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OPINIÓN - LUNES, 27 DE ENERO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Ni seductor ni fiable
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

No ha mucho me dijo alguien que sabe más que suficiente de la vida de Mariano Rajoy que el hecho de haber aprobado unas duras oposiciones, siendo veinteañero, que lo convirtieron en el registrador de la propiedad más joven de España, tuvo una influencia decisiva en su forma de ser a partir de entonces.

Vamos, que desde ese momento, MR, debido a su cortedad, se dedicó en cuerpo y alma a impedir que la vanidad le jugara una mala pasada. Por más que sintiera unas ganas locas de que la gente dijera a su paso: ahí va un gallego que puede presumir de tener una mente extraordinaria. Así, retorciéndole el cuello a sus enormes deseos de ser admirado, la insatisfacción se fue apoderando de él y acabó haciendo mella en su carácter. Que bien pudo ser consecuencia de lo que un maestro me dijo un día a edad temprana

-El hombre –o la mujer- que no puede satisfacer su misterioso deseo de vanidad, se vuelve triste, duro, malvado, resentido, y esto en cualquier grado en que el ejercicio de la vanidad pueda producirse. El hombre -o la mujer- que ve satisfecha su ansia de vanidad se esponja, se le licua el siempre durísimo cristal del resentimiento potencial que llevamos dentro y es capaz de sentir ternura, justo la que permite el sentido del ridículo. Ya decía en su tiempo, Josep Pla, grandísimo escritor catalán, que una sociedad de fanfarrones es plausiblemente concebible; una sociedad de humildes sería inhabitable y peligrosísima.

MR sabe perfectamente, lo ha sabido siempre, que en España los primeros pasos de la restauración democrática se hicieron con tres guapos y seductores, y tres inteligentes y poco afortunados en sus figuras físicas. Los guapos y seductores fueron el Rey, Adolfo Suárez y Felipe González. Los otros –los menos atractivos- fueron Torcuato Fernández Miranda, Manuel Fraga y Santiago Carrillo. Los resultados estuvieron bien a la vista. Ninguno de ellos logró lo que tanto ansiaban. El poder absoluto.

Mucho se ha hablado en España del arte de la seducción pública. Algo de lo que jamás podrá presumir el presidente del Gobierno. Falto de éxito ante las cámaras, que es realmente donde se ganan las elecciones, sólo le queda la palabra para cautivar a quienes esperan que se distinga por algo que les haga confiar en él. Pero sus palabras, ya preñadas de mentiras, no cesan de mostrarnos a un Rajoy confuso, incierto, ambiguo, aferrado a las muletillas, y cuyos gestos y tiques le deforman una cara ya de por sí perteneciente a siglos pasados. Por lo que, según he leído, incluso a los fotógrafos de su causa les cuesta lo indecible elegir alguna fotografía que sea capaz de no desentonar en los periódicos.

Cara que parece expresar un deseo evidente de cachondearse de todos nosotros. Como si a estas alturas, tras haber pasado un calvario, debido a su carácter apocado, tratando de maniatar su desbocado deseo de alardear de ser la mejor cabeza pensante de España, quisiera ahora enterarnos de lo que vale un peine. Sobre todo, y por encima de todo, a las clases más humildes.

En suma, que el registrador de la propiedad más joven de España, tenido por lumbrera, pero atiborrado de cortedad y timidez, ha decidido que ya era hora de darle rienda suelta a su vanidad. De hacernos sentir el peso del gobernante poderoso que protege a los más ricos y deja a los más pobres al borde de la inanición. Y lo hace, además, con discursos ideados para proteger su mente improductiva de pensamiento y acción.
 

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