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OPINIÓN - LUNES, 28 DE ABRIL DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los enemigos deben ser inteligentes
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace ya días que vengo arrastrando una tendinitis en mi rodilla izquierda, cuyo ligamento es el que suele inflamársele a los que son derecho. No confundir, con ser de derecha, puesto que los españoles tendemos a politizarlo todo.

Pues bien, el pasado Sábado Santo mi tendinitis alcanzó su máximo grado de dolor y no tuve más remedio que encajarme en el Hospital Universitario. Y, en el corto espacio de tiempo que hube de aguardar a que me llamara el médico de urgencia, tuve a mi lado a un conocido lector de cuanto escribo a quien el primer polen primaveral lo estaba mortificando y había acudido a la búsqueda de alivio.

No dispusimos de muchos minutos para conversar pero sí los suficientes para poder sacarle punta a lo que me dijo mi compañero de alifafes. En principio me contó, así por encima, que era la primera vez que a él le sentaban tan mal las conocidas y desagradables consecuencias que le son adjudicadas a la primavera y, sobre todo, acabó diciéndome que hasta se sentía algo melancólico y deprimido.

Pues bien, no sé por qué a mí, a pesar de que la rodilla estaba poniendo a prueba mi resistencia al dolor, me dio por dármelas de saber y le dije que para la anemia primaveral son muy eficaces las ensaladas de remolacha roja. Y que para la melancolía y la depresión, como las que él me había contado tener, mi abuela siempre decía que la hierba de San Juan, también conocida como hipérico o corazoncillo, causaba pronto alivio.

El conocido se me quedó mirando con malos ojos, tras mis recomendaciones, total y absolutamente convencido de que yo me estaba quedando con él. Y, claro, su respuesta no se hizo esperar: “De seguir así, Manolo, te aseguro que te vas a quedar sin amigos”.

Ni siquiera el dolor, aposentado en mi tendón rotuliano, que era de mucho cuidado, me impidió reaccionar con celeridad ante una contestación tan brusca como inesperada. Aunque sí intuí que mi conocido estaba deseando dármela porque me consta que le sienta como un tiro el que yo no sea adulador permanente de nuestro alcalde.

Y allá que me puse a recitar de memoria algo que he dicho y escrito en muchas ocasiones, aunque sea parafraseando a Oscar Wilde: Siempre he preferido perder a mis mejores amigos antes que a mis peores enemigos. Para tener amigos sólo se necesita ser afable; pero cuando un hombre se queda sin enemigos es que se ha vuelto un pobre hombre.

En ese momento, es decir, dada mi contestación, en la sala de espera se oyó por la megafonía mi nombre para indicarme que me personara en la sala cuatro. Y allá que dejé a mi conocido interlocutor con la palabra en la boca. Con el fin de no hacer esperar al médico residente. Que uno todavía tiene maneras. Como tantas veces les recordaba mi estimado Antonio Rallo a quienes perdían los papeles en ‘El Rincón’ del Hotel La Muralla.

Tener maneras no significa que uno deba comulgar con ruedas de molino. Y, menos aún, ponerse a cavilar a todas horas que va perdiendo amigos por el mero hecho de escribir con la mínima libertad. Sí, con la mínima; porque aquí todos vamos asidos a la última rueda del carro de la libertad. Y quien diga lo contrario, miente. Ahora bien, los enemigos, si hay que tenerlos, los prefiero inteligentes. Que siempre serán mucho más rentables que los otros. De no ser así, apaga y vámonos.
 

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