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OPINIÓN - LUNES, 3 DE MARZO DE 2014

 

OPINIÓN / LA ZARPA

La banalidad del mal
 


Julio Basurco Díaz
opinion
@elpueblodeceuta.com
 

La otra noche, dos tipos muy graciosos se me acercaron y en clave de humor me dijeron: “Julio, tenemos una proposición para tí, ¿por qué no te vas a la frontera a darle de comer a los negritos?”. Pensaron que su comentario era ingenioso. Se reían. Las muertes de la frontera, casi un mes después, continúa mostrando la faceta más miserable de ciertos personajes que apuesto a que se darán golpes de pecho vestiditos de monaguillo cuando llegue el mes de abril. Sin duda, estas actitudes son el fruto de una construcción social, tienen una explicación sociológica.

Giorgio Agamben, en su “Homo sacer”, distingue entre “zoé”, el simple hecho de estar vivo, la vida desnuda, y “bios”, la vida calificada. Contra la vida desnuda, el poder puede ejercerse sin ningún tipo de ley que lo limite. Los judíos del Holocausto o los prisioneros que el Premio Nobel de la Paz Barack Obama mantiene en la cárcel de Guantánamo serían buenos ejemplos. No es que se les prive de sus derechos; es que no son sujetos de derecho, están fuera del derecho. Como los muertos de nuestra frontera, son “ilegales”, enemigos a los que combatir por tierra, mar y aire. El lenguaje nunca es inocente. Catalogar a alguien de ilegal supone su inmediata criminalización. El crimen es ilegítimo, y ante lo ilegítimo cualquier medida es legítima. Todo vale contra un ilegal, desde encerrarlo en las mazmorras de los CIEs hasta provocar su muerte por ahogamiento, pasando por la previa decoración cicatrizal de su cuerpo acuchillado a base de concertinazos.

Con este panorama no sorprende que en su día, el democrático gobierno español narcotizase a más de un centenar de inmigrantes, los metiera en aviones militares y los repartiera entre distintos países de África. “Teníamos un problema y lo hemos solucionado”. Eso fue lo que afirmó el entonces Presidente de la Nación, aquel sádico con bigote y abdominales de Bruce Lee del que tanto se acuerdan hoy los niños de Irak. Ni siquiera extraña que otros 500 seres humanos fueran encontrados en una zona del desierto del sur de Marruecos sin acceso a agua ni comida. Habían sido expulsados de nuestra ciudad y de Melilla y presentaban impactos de pelotas de goma sumados a otros evidentes signos de maltrato. ¿Cómo es posible que esto ocurra? Pues porque no son personas como nosotros, sino “invasores”, “avalanchas” y “manadas de ilegales”. Constituyen el zoé de Agamben. Tal vez, no formalmente, pero desde luego sí materialmente.

La deshumanización y brutalidad de un sistema basado en la competitividad incesante conduce a una parte nada desdeñable de la población a ver contrincantes entre sus iguales. El inmigrante no está en mi bando, sino que es alguien con quien competir. Su vida no importa. Lo crucial es que no me quite el trabajo y que su cáncer o sida no sea tratado con el dinero de mis impuestos. Una sociedad así, la sociedad que quieren que seamos, es una sociedad completamente enferma. Y los enfermos nos tachan de hipócritas a los que no mostramos sus síntomas y nos atrevemos a escupirles lo despreciable de los hechos que justifican. Si dices que un ser humano no debe morir en la frontera te dicen que lo metas en tu casa, al igual que te mandan a Cuba si defiendes la redistribución de la riqueza o el derecho a decidir de los pueblos de América Latina. “Es fácil decir todo eso desde la comodidad del primer mundo” afirman estos eruditos, cuando la realidad es la contraria. Lo fácil desde este lado del globo es juzgar a los países pobres y a sus gobiernos, tacharlos de populistas, mostrar un colonial eurocentrismo y cerrar las fronteras para que el drama de la “invasión” de los invadidos no salpique mi apacible existencia. Lo fácil es ser conservador. Lo fácil es ser pasivo, ver la injusticia y no decir nada.

En la Alemania de los años 30, muchos sabían lo que pasaba y miraron hacia otro lado o hasta incluso colaboraron en la barbarie. ¿Acaso eran todos seres crueles e inhumanos? No, eran personas normales, ejemplos de esa “banalidad del mal” a la que apuntó la filósofa Hannah Arendt. Gente gris, individualista, alienada y obediente con el poder, exactamente igual que el funcionario que dispara una pelota de goma contra una persona desesperada apunto de ahogarse. Exactamente igual que el lumbreras que después de leer esto me mandará a Cuba.
 

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