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OPINIÓN - MARTES, 14 DE ENERO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Listos y tunantes
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

No puede haber saberes si no retenemos lo que aprendemos. Algo por el estilo dijo Maquiavelo; quien aconseja, por tanto, tomar apuntes de lo leído. Y a ellos, a los obtenidos de “El Príncipe”, libro del que fue autor el intelectual y renacentista florentino, he vuelto, una vez más, por puro placer de lector que sigue cada día las peripecias políticas y de los políticos.

Y nada más acceder a ellos, a los apuntes, me doy de bruces con una de sus máximas: “La política es un arte…”. Y a continuación aparece una respuesta entre paréntesis, cuyo autor no anoté en su día, que reza así: “Un arte más o menos marrullero, pero evidentemente sin escrúpulos, de conseguir primero y mantenerse después en el poder”.

Cuando nos encaminamos hacia el cumplimiento de cuatro décadas de régimen democrático, y a pesar de que las libertades formales han ido tirando, lo cierto es que la política como manipulación –como arte de engañar, seducir, maniobrar y, en definitiva, imponerse- sigue viva y coleando. En estos momentos se manifiesta el hecho más abiertamente que nunca antes.

La democracia necesita un sistema de partidos. Ya que lo exige el pluralismo político. Para que los ciudadanos que piensan de manera diferente puedan ser reclutados en las diferentes corrientes políticas e ideológicas que hay en el mercado. Pero no es menos cierto que a continuación aparece una realidad apabullante: se imponen las malas artes –y no las bellas partes- para obtener ese gran objetivo que es el poder.

Muchas veces hemos oído decir, en las campañas electorales, que los políticos nos ofrecen el paraíso, siempre atractivo, por más que sepamos tan poco de él, y que en cuanto les votamos acaban suscitándonos problemas que nos hacen condenarlos al infierno.

Ya lo aireó en su día Tierno Galván: las promesas electorales se hacen para no cumplirlas. Y es que don Enrique presumía de ser un socialista que había leído con idéntica atención lo mismo a Marx que a Maquiavelo. Y si no presten atención a lo que éste decía acerca de lo que buen príncipe –gobernante- está obligado a hacer: “Tiene necesidad, el buen príncipe, de no observar la fe (la palabra) dada cuando tal observancia se le vuelva en contra o se haya extinguido la causa que le hicieron prometer”.

Y a fe que Mariano Rajoy tampoco ha querido ser menos y no ha tenido el menor reparo en hacer todo lo contrario a lo que nos había prometido durante su campaña electoral. Y lo está haciendo convencido de que aunque el engaño sea detestable en otras actividades, su empleo en la política es laudable y glorioso, y hasta merecedor de las mismas alabanzas que recibe quien obtiene el poder por la fuerza. Luego, como bien dice un amigo, trata de tranquilizar su conciencia destacando que la “democracia es el menos malo de los sistemas políticos”.

Los políticos, cuando están en campaña electoral, no reparan en medios para disputarles a los contrarios el poder. Y los más listos, y también tunantes, suelen imponerse a los inteligentes, mediante mentiras, tras mentiras. Y no se les caen de la boca dos palabras mágicas: ética y cambio. Y como el pueblo tiene inocencia, deseos, sensibilidad, y resentimientos pasados, se imagina que todo es posible. Y los ciudadanos votan, por poner un ejemplo local, a nuestro alcalde. Y, cuando ya no hay remedio, se percatan de que la ética en lo político es imposible. Porque, siendo un arte, prima el engaño. Y nada cambia. Si no es para que suceda algo peor.
 

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