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                     Todos los Presidentes que hasta 
					1998 se turnaron en el Gobierno de Venezuela fueron blancos 
					de rasgos occidentales, algo que cambió con la llegada de 
					Hugo Chávez y su relevo en la figura de Nicolás Maduro. Por 
					vez primera, el negro, el mestizo, el indígena, el pobre, el 
					invisible, el “otro” se ve reflejado en sus gobernantes. En 
					Venezuela, las clases subalternas ya no son manejadas por 
					unas oligarquías al servicio del gran vecino del Norte y el 
					FMI, sino que es el pueblo mismo el que lleva las riendas de 
					su destino, con sus contradicciones, sus fallos y sus 
					tropiezos. Eso se llama democracia. 
					 
					Nicolás Maduro es un conductor de autobús, un hombre humilde 
					del pueblo que habla como el pueblo. El componente 
					religioso, por desgracia en mi opinión, es muy fuerte entre 
					los venezolanos. Y Maduro es un venezolano más. Lo malo de 
					las salidas de tono de Maduro es que hace que los medios de 
					manipulación mundiales al servicio de la oposición racista y 
					clasista venezolana tengan algo con lo que desprestigiar la 
					causa bolivariana. No hablan de las subidas de salario 
					mínimo, ni de la matriculación universitaria, ni de un 70% 
					de población antes analfabeta y olvidada que ahora come tres 
					veces al día y tiene derecho a Sanidad y Educación, ni de la 
					unión de los pueblos del continente, ni de la reducción de 
					la pobreza y la muerte infantil. Prefieren dar cobertura 
					mediática a un pajarito y a una cara en una excavación, 
					haciendo gala de ese eurocentrismo tan nocivo y 
					condescendiente. Yo soy ateo y respeto que cada uno crea lo 
					que quiera, pero no entiendo muy bien qué legitimidad moral 
					o intelectual puede tener un practicante católico, judío, 
					musulmán o de cualquier otra confesión para reírse de las 
					declaraciones de Maduro. No entiendo que mientras se 
					considera respetable creer que alguien abrió el Mar Rojo o 
					que Cristo, hijo de una Virgen, resucitó al tercer día de su 
					crucifixión, se considere de risa que otro religioso piense 
					que alguien se le aparece desde el más allá. La base 
					empírica es la misma que la de cualquier otra declaración 
					religiosa: ninguna, cuestión de fe. 
					 
					Apuesto a que muchos de los que se han mofado de Nicolás 
					Maduro son militantes del PP. Y apuesto a que muchos de 
					ellos, en cambio, ven completamente normal que varios de sus 
					líderes pertenezcan a una organización como el Opus Dei o 
					que Esperanza Aguirre convoque a un sacerdote para dar su 
					bendición en la inauguración de una nueva sede de su 
					partido. Desde luego, estoy seguro de que al menos Fátima 
					Báñez, la ministra que públicamente le pidió ayuda a la 
					Virgen del Roció para salir de la crisis, apoya al 100% la 
					decisión de doña Esperanza, como seguramente estará de 
					acuerdo con que varios ministros acudan a la beatificación 
					de varios religiosos del bando fascista de nuestra Guerra 
					Civil. 
					 
					A mí no me gusta nada que Maduro diga en público lo que, a 
					mi parecer, son absolutas sandeces, pero eso no hace que 
					ignore lo realmente importante: sus políticas sociales. 
					Prefiero a una persona como Maduro, con las excentricidades 
					propias de la cultura cristiana que los europeos llevamos a 
					América, que a alguien de la catadura moral del señor De 
					Guindos. Este señor, antiguo director en España de Lehman 
					Brothers (una de las entidades financieras culpables de la 
					crisis económica mundial), que negó en 2003 la existencia de 
					la burbuja inmobiliaria, es decir, este embustero, se 
					atrevió a declarar hace unos días que en España ya no hay 
					miedo a perder el trabajo. Sinceramente, preferiría que mi 
					Ministro de Economía trabajara para que la economía de mi 
					pueblo fuese mejor y que, de vez en cuando, me hiciera 
					sentir vergüenza con afirmaciones religiosas pasadas de 
					rosca. Prefiero eso a sentir que se ríe de tantas familias 
					que tienen que malvivir con salarios de hambre. 
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