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                     La firme proyección mediática de 
					imágenes negativas y degradantes del ser humano, imponiendo 
					la tiranía de lo estético, provoca una constante 
					insatisfacción que nos acerca a la locura. Hay que retornar 
					a la estética del propio intelecto, a las vacilaciones y a 
					los interrogantes, que son realmente los pasos hacia la 
					verdad. Vivimos en una sociedad profundamente dominada por 
					los intereses de los dominadores, dependientes de los 
					mercados, que también quieren hacer ciencia. Ello constituye 
					una fórmula segura para el desastre total. De ahí la 
					importancia, de que en el pensamiento científico, también 
					estén presentes las emociones del arte, los abecedarios de 
					la poesía, los lenguajes de los sonidos. Se trata, en 
					definitiva, de activar la curiosidad hacia todo aquello por 
					lo que cabe discusión. En el fondo esta estética del 
					intelecto es la ciencia en su puro estado, una verdadera 
					escuela de moral, porque nos enseña a saber mirar y a dudar, 
					a maravillarnos y a sentir la pasión del amor por la verdad, 
					sin la cual nada toma vida. 
					 
					Por ello, aplaudo, que durante la semana del 11 de 
					noviembre, Naciones Unidas haya proclamado la “Semana 
					Internacional de la Ciencia y la Paz”. En su momento, decide 
					hacerlo, para instar a los países miembros y organizaciones 
					intergubernamentales a alentar a las universidades y a otras 
					instituciones de altos estudios, academias e institutos 
					científicos, asociaciones de profesionales y miembros de la 
					comunidad científica, a celebrar durante esa semana, 
					conferencias, seminarios, debates especiales y otras 
					actividades que promuevan el estudio y la difusión de 
					información sobre los vínculos entre el progreso científico 
					y tecnológico y el mantenimiento de la paz y la seguridad. 
					Estoy seguro que este tipo de conmemoración es saludable 
					para todos. Sin duda, va a propiciar que la armonía, entre 
					unos y otros, gane posiciones. Todo va a depender de nuestro 
					grado de implicación, de nuestra disposición y toma de 
					conciencia de la relación entre el mundo científico y la 
					realidad que vivimos. No olvidemos que nuestro intelecto, 
					que nuestro ser pensante, siempre nos sorprende con 
					respuestas en momentos de incertidumbre.  
					 
					Indudablemente, para afianzarnos en el camino armónico es 
					cuestión de formación, de poner la disciplina científica al 
					servicio del ser humano, de sentirnos parte de ese valor y 
					protagonistas de ese horizonte, que actúa con respeto y 
					consideración hacia los derechos humanos. Está bien que se 
					cultive la ciencia, porque es conocimiento y, el conocerse a 
					uno mismo, siempre nos ayuda a vivir. Un país que entorpece 
					la creatividad investigadora, o la manipula para sus propios 
					fines, no avanza; y, lo que es peor, no forja porvenir 
					alguno. Las sociedades futuras tienen que ser sociedades del 
					discernimiento, de la comprensión y del juicio, y para ello 
					es preciso movilizar e imprimir conciencia, para dar 
					carácter integrador a la erudición. El momento actual que 
					vivimos es sumamente importante, se precisa la colaboración 
					de todos los gobiernos del mundo para seguir reforzando las 
					políticas de investigación en sus diversas áreas 
					tecnológicas y de innovación. Para que las ideas se 
					desarrollen y florezcan, hemos de interaccionar todas la 
					culturas entre sí, y mediante una reflexión conjunta, 
					extraer conclusiones. No se puede concebir una ciencia 
					aislada, sin conciencia colectiva, sin rumbo de humanidad, 
					sin arraigo social, por eso tiene que hacerse viable en 
					todos los rincones del planeta. 
					 
					La ciencia ha de ser un factor más de acercamiento entre los 
					humanos, de coordinación y aproximación, lo que favorece un 
					desarrollo pacífico. Sinceramente, pienso que debemos 
					entusiasmarnos mucho más por ese universo científico y 
					tecnológico, verdaderamente sorprendente, haciendo hincapié 
					en sus valores de fortalecimiento de vidas en común. Es 
					cierto que queda mucho por hacer, pero tenemos tiempo para 
					hacerlo, todo el tiempo del mundo para permanecer diligentes 
					en utilizar la sabiduría científica en favor de nuestro 
					propio hábitat. No es fácil gestionar los recursos naturales 
					en el tiempo y para todos. Lo sabemos. Pero la ciencia puede 
					venir en nuestro auxilio. Nadie es autosuficiente. Todos 
					dependemos de todos. Que lo sepamos. El mismo conocimiento 
					ha progresado debido al intercambio y a la interacción de 
					ideas entre culturas. Mi convicción es que debemos 
					aprovechar todo este saber de ciencias puras, no sólo para 
					seguir avanzando, sino también para vencer los males que nos 
					amenazan, muchos de ellos gestados a raíz de nuestra propio 
					sistema productivo. 
					 
					A veces pensamos que todo lo podemos dominar por nosotros 
					mismos y no es así. También tenemos que priorizar al ser 
					humano sobre las cosas, la ética sobre la técnica, el 
					espíritu sobre la materia, la sencillez sobre la 
					complejidad. Nada vale la ciencia sino se convierte en una 
					manera de ser y de vivir que nos tranquilice. El 
					endiosamiento de algunas culturas dominadoras son tan 
					peligrosas que nos instan a reivindicar una estética del 
					intelecto como esencia y valor, sobre todo para demoler 
					errores y revelar verdades. A mi juicio, es esencial que 
					activemos una ciencia más humana, para aglutinar pueblos y 
					culturas, para humanizar la deshumanización que nos invade 
					actualmente. Sería una manera de utilizar la ciencia para 
					edificar la paz, tan necesaria para poder convivir en un 
					mundo globalizado. Si en verdad queremos construir una 
					comunidad humanista, basada en la dignidad del ser humano y 
					en la convivencia de todos con todos, tenemos que proyectar 
					una ciencia de auténtico servicio a toda la humanidad. Es 
					esta pureza, la estética del intelecto, la que va generar 
					otro clima de entendimiento, menos posesivo y más libre, y 
					también más fraterno y menos opresor. 
					 
					Desde luego, para un mundo más pacífico y seguro, es preciso 
					continuar con los logros científicos y tecnológicos, 
					estimulando la mente con los valores y el cerebro con la 
					educación. No podemos actuar a un libre albedrío, existe una 
					percepción estética para dominar nuestros impulsos, y, de 
					este modo, no dejarnos llevar por el caos. Precisamente, 
					cualquier proceso es racional en la medida que revela un 
					orden de correspondencias innegables. Considero, pues, vital 
					la importancia de alentar al mundo de la ciencia a trabajar 
					hacia fines estéticos, que son los verdaderamente 
					constructivos, y no hacia el desorden, que lo que hace es 
					aumentar los absurdos de la vida. La influencia de los 
					científicos en la formación de la opinión pública, en virtud 
					de sus experiencias formativas, es demasiado significativa 
					para no considerarla, lo que exige que al saber más deben 
					también servir mejor, sobre todo en promover condiciones 
					favorables para el control de armamentos y el desarme, y en 
					animar el diálogo sobre temas esenciales en relación con las 
					contribuciones positivas que los conocimientos científicos 
					pueden hacer a la paz, la seguridad y el equilibro del 
					entorno. 
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