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OPINIÓN - DOMINGO, 23 DE MARZO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Adolfo Suárez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Se nos está diciendo que es inminente su muerte. Y pienso, inmediatamente, que en cuanto se produzca el óbito comenzarán a surgir las necrológicas brillantes, ensalzando su figura, firmadas por todos aquellos que nunca le reconocieron su inmenso esfuerzo inicial hasta conseguir la celebración de aquellas primeras elecciones libres que pusieron en España los cimientos de una democracia que en ese instante principió a dar sus primeros pasos entre enormes dificultades.

En Adolfo Suárez, por lo visto y leído, no creía nadie, excepto el Rey. Debido a que entre ambos surgió la amistad siendo el primero Gobernador Civil de Segovia. A partir de ahí y a medida que Suárez iba ocupando cargos, como el que tuvo en Televisión Española, el entonces Príncipe frecuentaba al político.

Los columnistas de la época decían que AS “tenía el demagógico arte de la seducción pública”. Que encandilaba a las señoras de todas las edades por ser un atractivo joven valeroso de derechas; vestido como si fuera un modelo de grandes almacenes. Dotado de un modo excepcional de sonrisa y de abrazos.

AS pasó el quirinal en cuanto llegó a la presidencia del Gobierno. Por lo que se dijo entonces que era posible que en la Historia de España no hubiera habido un presidente del Gobierno designado –no elegido- que hubiera sido recibido con tanto desdén y tanta voluntad de descalificación personal como lo fue él cuando en julio de 1976 don Juan Carlos de Borbón le pidió que se hiciera cargo de la presidencia del Gobierno en sustitución del recién destituido Carlos Arias Navarro.

Nada más aceptar el cargo, fue mayoritariamente juzgado y rechazado como un genuino representante de la política del franquismo. Con lo cual se tuvo que emplear a fondo para intentar, primero, deshacer la desconfianza inicial o el rechazo que su sola figura provocaba entre la oposición, para conseguir inocular después en esos mismos interlocutores la duda fundada de si él podría ser, en efecto, la persona que consiguiera traer las libertades a España sin necesidad de demoler de antemano las estructuras políticas y jurídicas del viejo régimen.

AS consiguió lo propuesto en un tiempo récord. Gracias a su sentido común elevado a categoría de fina estrategia política, y gracias al apoyo jurídico de Torcuato Fernández Miranda, la lealtad y la dedicación de sus ministros y el respaldo granítico del Rey. Fueron momentos exitosos del que disfrutamos los españoles. Sobre todo cuando se celebraron las primeras elecciones y el país, con Suárez al frente, respiró hondamente.

No obstante, el presidente del Gobierno fue dejando heridos por el camino. Heridas que nunca cicatrizaron. Y que empezaron a asomar de nuevo a principio de los ochenta. La derecha franquista lo tachaba a cada paso de traidor. Traidor pensaban que era y traidor le llamaron a voz en grito sin solución de continuidad.

Ahora, cuando su hijo nos ha dicho que la muerte de su padre, AS, es inminente, conviene recordar que el presidente y su mujer, Amparo Illana, vivieron algunos domingos, no uno ni dos, sino más, escenas tremendas. En algunas de las Iglesias a las que acudían a misa, nunca la misma por evidentes razones de seguridad, llegada la hora de darse la paz, al ya ex presidente y a su mujer algunos fieles les negaban la mano. Por traidor, por traidor a Franco, a la derecha política, a la moral católica, a las buenas costumbres y al destino universal de España. ¡Qué España!...
 

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