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OPINIÓN - LUNES, 15 DE DICIEMBRE DE 2014

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

España dejará de ser un país

Por Jesús González


En efecto: un país que no defiende sus fronteras no es un país. Y España va camino de dejar de ser un país. Será otra cosa, pero dejará de ser un país. Si nuestros representantes en el Congreso no aciertan a ver el peligro que supone la inmigración clandestina que entra por las fronteras de Ceuta y de Melilla para la seguridad y la convivencia, el futuro de España será más que problemático. Si se sigue cuestionando la salvaguarda y vigilancia de nuestras fronteras en Ceuta y en Melilla y se sigue poniendo en cuestión la defensa de esas fronteras, el acceso de innumerables elementos extraños a nuestro país será de unas consecuencias incalculables. Escribe Rafael Chirbes en su notable novela “Crematorio” que la permeabilidad absoluta es el desconcierto y una sociedad desconcertada está condenada a la ruina. A ser devorada por alguien. Esta afirmación del escritor valenciano bien pudiera ser aplicada a la sociedad española. España es una sociedad desconcertada que no atina a ponerse de acuerdo respecto de cómo tratar el peligro que supone la inmigración ilegal. Las fronteras en Ceuta y en Melilla son de una permeabilidad tal que asusta. Estamos siendo ‘devorados’ por la ineptitud y la ceguera de nuestros representantes en el Congreso al no querer darse cuenta de que la inmigración ilegal es un peligro a todas luces.

La oposición al gobierno en el Congreso se escuda en los derechos humanos para arremeter contra la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana, ellos, la oposición, la llaman la “ley mordaza”. Dentro de esa ley se contempla el rechazo “en caliente” en las fronteras ceutí y melillense de los ilegales que traten de entrar por la fuerza a las ciudades españolas del norte de África. Es tal el grado de ceguera y de estulticia de la oposición que incluso amenaza con derogarla si en la próxima legislatura hay una mayoría distinta a la absoluta del PP. No cabe duda de que esta postura de la oposición podría animar a los futuros invasores a no cejar en sus intentos de encaramarse a las vallas bien de Melilla o de Ceuta. Ya no hay duda de que en estas dos ciudades hay una herida abierta y por ella entrarán los futuros males de convivencia en la sociedad española. Si no han entrado ya.

¿Pero de verdad estamos seguros de lo que estamos metiendo en nuestras casas, haciendo dejación de la defensa a ultranza de nuestras fronteras? ¿Es estupidez o ignorancia? ¿Hay algo más allá de la defensa de los derechos humanos para dejar entrar a tanto clandestino? ¿No será que han convertido los derechos humanos en un ardid, en una treta, para no luchar contra esta invasión descarada de extranjeros? ¿No se estarán justificando delitos bajo la coartada de los derechos humanos? ¿No se dan cuenta estos políticos de todo a cien de que estos clandestinos acabarán formando guetos de africanos, que son auténticos vertederos de personas del tercer mundo sin oficio ni beneficio ni futuro, viviendo de la asistencia pública que pagamos todos los europeos? ¿Tan necios son estos representantes del pueblo que pasan por alto que más pronto que tarde empezarán los conflictos étnico-religioso-culturales? ¿Es tan difícil ver que la inmigración clandestina es una bomba de espoleta retardada? ¿O quizá de lo que se trata es: o permites la invasión o conculcas los derechos humanos? Si esto último es cierto, parece una sutil trampa diabólica, se mire por donde se mire.

Acaso esos prebostes que sientan sus nobles posaderas en los confortables sillones del Congreso quieran creer que esta inmigración ilegal se ajusta al patrón que tienen de la inmigración en su imaginario –inmigrante bueno, sociedad de acogida mala–. La realidad, por el contario, es tozuda y bien tozuda. La realidad viene a cada momento a desengañarlos (y a desengañarnos) y para evitar verla –como hacen nuestros representantes en el Congreso– miran para otro lado. Acaso esos prebostes a los que me refiero disparan con pólvora del rey: como ellos y sus familiares no van a rozarse en su vivir cotidiano con esos inmigrantes ilegales, ni los van a socializar en sus barrios, ni en sus escuelas, ni en sus zonas de ocio, pues a fuerza de ser más demócratas que nadie apoyan con todo el ruido del que son capaces, descalificando al gobierno, que es el que presenta la ley, la entrada de los ilegales por las fronteras de Melilla y de Ceuta.

Lo más increíble de todo esto es que nadie –o muy pocos– repruebe esta invasión, es decir, que no hay una reprobación unánime de estas entradas violentas y de las violaciones de las fronteras españolas. ¿Es que aún no se ha hecho insoportable esta inmigración ilegal? Si esto no es una rendición se le parece mucho. Un país que se rinde empieza por ser vulnerable en sus lindes. Lo que sí parece ser cierto es que aquí alguien está engañando a alguien. Quizá sea cierto el viejo adagio de “maneja a los estúpidos y manejarás el mundo”. Será eso.

(PD/ Recuerde: faltan exactamente 36 semanas para celebrar el 6º Centenario de la conquista de Ceuta por los portugueses: el 21 de agosto de 2015).
 

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