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OPINIÓN - MARTES, 27 DE ENERO DE 2015

 
OPINIÓN / COLABORACION

La hora de Mario Draghi

Por Mercedes Sánchez Vallejo


Todas las miradas puestas sobre Mario Draghi y el nuevo escenario que se nos presenta tras la aprobación, por el Consejo de Gobierno del BCE, del programa de compras masivas de deudas públicas. La economía de la zona euro está a punto de estrellarse por tercera vez contra la recesión; los precios se asoman peligrosamente a zona de deflación; la tan cacareada y deseada recuperación económica no se consolida; la confianza de los consumidores sigue sin despegar y el crédito sin fluir. Ante esto, son varios los motivos de peso los que han dado lugar a la toma de una decisión tan transcendental, a la vez de esperada, y se nos vende como medida aportadora del mayor de los estímulos económicos que necesita la UE desde el comienzo de la crisis.

Animar a la banca a que preste, a las empresas a que inviertan, a los consumidores a que consuman y evitar una entrada de la eurozona en deflación. Esos son los objetivos que busca Draghi con el programa de compra de deuda soberana. Aún así estas medidas, desde mi puesto de vista, tienen sus defectos. No fomentarán el ahorro doméstico, y los pequeños ahorradores no sabrán qué hacer con el dinero. Lo invertirán en productos con riesgo (¿las preferentes?). El negocio del circulante para los bancos, una vez más los beneficiados. Y los préstamos no fluirán realmente como se espera, aunque sean a bajo interés. Con la bajada del euro favorecemos las exportaciones, pero encarecemos las importaciones de artículos como el petróleo.

Pero no voy a negar que estas medidas sean necesarias muy a pesar de sus defectos. Eso sí, reconocer que no andaba muy equivocada cuando me afanaba en discutir, por supuesto respetando las opiniones que me eran contrarias, que tantas medidas de austeridad no iban a sacarnos de ese pozo en el que la crisis nos había metido. Que las medidas que se tomaron para atajar la crisis no provocaron la necesaria inversión, que esas actuaciones no llegaron a la economía real, a las pymes, familias, autónomos, en forma de crédito y facilidad de financiación. Una España inundada de desempleados, desahuciados, políticos corruptos y todo un conflicto de valores que aflora justo en momentos de vacas flacas, no tenía la respuesta en la austeridad ni en la subida de impuestos ni en los recortes continuos en todos los ámbitos de nuestra sociedad del bienestar, sino más bien por sacar dinero y ponerlo en movimiento. Se hacía necesaria la inyección y circulación de capitales.

Es inexcusable que el crédito vuelva a crecer en términos agregados, necesitamos reducir más nuestro endeudamiento y liberalizar la economía para que emerjan oportunidades de inversión, nuevos proyectos empresariales atractivos que induzcan al emprendimiento. Un ejemplo claro es que apenas el 4% de la población en España es emprendedora, frente al 8% de EE UU, y España es uno de los países del mundo donde es más difícil poner en marcha una empresa.

La realidad palmaria que nos encontramos, se quiera o no se quiera ver, es que la economía de mercado y la libre iniciativa son claves de la prosperidad y de la creación de empleo. El gasto público ha de estar sometido a un riguroso control para impedir un endeudamiento que hipoteque a las futuras generaciones. La fiscalidad ha de ser una herramienta de dinamización de la economía y no ha de alcanzar nunca niveles confiscatorios que inhiban el ahorro y la inversión. El fomento de la cultura emprendedora es indispensable en el crecimiento y el progreso. El motor de creación de ocupación son las empresas y los empresarios.
 

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