cura amigo con quien siempre me he llevado más que bien. Su ausencia se debió a que, según me dicen, se halla pachucho.

Pronto acudió a darme la bienvenida el subdirector del centro: Pablo García Pacios, subdirector de seguridad. Quien me confesó las mejoras que han venido produciéndose en la cárcel desde que llegó Francisco José Delgado: director. Pablo es persona afable, educada y de amena conversación.

Patricia Salgado, a la que hacía un mundo que yo no veía, se me acercó para presentarme a un hermano franciscano perteneciente a la Casa Familiar Nuestra Señora de los Ángeles de Cruz Blanca. PS es directora. Y me pidió que les hiciera una visita. Le prometí que iría y contaría lo que ella tanto me celebraba.

Francisco Antonio González decidió hablar unos minutos conmigo. Se acercó un funcionario y le preguntó por su salud. Y Pacoantonio no se mordió la lengua en su respuesta. Tiene asumido lo que viene padeciendo y ha llegado a la conclusión de que sólo le vale mirar hacia delante. Y a fe que lo hace con una entereza digna de encomio.

De pronto me vi participando en un corrillo amenizado por la charla de varias mujeres. Y les dio por hablar de los pueblos blancos de Cádiz. Y no tuve más remedio que sacar a relucir el nombre de Juan Lara Izquierdo: conocido como el artista de la luz. Nacido en El Puerto de Santa María y pintor también de los pueblos blancos mejicanos y marroquíes. Antes de morir me regaló varias litografías que conservo como oro en paño. Fue gran amigo de Rafael de Paula.

Vi venir de frente y a escasa distancia a Yolanda Bel. Y de haber podido, créanme, se habría dado la vuelta con tal de evitarme. La consejera de Presidencia, Gobernación y Empleo parecía que había visto al mismísimo demonio. Mientras que yo mantuve mi mirada educada y dispuesta a saludarla. Pero ella no dudó en hacerse la ofendida. Está visto que esta mujer no entiende que calificarla de honrada a carta cabal es lo mejor que se le puede decir a cualquier persona con dos dedos de frente. Así le va… Y le irá…

Nuestro alcalde tampoco quiso ser menos que su querida compañera de partido y miembro de su gobierno. Intentó por todos los medios hacerse el lipendi. El tonto. Como si intercambiar los saludos de rigor conmigo hubiera sido motivo muy principal para perder parte de ese prestigio que él cree haberse ganado a pulso, durante doce años ejerciendo de primera autoridad.

Y a mí, como ustedes comprenderán, semejante actitud de nuestro alcalde me produjo, inmediatamente, una enorme inquietud; una angustia terrible; un desconsuelo jamás sentido y un miedo que se me ha metido en el cuerpo y que me está haciendo pasar el rato más amargo de mi vida. Y no es para menos.

Por consiguiente, cuando han pasado ya varias horas de lo ocurrido en el centro penitenciario, todavía me puede el canguelo. Y ando mustio, tocado de un ala y sin saber qué hacer. Por mor de los desaires sufridos por YB y por nuestro alcalde. ¿Qué les habré hecho yo, Dios mío? ¡Qué miedo!...
 

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