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OPINIÓN - LUNES, 14 DE ABRIL DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Semana de Pasión
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Estamos charlando en la clásica sobremesa donde hay barra libre para que cada cual pueda opinar de lo que desee y emitir el juicio que le plazca al respecto. La tertulia se ha animado aún más en cuanto los participantes hemos visto llegar unas torrijas que se meten por los ojos. Y, claro, comenzamos a salivar. Momento apropiado para que a alguien se le ocurra decir que la vida es un regalo que los dioses han hecho al hombre, aunque se les olvidó decirle que no la hipotecasen. Porque la vida no es muy larga, pues el que más dura no llega a los cien años.

Puesta en escena la muerte, hay quien exclama con gran celeridad: ¡Lagarto, lagarto! A lo que responde otro comensal: Hablar de la Parca, reflexionar sobre Ella, es la única manera de perderle el miedo. Porque el miedo impide hablar y reflexionar sobre cualquier asunto.

Abierto el debate sobre La Muerte, en una semana que ni pintiparada para hacerlo, los pareceres se van sucediendo. Así que llega el juicio femenino: “Los buenos se van, y los malos están”. La contestación se produce inmediatamente: “Lo que tú has dicho, se dice en general, cuando alguien muere para encarecer sus buenas cualidades”.

La tertulia está compuesta por seis personas y todas queremos manifestarnos a la vez. Bien pronto se impone la calma y acordamos que haga uso de la palabra alguien que es ejemplo acabado de bonhomía. Y, desde luego, su bagaje cultural tampoco puede ponerse en duda. Se expresa así: “Cuando una persona muere se genera una espiral de silencio que niega lo malo y solo muestra el buen perfil del que se va. Lo cual no deja de ser la forma que tenemos los humanos de negociar la terrible sensación de injusticia que acompaña a la muerte”.

Es cierto, me toca a mí intervenir, que los españoles nos hemos distinguidos siempre por cantar las excelencias de personas fallecidas a las que nunca les reconocimos sus méritos en vida. Al otro lado de los Pirineos, por poner un ejemplo, no tienen ningún reparo en hacerles el retrato necrológico con defectos y virtudes. Aquí sería exponerse a ser tachado de todo lo habido y por haber y nada bueno.

Dicho ello, se me vino a la memoria lo que dijo Núñez Feijóo, cuando murió don Manuel Fraga: “Fraga tuvo la mala suerte de haber nacido en un régimen sin libertades”. Y tardaron nada y menos en decirle de todo menos bonito. En este caso, porque para decir eso había que querer mucho al político del que decían que tenía todo el Estado metido en la cabeza.

En días de Semana Santa, creo haberlo escrito más de una vez, yo siempre recuerdo la historia del Garaje de Nervión en el que tuvo que refugiarse de la lluvia el Señor de Sevilla: El Gran Poder. El protagonista de ella fue Juan Araujo: ex jugador del Sevilla CF. Éste había montado un garaje en la barriada reseñada. Un hijo suyo enfermó gravemente. Y JA acudía todos los días a la Parroquia de la Concepción a implorarle la salvación de su hijo al Cristo. Muerto el hijo, acudió al Gran Poder para decirle que nunca más lo visitaría, y que si quería verlo que fuera Él a su casa.

Por motivos religiosos, el Señor de Sevilla salió un día en procesión y un chaparrón primaveral lo sorprendió en el barrio de Nervión, cerca del garaje de Araujo. Llamaron a su puerta los hermanos de la imagen, para pedir asilo, y el propietario sorprendido se postró a los pies del Gran Poder. Semana de Pasión.
 

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