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OPINIÓN - SÁBADO, 29 DE MARZO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

El tuerto en el país de los ciegos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Entre finales de los años ochenta y comienzo de los noventa, recuerdo un consejo que se hizo muy popular: “Me parece muy bien que estudies filosofía y letras, pero al mismo tiempo hazte reparador de televisiones”. Así se manifestaban muchos padres que, aunque estaban muy orgullosos de que sus hijos pudieran ser universitarios, veían que las colas ante el Instituto Nacional de Empleo (Inem) eran cada vez más largas y más nutridas de jóvenes licenciados en distintas carreras.

En aquel tiempo, cuando a los españoles no se nos caía de la boca la palabra democracia, como si fuera el remedio a todos los males que padecíamos, llegamos a tener 2.344.848 parados. Y la palabra empleo sonaba por doquier. Ya que tenerlo se consideraba un artículo de lujo.

Casi tres millones de parados, con un gobierno socialista, cuya llegada al Poder había sido acogida con tanta expectación, principiaba a poner de los nervios a la gente y sólo se hablaba de que el aumento de esa cifra, por corta que fuese, sería intolerable. De hecho, aprovechando reformas laborales y cuestiones relacionadas con el subsidio de los parados, anunciadas por el Gobierno, los sindicatos le hicieron dos huelgas al todavía guapo y seductor Felipe González.

Veintitantos años después, la cifra de parados apenas baja de los 6 millones. Lo cual no deja de ser intolerable. Y, sin embargo, esto no ha explotado en la medida que el drama exige. Pero cuidado, porque un país como el nuestro no soportará más tiempo a tantos solicitantes de empleo sin disturbios gravísimos.

Hace ya tiempo que ser reparador de televisiones no es bagaje suficiente para hallar un puesto de trabajo. Pero tampoco ser mecánico, fontanero, electricista, albañil… Y, desde luego, me gustaría saber cuántas personas tituladas andan lampando porque las enchufen en cualquier empresa dedicada a la limpieza pública. Por poner un ejemplo.

Mientras tanto, es decir, mientras el drama de los parados no cesa, los casos de corrupción son cada vez más y casi todos tienen como protagonistas a personas pertenecientes a esa clase elitista que tiene acceso a los cargos políticos: gobernantes que no acaban de entender que la representación que el pueblo les concede es precisamente eso, representación; y no un derecho de decisión omnipotente.

Leyendo a Cánovas, político liberal, conservador español, decía él que son los pueblos los que con frecuencia elevan al poder a los déspotas y dictadores, sacrificando así el más preciado de sus bienes, que es la libertad. Porque él amaba la libertad y la consideraba bien inalienable, no creía en la democracia (y montó un simulacro de ella).

Contra el temor del político malagueño, Aristóteles ya había expuesto el suyo de que sean los representantes del pueblo los que maten insidiosamente la libertad (y con ella, la democracia) a través de la demagogia política. De Aristóteles tomó Churchill su famosa frase: “El peor de todos los sistemas, excluyendo a todos los demás”. Democracia no significa la apoteosis del bien, sino, en última instancia, de la voluntad popular. La voluntad popular -en Ceuta- dice que se debe votar a Vivas porque es el tuerto en el país de los ciegos. Al frente de esa voluntad están los clientelistas. El clientelismo es de vital importancia para que alguien se afirme en el Poder. Como el dinosaurio de Monterroso.
 

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