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OPINIÓN - LUNES, 25 DE NOVIEMBRE DE 2013

 

OPINIÓN / LA ZARPA

De autoritarios y sinvergüenzas
 


NOVIEMBRE Basurco Díaz
opinion
@elpueblodeceuta.com
 

La ley de seguridad ciudadana vulnera derechos fundamentales”. Esta frase no la ha dicho ningún radical, antisistema o perroflauta, sino Joaquim Bosch, portavoz de Jueces para la democracia. Julio Anguita ha sido más duro y conciso afirmando que “la reforma de la ley supone la antesala del fascismo y del horror”. Ambos llevan razón. Tanto ha sido el revuelo que ha causado este tema que el Partido Popular se ha visto obligado a frenar, por el momento, el anteproyecto. No es para menos. La ley de seguridad ciudadana, lejos de velar por el bienestar de los ciudadanos, constituye un indiscriminado ataque contra los mismos, tratándonos a todos como delincuentes en potencia.

Al mismo tiempo que desde España nos atrevemos a dar, por enésima vez, clases de democracia a Nicolás Maduro y Venezuela por las leyes que aprueban allí, aquí nos vamos cargando de manera brutal las garantías democráticas.

En Venezuela, la Asamblea Nacional ha aprobado, con una mayoría de 3/5, una ley habilitante para poder hacer lo que ya se hace en España: aplicar Decretos Ley. La diferencia es que allí se ha habilitado a Maduro a hacerlo sólo durante un año y siempre con el objetivo de luchar contra la corrupción y la guerra económica llevada a cabo por las oligarquías. Aquí, Rajoy lleva gobernando a golpe de Decreto durante dos años, pero al parecer los dictadores son siempre otros. Allí hacen leyes contra la corrupción; aquí, contra los ciudadanos que protestan. Y nos dicen que lo malo es lo primero.

La ley de seguridad ciudadana es un acto de venganza, una reforma anticonstitucional para muchos juristas. Entre otras medidas, esta ley pretende aplicar sanciones económicas que oscilan entre los 30.000 y los 600.000 euros (100 millones de pesetas) a aquel que grabe a un policía en el cumplimiento de sus funciones, al que se manifieste delante de un edificio público o al que realice un escrache, una práctica que los tribunales han dicho que no constituye ni delito ni falta. Cualquier persona sensata, sea de la ideología que sea, debe reconocer que es de locos. El Gobierno pretende convertirse en juez, aplicando penas que violan de manera flagrante el principio de proporcionalidad. Pretende castigar a unos ciudadanos que considera enemigos. Saben que cada vez les cuesta más convencer, por lo que tienen que reprimir. Es básico. Esta ley es una medida puramente disuasoria: quieren que no hagamos política y que tengamos miedo de protestar. Llevan ADN autoritario en las venas.

Persiguen a los disidentes, igual que en una dictadura. No sólo se han propuesto acabar con las protestas, sino también con los derechos del trabajador. Tras la victoria de los ejemplares huelguistas de la limpieza de Madrid, Ana Botella ha hablado de “regular el derecho a huelga”. Es un eufemismo. El derecho a huelga ya está perfectamente regulado y cualquier acto vandálico, de coacción o de violencia viene legislado en nuestro Código Penal. Cuando la señora Botella habla de regular, lo que quiere decir es limitar. Precisamente, si hay algo que debería estar más controlado en las huelgas no son las acciones de los trabajadores, sino las de los empresarios. Las encuestas nos dicen que los trabajadores que no desean hacer huelga no temen los piquetes. En cambio, muchos que quisieran hacer huelga se ven obligados a trabajar por el miedo a ser despedido, siendo así violado un derecho crucial. Ana Botella lo sabe, pero le da igual. Al fin y al cabo, duerme con José María Aznar. Lo que esta señora pretende es que las huelgas no molesten. Pretende que las huelgas no sean huelgas.

Sin duda, la intención del Gobierno de criminalizar los actos de protesta ha sido el tema estrella de estos días, pero ha habido más. Rafael Hernando, el portavoz adjunto del PP que hace unas semanas soltaba barbaridades contra la II República, lo ha vuelto a hacer. Este señor, en relación a los hombres y mujeres que exigen saber donde se encuentran enterrados los restos de sus familiares asesinados por Francisco Franco y sus secuaces, ha afirmado lo siguiente: “Algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones para encontrarlo”. Es curioso. Esta gente que se llena la boca a la hora de hablar de las víctimas de ETA no tiene ningún reparo en reírse de las víctimas del franquismo. Si un diputado alemán faltase al respeto de esta manera a una víctima del nazismo estoy seguro de que sería automáticamente sancionado y relegado de sus funciones. En España sale gratis ser un sinvergüenza.

También hemos confirmado algo que muchos ya sabíamos: que Luis Bárcenas no es más que una pieza en un entramado de corrupción y desfachatez bastante más complejo. Al menos, eso es lo que nos trasmite el juez Ruz al confirmar la existencia de contabilidad B en el PP y dejar claro que “Luis el cabrón” era, sencillamente, el encargado de esta caja paralela. Es decir, que “los papeles de Bárcenas”, que los populares afirmaban que eran falsos, son ciertos. Aún estamos esperando que Cospedal, Arenas, Cascos o Rajoy den la cara, pidan perdón y se vayan para no volver más. No lo van a hacer. Ya he dicho que ser un sinvergüenza sale gratis, igual que instalar en nuestras fronteras cuchillas que matan a aquellos a los que la avaricia de las multinacionales del primer mundo condena al hambre, a la miseria y a jugarse la vida para llegar a una vida mejor. El Partido Popular es todo humanidad. O eso dicen en su anuncio los pijos de Nuevas Generaciones.
 

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