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OPINIÓN - JUEVES, 13 DE FEBRERO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Rico y tacaño
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Es miércoles y llueve. A las dos de la tarde aún llueve. Y debo decirles que ya he cogido dos mojadas de miedo. Es el precio que exige tener un perro al que me resulta casi imposible negarle nada. Y mucho menos sus tan deseadas y necesarias caminatas.

A cambio, él no deja de mover su rabo en señal de paz y de lamer mis manos en prueba de acatamiento y respeto. Mi perro, como muchos otros perros, discurre más que muchas personas. Además de ser muy bueno y cariñoso. Mentiría, eso sí, si no dijera que es también algo terco y caprichoso.

Los perros son animalitos muy ordenancistas y consuetudinarios que recuerdan siempre lo que han conocido una vez, y a los que gusta ver todo en orden y como Dios manda. Creo que lo dijo Cela. Pero me van a permitir que no me levante a mirar en qué libro se permitió escribir semejante aserto.

Cela también definió al hombre de esta guisa: “El hombre es un animal muy torpe y consuetudinario que piensa”. Y es que don Camilo era, al margen de su genialidad, un cachondo de altos vuelos. Es lo que pienso a las dos y media de la tarde cuando ha dejado de llover y me hallo enfrascado en la lectura. Confieso que estoy leyendo porque todavía no se me ha agriado el carácter lo suficiente como para escribir expresando mi disgusto por cualquier acción o declaración de nuestro alcalde. Y es que uno escribe cuando quien nos habla lo hace convencido de que somos tontos.

Y leyendo me topo con unas declaraciones de César González Ruano sobre la tacañería de Unamuno: Ruano cuenta que pasó un día con Unamuno, leyéndole la biografía que le había escrito, con un taxi de Madrid esperando (y que le iba a costar mucho más dinero del que le iban a dar por el libro), y tuvo que pagarlo todo, desde el primero al último café. Bueno, el último no, porque ya en la barra del casino, cuando Ruano se iba, Unamuno dijo:

-De ninguna manera, usted no me invita. Cada uno lo suyo.

Y pagaron a medias.

He leído esta historia muchas veces. Y, aunque tengo memoria de elefante, jamás la aproveché para compararla con esta otra que les voy a relatar. En los ochenta, un funcionario muy destacado de nuestro Ayuntamiento, en uno de sus viajes a Sevilla, le dijo a un periodista que estaba invitado a venir a Ceuta. El periodista, conocido por mí desde el año de la nana y que vivía el mejor momento de su carrera, no dudó lo más mínimo en aceptar la invitación. A los pocos días, el periodista deportivo arribó a la ciudad.

Me tocó a mí recibirlo y acompañarlo hasta el despacho del funcionario que había tenido tan buen detalle con él. El periodista, el funcionario y quien escribe decidimos desayunarnos en la cafetería situada en la plaza de África. El funcionario pidió su té habitual y nosotros nuestro correspondientes cafés con leche. A la hora de pagar, el funcionario, que hacía de anfitrión, me pidió que pagara yo porque no quería hacer ostentaciones. Como suena. A la hora del aperitivo ocurrió lo mismo. E ídem de lienzo en el almuerzo. Al periodista se le fueron los ojos detrás de un queso de bola holandés porque, según él, hacía las delicias de su madre. Y el funcionario se ofreció a comprarle uno. Y lo hizo: le regaló un quesito de los que valían para ponerlo de tapa en cualquier bar. Al periodista, muy madrero él, visto el ridículo presente se le escaparon dos lagrimones engordados por la pena. El martes me dijeron que nuestro alcalde es muy rico. Pero rico de veras. Y yo me lo creí…
 

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