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OPINIÓN - SÁBADO, 8 DE MARZO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

El beso de Judas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fui de los primeros, si no el primero, cuando César, siendo portero titular del Madrid, se retiró lesionado en la final de la Champions League, de 2002, cediendo su puesto a Iker Casillas, que se atrevió a enjuiciar al joven, nacido en Móstoles, como guardameta carente de condiciones para imponerse en el área pequeña, con escaso o nulo manejo del balón con los pies, pero con gran facilidad de movimientos y, sobre todo, con unos reflejos extraordinarios.

Precisamente, en ese partido frente al Bayer Leverkusen -ganado por los madridistas (2-1)- y a partir del minuto 67, Casillas ni se enteraba de los balones por alto que propiciaban despejes de los defensores que finalizaban en saques de esquina. En uno de ellos, gracias a un barullo delante de un Casillas agarrado a los postes, éste hizo una parada de balonmano -con los pies- que fue cantada y celebrada como si hubiera sido lo más grande nunca visto.

Y los periodistas se olvidaron siempre de que las buenas actuaciones de César fueron las que habían llevado al Madrid a jugar esa final de la Champions League. Y que, tras lesionarse, el marcador era favorable a su equipo. Los periodistas, por llevarles la contraria a Fernando Hierro y a Vicente del Bosque, que no querían ver a Casillas ni en pintura, dieron en la manía de convertir en mito a un muchacho a quien se le perdonaban todas las deficiencias técnicas, en la misma medida que se exageraban esos unos contra unos que tanto dieron que hablar.

Intervenciones que se hallaban al alcance de muchos otros porteros, que jugaban incluso en categorías inferiores. Lo difícil era encontrarlos altos, con mando en el fútbol por elevación, destacado dominio del esférico y golpeo excelente. Cualidades que principiaba ya a requerírseles a los guardametas.

Sin embargo, con tan escaso bagaje futbolístico, y dado que el Madrid dominaba más que era dominado y hacía muchos goles, Casillas fue curtiéndose ante el apoyo generalizado de la prensa y la mirada torva de sus zagueros. Hierro, por ejemplo, lo miraba torcidamente cada vez que se veía obligado a sacar de puerta porque el muchachito no llegaba ni a la mitad del campo. Con lo cual el central se hacía trizas sus aductores. Y el Madrid, por semejante despropósito, jugaba cerrojo estático.

Elegido por Luis Aragonés, tras corresponderle a la Diosa Fortuna su parte alícuota sobre la decisión, huelga decir lo que vino después como titular de la selección. A partir de entonces, lo idolatraron y gozó de tal inmunidad que cualquier crítica hacia Casillas estaba considerada crimen de lesa majestad. De modo que nunca se preocupó de mejorar sus defectos, mientras que se iba descubriendo que ni sabía ordenar una barrera y que en los saques de esquina el Madrid jugaba a la ruleta rusa.

La llegada de José Mourinho al Bernabéu y sus informes acerca de los defectos del portero fueron el detonante para que al portugués le hicieran la vida imposible la prensa en general y la madrileña en especial. Lo que no esperaban los periodistas, ni las empresas anunciadoras, es que Carlo Ancelotti sabía ya lo que tenía que hacer.

Diego López ha demostrado que está hecho de una pasta especial; pues de no ser así, ya le habría dado un coscorrón al muchacho nacido en Móstoles. A quien corresponde decirle: sus declaraciones, en estos momentos, sobre DL, son como el beso de Judas. DL haría muy bien en dejar el Madrid dentro de tres meses. Si no es masoquista.
 

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