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OPINIÓN - MARTES, 12 DE NOVIEMBRE DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Película de terror
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Yo no sé si los más jóvenes sabrán que hubo tiempo en España donde las películas de Boris Karlof, actor que destacó en el cine mudo, antes de aparecer como el monstruo de Frankenstein en Frankenstein, lograban aterrorizar a los espectadores. Entre los que cundía miedo, susto y hasta pánico. Ni que decir tiene que las escenas de horror producían insomnio. Y no crean que semejante trastorno sólo le afectaba a la juventud.

Ahora, en cambio, una película de Boris Karlof podría estar basada en los millones de parados de cuarenta años para arriba, que deben mostrar que están vivos, que han recibido una limosna por la expropiación, y que están convencidos de que su exclusión laboral es un hecho tan evidente que les impedirá volver a dormir a la pata la llana.

Semejante situación, terrorífica a todas luces, la que están padeciendo en sus carnes millones de personas, no causa, sin embargo, ni una pizca de temor entre los políticos que nos gobiernan. Sí, los que nos gobiernan; porque los otros, es decir, los opositores, socialistas ellos, perdieron las elecciones por una razón fundamental: porque cometieron errores gravísimos. Y, claro es, fueron condenados en las urnas.

La película, que lleva más de dos años en cartel, siendo la protagonista de prensa y público en todos los rincones de España, va dejando un reguero de estremecimientos y pavores causantes de toda clase de estropicios entre quienes salen cada día a la calle a la búsqueda de un empleo que les ofrezca la oportunidad de no perder la dignidad. Es decir, de no delinquir.

Esa dignidad que pedía a gritos, no ha mucho, en un pleno del Ayuntamiento de Cádiz, la ya famosa Inmaculada Michinina; vendedora ambulante, ante la mirada iracunda y vidriosa de la alcaldesa más votada de la capital de una bella bahía.

Dignidad, hermosa palabra que debiera servir de acicate a los políticos para poner fin cuanto antes a las escenas de terror que se están viviendo en innumerables hogares, donde los parados son varios. Y donde subsisten, muchos de ellos, gracias a las ayudas que les están prestando sus padres. Sacrificados, a edad provecta, a fin de que los suyos no cometan desatinos impropios de una clase media aniquilada en todos los aspectos.

Por todo lo dicho me resulta de una demagogia apabullante y desvergonzada, que haya políticos propalando que ellos también se hallan sometidos a la disciplina de los sacrificios económicos. Y lo vocean como si estuvieran repletos de tribulaciones porque son incapaces de cubrir sus necesidades ni la de los suyos. Como si no supiéramos que, además de mentir, hacen arte del nepotismo.

Por lo tanto el miedo que nos causaba Boris Karlof, interpretando a monstruos terroríficos, allá en los tiempos de Maricastaña, son los mismos o más que los que sentimos cuando nos acordamos de que hay millones de parados y oímos chamullar a políticos, poniéndose muy bien puestos, y haciéndonos el artículo de su presidente, sea éste local o nacional, sabiendo que todo es farfolla: o sea, cosa de mucha apariencia y poca entidad.

Y si además uno recibe una nota -ilustrada con foto- en la que se nos dice que un predicador-político, conocido él, llega a Conil de la Frontera, por ejemplo, y deja su presunta huella chapucera e ilegal en la compra de una casa-chalet, cuyo propietario parece ser que responde al nombre de Felipe, resulta fácil que se lo coman los demonios del miedo de la mentira. En rigor: película de terror.
 

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