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                     Ser de derechas es cómodo porque, 
					al ser una ideología basada en el egoísmo y en la certeza de 
					que unos deben ganar y otros deben perder, te permite no 
					estar comprometido con nada que no sea tu propio interés. La 
					ley del más fuerte es lo normal, que exista pobreza es 
					normal y los pobres son culpables de su situación. Si eres 
					de derechas, puedes ser un indeseable sin sentirte un 
					hipócrita, nadie te recrimina nada porque eres coherente con 
					tu forma de pensar. Al fin y al cabo, reconoces que el mundo 
					es así y no puede cambiar. La solidaridad está bien, pero 
					debe ser algo voluntario y privado, es decir, caridad. Si 
					eres de derechas y donas pasta a Cáritas eres un santo. Si 
					eres de izquierdas y no vives en la miseria eres el demonio. 
					 
					Ser de izquierdas significa tomar conciencia de que lo 
					“normal” no es normal, sino producto de unas relaciones de 
					poder. Como nos recordaba Galeano en la introducción de “Las 
					venas abiertas de América Latina”, “la división 
					internacional del trabajo consiste en que unos países se 
					especializan en ganar y otros en perder”. El mundo es lo que 
					es porque existe explotación y estar a la izquierda en el 
					tablero político debe traducirse en el propósito de 
					subvertir esa realidad. Ser de izquierdas es creer que la 
					miseria tiene solución política. Ser de izquierdas es creer 
					en el ser humano y en que otro mundo es posible, una opinión 
					que conlleva dos problemas. El primero es que para encontrar 
					explicaciones a los problemas del mundo hay que investigar 
					mucho, leer, bucear en la historia, hacer análisis críticos, 
					tener visión global, cambiar de perspectiva, esforzarse por 
					mirar detrás de la epidermis y advertir el dibujo completo. 
					El segundo es que muchos te exigen la perfección. O mejor 
					dicho, lo que ellos consideran perfección, que no es más que 
					ese conjunto de tópicos estúpidos históricamente utilizados 
					por los poderosos para desacreditar a aquellos que 
					cuestionan el orden social existente. El poder promueve esta 
					farsa. El idiota cae en ella. 
					 
					Para el idiota, una persona de izquierdas debe ser pobre, no 
					puede divertirse, debe vivir en una cabaña de madera, 
					coserse su propia ropa, tener su residencia en Cuba, llorar 
					todo el día y abastecerse de su pequeño huerto. Ese es el 
					precio de tomar conciencia. Si eres de izquierdas, según el 
					razonamiento del idiota, debes ser infeliz para ser 
					consecuente, debes pasarlo mal en solidaridad con quienes lo 
					pasan mal. El idiota cree que el voto de pobreza, lejos de 
					ser algo propio de curas y obispos, es un código de la 
					izquierda. Piensa el idiota que si eres de izquierdas y 
					tienes una opinión diferente sobre la política penitenciaria 
					y las claves para alcanzar la paz en el País Vasco eres de 
					ETA. Asume el idiota que si condenas que Israel asesine a 
					130 palestinos eres antisemita. Al idiota, eso de pensar le 
					da pereza. 
					 
					Me contaba un amigo que alguien le dijo que un comunista no 
					podía ir a una piscina. La persona que le dijo eso a mi 
					amigo es claramente un idiota, al igual que aquel que te 
					invita a meter a inmigrantes en tu casa o te recrimina que 
					te gastes seis euros en un gin tonic cuando podrías haberlos 
					donado a los niños de Somalia. Para el idiota, Lenin fue un 
					hipócrita porque tenía más de dos camisas, sabiendo que por 
					el precio de una de ellas bien podía haberle comprado comida 
					a un hambriento, por no hablar de la hipocresía de Salvador 
					Allende, aquel autodenominado marxista al que sus 10 kilos 
					de más delataban como indisciplinado zampabollos insolidario. 
					Pero sin duda, el mayor de los farsantes fue el Ché Guevara, 
					pues una fotografía constata que en una ocasión bebió 
					Coca-Cola. Muy poca vergüenza la del legendario guerrillero. 
					 
					Yo también soy un hipócrita. Digo que soy de izquierdas, 
					pero escribo estas líneas desde un ordenador que gasta 
					electricidad, de vez en cuando compro ropa, me gusta salir 
					con mis amigos a tomar unas cañas, financio la tala de 
					árboles con mis pagos a los libreros, me monto en coches que 
					contaminan, no he metido a ningún sirio en mi casa, suelo 
					comer tres veces al día y no hay noche que no duerma 
					caliente en una cama. Hasta tengo más de un par de zapatos y 
					me pongo corbata en las bodas. Ojalá fuera de derechas. No 
					tendría que justificar todos estos intolerantes vicios ante 
					nadie. Y ningún idiota me vendría con idioteces. 
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