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OPINIÓN - JUEVES, 27 DE FEBRERO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Merecedores de homenaje
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Siempre se ha dicho, al menos yo lo he oído desde que empecé a tener uso de razón, que el borracho, el loco, el preso, el exaltado, y sobre todo el niño, hablan solos, demostrándonos que el lenguaje es antes que medio de comunicar ideas, una pura manifestación del simple hecho de vivir.

Hablamos no sólo para que nos oigan sino también para oírnos. Tan es así que cuando se borran por un momento las barreras de los prejuicios o de los convencionalismos; cuando aún no se ha frenado lo espontáneo mediante la educación; cuando el hombre se muestra libre de la servidumbre de lo civilizado, aparece el soliloquio. Así, José María de Mena, el autor de ‘El polémico dialecto andaluz’, libro que es una joya, no duda en decirnos que los manantiales del lenguaje brotan de los sentimientos, de los instintos, y de la inteligencia.

Los sentimientos son buenos o malos acordes con el tratamiento que uno reciba de los demás: pues no existe el amor ciego. De modo que a quien me quiera lo quiero; a quien me deteste, lo detesto; y a quien trate de fastidiarme -eufemismo para evitar el pronunciar lo de joderme; vulgarismo impropio y que puede herir susceptibilidades melindrosas -, mucho me temo que no le saldrá gratis la fechoría.

Eso sí, mis actuaciones defensivas se tendrán que atener a los modestos medios con los que cuente en ese momento. Medios que son imprescindibles, sin duda alguna. Pues todavía carezco de madera de héroe como para enfrentarme a un posible toro suelto a cuerpo descubierto y, para más INRI, haciendo el don Tancredo. Por una razón muy sencilla: los héroes hace ya mucho tiempo que están de capa caída. Vamos, que cotizan a la baja.

Más que de instintos, me van a permitir que me refiera a la intuición: que, como todos ustedes saben, y si no yo se lo digo, es la manera de conocer algo, de forma inmediata, sin razonar. Hacer uso del olfato intuidor no es fácil, si uno no tiene conocimientos suficientes. Y, naturalmente, tampoco conviene abusar de la perspicacia.

Mi intuición me ha hecho muchas veces descubrir cómo alguien estaba fraguando una traición contra otra persona o contra mí. En el primer caso, la persona avisada no tenía por qué creer a pie juntillas mi advertencia. Y, claro está, mi insistencia llegaba a ser molesta e incluso perjudicial para mis intereses. Mis aciertos, en cambio, nunca me los agradecieron ni yo los celebré.

En lo tocante a la inteligencia, nunca he creído que mi bien pensar pudiera estar a la altura del bien pensar de Vivas y Aróstegui. Dos mentes preclaras. Unidas ambas por un deseo evidente de pasar a la posteridad como pareja política de hecho. Dos políticos que están haciéndole un monumento diario a la coexistencia. Porque cohabitan con la seguridad de quienes saben sobradamente que por encima de dimes y diretes ellos nada más que tienen un único fin…: lograr el bienestar de todos los ceutíes. A cualquier precio.

Sí, a cualquier precio. Porque en el empeño Vivas y Aróstegui están quebrantándose la salud. Y no existe el menor atisbo de egoísmo en ellos. Y es más: aun sé que lo hacen perdiendo dinero y sufriendo críticas tan acerbas que muy pocos ceutíes, en su lugar, soportarían. Y yo diciendo que no es tiempo de heroicidades. ¿A qué esperan ustedes, pues, habitantes de esta Ceuta, pequeña y marinera, tan celebrada por nuestro alcalde por doquier, para homenajear a tan grande pareja política de hecho, cuya extraordinaria convivencia ya ha traspasado fronteras? Albricias.
 

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