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OPINIÓN - LUNES, 7 DE OCTUBRE DE 2013

 
OPINIÓN / COLABORACION

Con la Iglesia hemos topado: el Medinaceli
vuelve preso y maniatado a su exilio

Por Jacobo Díaz Portillo


Apesar del desmedido esfuerzo sibilino de algunos por apagar el fuego con un capotazo de color púrpura, la polémica sobre el lugar de culto del Medinaceli sigue estando viva en la mente y en el corazón del pueblo caballa. Pero como dijo Don Quijote a Sancho, “con la Iglesia hemos topado”, frase que en nuestro contexto, hace clara alusión a la actual impotencia y resignación popular para decidir sobre el destino final de sus imágenes ante un poder superior que no tiene en cuenta su opinión. Durante la historia la Iglesia siempre ha tenido fama de imponer sus estrictos criterios que, en el peor de los casos, han llevado a la hoguera a científicos y sabios defensores de teorías aparentemente demasiado innovadoras para su época. El reflejo de su legado se traduce en nuestra triste actualidad con el absurdo regreso del Medinaceli, preso y maniatado a su exilio silencioso y forzado.

El principal motivo que me estimula a escribir en medios no relacionados con mi profesión sanitaria es, sin duda alguna, la lucha contra este tipo de conductas irracionales, en instituciones cuya tarjeta de presentación debe ser siempre la humildad, la caridad, el diálogo, la concordia y la misericordia. En esta lucha desigual de David contra Goliat percibo el apoyo popular reflejado con nitidez en el número de personas que me consta leen mis artículos de opinión, y pulsan “me gusta” en la edición digital del periódico. También me sirve de revulsivo las escasas críticas adversas publicadas sobre mis escritos públicos. Estas últimas me inducen a contrastar más y más la realidad, por la posibilidad de que uno no haya estado acertado en su fondo y/o en su forma. Es un espléndido acicate para investigar de nuevo sobre el tema en cuestión en el escenario espacial y temporal más adecuado, la capilla de la casa de Hermandad del Medinaceli durante sus cultos del pasado mes de septiembre. Allí he hablado y contrastado opiniones con los cofrades y con numerosos devotos del Medinaceli, y también he vuelto a leer todo lo escrito y publicado sobre el tema. Es necesario comprobar si sólo son simples vilipendios gratuitos, peregrinos, triviales y dirigidos o, por el contrario, dichas críticas tienen argumentos razonables, para entonar en ese caso, el mea culpa. Sin embargo, en mi torpeza mental, aún no he encontrado ninguna razón bautizada por la lógica que justifique el destierro de estas imágenes en San Ildefonso. ¿Y usted señor vicario las conoce? Sigo esperando que una mente intelectualmente superior a la mía me lo explique con la suficiente claridad que hasta los más pequeños que han rezado al Medinaceli en su capilla puedan entenderlo. ¿Por qué nuestros representantes de la Iglesia tienen miedo de reconocer públicamente sus errores? Debe saber, señor vicario, que el fracaso nos proporciona más sabiduría que el éxito. Los errores, los desaciertos y las derrotas, son inevitables para los mortales en esta vida dura y efímera que nos ha tocado vivir. Sin embargo, si nuestro orgullo nubla nuestro raciocinio, y nos impide dar el primer paso hacia la concordia, si dejamos que nos supere el miedo al qué dirán si cambiamos de opinión, si nos derrumbamos ante nuestra propia soberbia, si dudamos en volver a replantear el tema, nos estamos condenando a una vida llena de arrepentimiento. En este contexto le recuerdo la frase de Cicerón: “De todos es errar; sólo del necio perseverar en el error”, y la versión cristiana de San Agustín “Errar es humano; perseverar el error es diabólico”, y la mía: “Reconocer nuestro error ante los demás y rectificar el desagravio –además de sabio– es un desafío irreversible a nuestra prepotencia”. Las únicas personas que nunca cometen errores son aquéllas que nunca deciden nada. Las mejores lecciones que podemos llegar a aprender en la vida provienen de nuestros fracasos. Señor vicario, tenemos todos que aprender de nuestros errores, pues es el único camino para llegar a la sabiduría, para encontrar a Dios con nuestras imperfecciones humanas. Pues como decía Sócrates: “Para desembarcar en la isla de la sabiduría hay que navegar en un océano de aflicciones”.

