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					Aestas alturas de la película cuesta trabajo comprender que 
					aún haya que dar explicaciones sobre el peligro intrínseco 
					de la inmigración ilegal sobre las sociedades abiertas y 
					democráticas. Hasta tal punto esas sociedades se han vuelto 
					hedonistas, cómodas e indolentes y han perdido el sentido 
					del peligro que se han tomado la inmigración ilegal a título 
					de inventario. De tal manera las sociedades europeas han 
					aceptado a pie juntillas las supuestas bondades de la 
					sociedad multicultural que no reaccionan ante la ‘caza’ del 
					ciudadano europeo que se ha desatado en sus sociedades por 
					parte de extracomunitarios asentados en su seno, e incluso 
					por parte de nacidos en esos países europeos, pero que se 
					sienten concernidos sobremanera por la cultura, por la etnia 
					y por la religión de los países de origen de sus mayores 
					inmigrados. Detrás de todo esto se halla la labor de los 
					propios políticos europeos, que han instilado, lenta, pero 
					eficazmente, el sentido de culpabilidad en los ciudadanos 
					europeos respecto de esos asaltantes de nuestras fronteras, 
					así como el amordazamiento de la ciudadanía vía código 
					penal. A eso hay que añadir el chantaje que supone la 
					acusación, aunque arbitraria, de racismo y/o de xenofobia, 
					actividad en la que determinadas ONG funcionan como los más 
					cualificados servidores del capitalismo feroz. Junto a 
					ellos, jueces y alrededores que defienden con uñas y dientes 
					que el derecho a entrar por la buenas o por las malas a 
					través de las fronteras debe primar sobre el blindaje de las 
					mismas, y, cómo no, cuentan con la inapreciable colaboración 
					de los ‘mass media’. El triste corolario de todo esto es que 
					cuando islamistas asesinan a europeos, en sus propios 
					países, los prebostes de la Unión Europea llaman al cuerpo 
					social a manifestarse masivamente contra… ¡la extrema 
					derecha!  
					 
					En los medios de comunicación de masas, al ciudadano le 
					sirven diariamente la ración de la vida y milagros de los 
					Tomás Gómez y sus ceses, de los Monedero y sus trapicheos 
					con Hacienda, de la tal Tania y sus andanzas políticas, de 
					los Bárcenas y sus idas y venidas, de los que dilapidaron 15 
					millones de euros a través de las llamadas tarjetas negras, 
					del llamado “pequeño” Nicolás y sus turbios manejos, de los 
					sindicalistas de Comisiones Obreras que se ‘pusieron las 
					botas’ en los Consejos de Bankia, en fin, no es necesario 
					continuar con la relación. Pero, eso sí, ni una sola palabra 
					para valorar el asalto, y las futuras consecuencias para el 
					tejido social, de centenares de africanos a la valla de 
					Melilla. Asimismo, no se valora la llegada de miles de 
					extranjeros a las costas de Italia, salvo cuando las 
					embarcaciones zozobran y hay numerosos ahogados. Entonces 
					todo son lamentaciones, golpes de pecho, búsqueda de 
					posibles culpables (que suele ser, cómo no, la sociedad 
					europea), y la exposición de los consabidos lugares comunes 
					respecto de la inmigración, su utilidad, provecho y 
					beneficio para las sociedades europeas. Y ahí queda todo 
					dicho.  
					 
					A lo que no le encuentro explicación es a la ceguera de ONG, 
					políticos, juristas, periodistas, sindicalistas, etcétera, 
					respecto de que entre los que saltan las vallas de Ceuta y 
					Melilla, y, sobre todo, entre los miles que llegan en barcos 
					desde Libia, pueden entrar en Europa islamistas con las 
					intenciones que todos sabemos. Parece que no les importa que 
					se cuelen terroristas islámicos dispuestos a llevar a cabo 
					una matanza. Les es indiferente que Bernardino León, 
					Representante Especial de Naciones Unidas para Libia, 
					manifieste que “La situación económica (de Libia) está al 
					límite, también lo está la seguridad (…), es un caos total”. 
					Pues bien parece que a los citados más arriba les importa un 
					rábano que los terroristas islamistas se puedan camuflar 
					(como consecuencia de ese “caos”) entre los que, o bien 
					saltan las vallas, o bien llegan en barcos a Italia. Es tal 
					la caída en las trampas emocionales de la inmigración ilegal 
					que el “no hay libertad sin garantías de seguridad” se lo 
					pasan por el arco del triunfo.  
					 
					Pareciera que detrás de toda esta estúpida tolerancia se 
					hallase la oligarquía económico-político-financiera mundial 
					defensora de la cultura de la culpa y del arrepentimiento, 
					que tiene como objetivo hacer que los europeos renieguen de 
					lo que les caracteriza, de su identidad, todo ello para 
					tenerlos adormecidos y dominados para así manejarlos, previa 
					conversión en una masa mestiza sin referentes y sin 
					historia. A este respecto, es recomendable oír lo que dice 
					el etólogo Irenäus Eibl-Eibesfeldt: “La cuestión clave para 
					el futuro es el aumento de población. Si usted no quiere que 
					la paz mundial sea perturbada, cada pueblo debe adaptar su 
					población a la que puede mantener su país. En un mundo lleno 
					de gente, el crecimiento demográfico no puede ser un 
					argumento para traerlos a nuestra tierra. La disminución de 
					la población, incluso en un país o grupo de países, no 
					justifica moralmente y políticamente la inmigración. Y la 
					tierra, el principio de territorialidad, es un elemento 
					intangible de la soberanía del Estado. El respeto es un 
					requisito previo para la paz”.  
					 
					(PD/ Recuerde: faltan 26 semanas para el 6º Centenario de la 
					conquista de Ceuta por los portugueses: el 21 de agosto de 
					2015) 
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