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OPINIÓN - JUEVES, 1 DE MAYO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

La grandeza del fútbol
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En la calle se percibe –es miércoles, cuando escribo- la alegría que ha generado el triunfo del Real Madrid en el Allianz Arena de Múnich. En tiempos difíciles, más bien duros como el pedernal, debido a que los políticos han conseguido arruinar a gran parte de la clase media, con el peligro que ello supone en todos los aspectos, la gente no duda en aferrarse a cualquier motivo de alegría que les impida caer en las garras de la depresión e incluso en acciones violentas.

Esa alegría se la proporcionó el Madrid a sus seguidores el martes por la noche, jugando a las mil maravillas frente a un gran equipo y en un escenario grandioso. Partido –algo que conviene decir cuanto antes- dirigido magistralmente por un gran árbitro: el portugués Pedro Proença.

Así, no dio lugar a que saliera a relucir esa frase injuriosa, tan en boga: “¡Ese portugués, hijo de puta es!”. (Cristiano Ronaldo). Y qué decir de las barbaridades que se le han dicho y se le siguen diciendo a José Mourinho. Propiciada por una crítica despiadada contra un entrenador que bien podría -ojalá que no lo consiga, por el bien del Atlético y del Madrid- tener al Chelsea clasificado para la final que se jugará en Lisboa, cuando ustedes me estén leyendo.

Sí, a pesar de que el Madrid ha encontrado en el 4-4-2, tras muchas probaturas por parte de Carlo Ancelotti, ese equilibrio táctico que tanto ansiaba hallar el entrenador italiano, por contar con los mejores futbolistas para practicarlo, yo sigo convencido de que una posible final contra el equipo inglés, al que he estado viendo casi toda la temporada, sería muy difícil por muchos y variados motivos.

El Madrid, insisto, cuenta con los mejores jugadores del mundo para situarse en el campo tal y como lo ha venido haciendo últimamente. Pero me van a perdonar que no me ponga aquí a detallar las misiones de cada uno ni, por supuesto, donde radica el busilis de la cosa para que los triunfos blancos se hayan ido sucediendo en citas decisivas y de poco tiempo acá.

La cita del martes por la noche, en Múnich, ante un equipo extraordinario, atiborrado de triunfos, con leyenda, repleto de orgullo y teniendo como blasón ese tesón indiscutible de la raza del lugar, era tan temida por los madridistas como para que la mayoría tuviésemos los congojos en la garganta. Y decirlo a toro pasado, después de lo ocurrido, es digno de encomio.

Encomiable me pareció también la actuación de Sergio Ramos. Me explico: llevaba mucho tiempo, el sevillano, complicándose la vida. Excediéndose en demostrar que él tiene cualidades sobradas para ser uno de los mejores zagueros del mundo, si no el mejor entre los mejores; situación que lo condujo a meter la pata tan frecuentemente como para irse ganando la ira de quienes principiaron a tomarlo como el pito del sereno. Especialmente, los árbitros.

Pues bien, qué mejor lugar que el enorme escenario alemán y ante la mirada enfebrecida del mundo mundial futbolístico, para redimirse de todas sus torpezas anteriores y aun de las muchas declaraciones realizadas sin venir a cuento. La extraordinaria actuación de Sergio Ramos en el Allianz Arena debe servirle para principiar a pronunciarse mejor en todos los sentidos.

Ganó el Madrid. Lo hizo con la brillantez de los equipos elegidos. Y los madridistas, en tiempos duros como el pedernal, están viviendo horas de felicidad. ¿Quién dijo que el fútbol no es necesario para evitar males mayores? Yo sé de uno. Pero hoy toca fútbol.
 

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