Todo ello viene a colación por los dos escritos que, de forma repetitiva y simultánea, cubiertos bajo el palio de una intachable conducta moral y cristiana, con un contenido probablemente dirigido y sugerido, vuelcan sobre mis escritos estas personas que, por supuesto, respeto y agradezco que lo hagan siempre que sea motu proprio. Pero como decía Paulo Coelho: “Lucha por tus sueños o te impondrán los suyos”. Y mi sueño, y del pueblo caballa, señor vicario, es ver siempre al Señor de Ceuta en la capilla de su casa de Hermandad, rodeados por sus hermanos y sus fieles devotos que no han parado de visitarle en todo el tiempo que ha estado el edificio abierto al público. Y si esto lo comparamos con la ocre tempestad de silencio, desprecio y abandono espiritual que reina en San Ildefonso, la comparación, aunque odiosa, no tiene ni forma ni color. Por cierto señor vicario ¿ha estado usted con sus escribanos defensores durante los horarios de visitas y en los cultos de la cofradía del mes de septiembre en su Casa de Hermandad? Hasta donde llegan mis averiguaciones, usted sólo ha entrado en una ocasión en la capilla en el pasado mes para saludar a los hermanos del Medinaceli que hacían justo homenaje con su presencia al paso del Dulce Nombre de Jesús el pasado sábado 21. ¿Ha preguntado usted a su Junta de Gobierno por la actitud y la respuesta del pueblo de Ceuta? Creo que no, para qué. “Es mejor negar la realidad desde el desconocimiento que reconocer nuestro error ante la evidencia”. Esta frase apócrifa no la busque en Google, es mía. ¿Por qué no le sugiere usted a sus serviles escribanos que investiguen y publiquen ahora sobre lo sucedido antes y durante los cultos organizados por la Hermandad en su capilla? Como supongo que no lo va a hacer, lo hago yo que sí estuve allí, y fui testigo ocular de numerosas experiencias que quedaron prendidas en mi retina y en el alma de sus fieles devotos. Los hermanos cofrades han visto llorar de emoción y alegría a muchas personas que no salían de su asombro al ver tan cerca al Señor de Ceuta. Preguntaban rebosantes de felicidad y con reiteración ¿el Medinaceli se va a quedar aquí para siempre? Los Hermanos, con la pena contenida, solo podían responder con la expresión de su cara, y desviando lo justo la mirada. La Junta de Gobierno tomó datos sobre las numerosas visitas diarias a la capilla que ascendieron a 2.472 personas, así como su absoluta aprobación al lugar. Fui testigo de una asistencia desbordada a los cultos donde literalmente no se cabía, con gente de pie a pesar de las numerosas sillas que fueron colocadas para el evento, y lo mismo en el Rosario de la Aurora de la Virgen de los Dolores. Y le cuento todo esto a pesar del dicho de Aristóteles: “Es ignorancia no saber distinguir entre lo que necesita demostración y lo que no la necesita”. ¿Necesita usted más datos o prefiere que convoquemos un referéndum bajo el auspicio del Consejo de Hermandades?

Pero todo tiene su fin, incluida esta última “jugada” de la miel sobre los labios que nos ha regalado nuestro Obispado con el disfrute temporal de nuestras queridas imágenes acercándolas espacial y temporalmente a su pueblo. Pero como no podía ser de otra forma, los titulares de la cofradía vuelven a su exilio definitivo después de tenerlas con nosotros en su permiso pasajero, por una orden episcopal que suspende su “Tercer Grado Penitenciario”. Sin duda un episodio más de una absurda batalla, en un intento lampedusiano de cambiar algo para que todo siga igual. Todo lo ocurrido hasta el momento hace que los representantes de nuestra Iglesia Católica, Apostólica y Romana en Ceuta vengan sufriendo un permanente cuestionamiento popular, realzado por la ligereza de las inoportunas declaraciones descalificadoras que el señor vicario realizó sobre sus cofrades, en un ostensible ejercicio probable amalgama de cinismo e hipocresía, con un comportamiento tan hermético como ultramontano que ha desembocado en decisiones impopulares, incompatibles con la propia doctrina de Jesús, y que causan por igual alarma social y rechazo popular. Y no me refiero sólo a la actitud de nuestros representantes de la Iglesia de continuar con las reminiscencias históricas de su sistemática política de ordeno y mando, sino de la constante insensibilidad con que manejan cuestiones tan actuales y delicadas de profundo calado en el sentir popular como el lugar de culto y residencia del Cristo de Medinaceli.

Por tanto, y pese a la aparente coartada espiritual que se presupone a los responsables de la Iglesia, y en contra del deseo de sus fieles devotos, parecen tantos los intereses temporales de estos señores en el ocultismo de estas imágenes que dan pie a especulaciones de todo tipo sobre los verdaderos motivos de todo este tinglado kafkiano, cuyo principal objetivo parece consistir en borrar del escenario uncional de la religiosidad popular caballa a una imagen tan emblemática de nuestra ciudad como el Cristo de Medinaceli. Sólo eso puede desprenderse de esas decisiones tan unidireccionales como inoportunas, cegadas por el brillo deslumbrante de inmaculadas sotanas y de casullas doradas cuyo resplandor emana del despacho del señor obispo.

¿Cuándo van a dejar ustedes de actuar sobre las decisiones de nuestros Hermanos Mayores como lo hacían los antiguos éforos sobre los legendarios reyes de Esparta? A falta de aquilatar en el tiempo el sello personal que, todavía su desconocida figura y personalidad está creando en nuestra ciudad, nada de lo sucedido hasta ahora hace presagiar que vayamos a mejorar, encontrándonos una vez más con más de lo mismo, es decir, una institución autárquica, opaca y ensimismada que seguirá trabajando aquí, en el contexto que nos ocupa, en el empeño de mantener a toda costa y a todo coste el monopolio de la franquicia de la voluntad divina y de la razón absoluta, para así consolidar y mantener ese poder temporal del que todos dicen renegar, pero que regentan con voz de terciopelo y atesoran con mano de hierro. Y a los hechos me remito. Señor vicario ¿conoce usted el proverbio chino que dice “la mejor manera de evitar que un tigre te devore es montarte sobre él”? Eso hace la pulga, que en su insignificancia, siempre ha vivido oculta entre las rayas del tigre filisteo, al que conoce a la perfección en todos los sentidos. Ha compartido su territorio y participado en sus cacerías, en sus hazañas bélicas, siempre con discreción, dejando rugir y vencer al tigre, sin apenas mostrar la gran resistencia, paciencia y perseverancia que esconde en el interior de ese desapercibido pasajero de minúsculo tamaño. Pero ante tan fiero adversario, la pulga como hizo David (1 Sam 17: 8,9), siempre busca en la anatomía felina un cayado, una honda y cinco piedras lisas con la que poder derrotar a Goliat. Mientras tanto recuerda las actuales palabras de Paulo Coelho: “Nadie está a salvo de las derrotas, pero es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotado sin saber siquiera por qué se está luchando”. ¿No cree usted, señor vicario?
 

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