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OPINIÓN - VIERNES, 10 DE ABRIL DE 2015

 
OPINIÓN / EDITORIAL

La imputación

El reciente archivo y sobreseimiento de las denuncia contra Yolanda Bel y Juan José Imbroda, aviva el asunto polémico de si los políticos imputados judicialmente deben figurar o no en listas electorales, o si los parlamentarios ante una imputación deben entregar o no sus actas de diputados. Muchos de nuestros políticos se jactan manifestando que “el político imputado deberá abandonar su cargo público.” Sin embargo, cuando finalmente la imputación ha llegado se desdicen, y responden a la misma girando la cabeza hacia otro lado.

Lo cierto es que el término “imputado” ha adquirido una significación muy negativa, en la que parece que el individuo que ha sido imputado ya es, al menos en parte, culpable. La imputación, a efectos de la percepción ciudadana, es muchas veces una presunción de culpabilidad, incluso con independencia de lo que después pase en el juicio. Algunos piensan que los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad en que ello sea así, pero buena parte del problema deriva de que, en España, durante mucho tiempo, prácticamente nadie ha asumido responsabilidades políticas hasta las últimas consecuencias. Es decir, hasta llegar a la dimisión. Se asumían responsabilidades políticas... Y la asunción de tales responsabilidades no parecía tener efecto alguno. Por ese motivo, se ha acabado judicializando en extremo la acción política; por la sencilla razón de que, sin imputación, nadie asumía sus responsabilidades.

En España, dimitir implica casi siempre abandonar la política, lo quiera o no el político. En el medio y largo plazo, queda evidenciado que la dimisión es un punto sin retorno. Por eso (entre otras razones) casi nadie dimite, pase lo que pase. Y por eso, también, los ciudadanos se han acostumbrado demasiado a ignorar, o como mínimo relativizar, la presunción de inocencia y el régimen de garantías procesales que debería regir en todo proceso judicial.
 

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