Toda relación humana conlleva un determinado modelo de
convivencia, que comporta diferentes variables, como
valores, sistema de relaciones y entre otras expectativas
sociales y educacionales.
Igualmente, el aprendizaje de la convivencia o para ser más
precisos, el aprendizaje de un determinado modelo de
convivencia es inherente a cualquier proceso educativo.
El aprender a convivir en un marco de reglas determinadas,
es una de las funciones asignadas a la educación, tanto en
los marcos familiares como en los sistemas educativos
formales.
Con ello, queremos decir que la misión de construir
sociedades convivenciales compete al “conjunto de la
sociedad”, por lo que en modo alguno, ni se puede delegar
exclusivamente esta responsabilidad en el sistema educativo
aunque la tenga y sea muy grande, ni en las familias.
Ahora bien, el progresivo deterioro de la convivencia no
deviene porque sí, ni es fruto de un accidente, ni de una
inevitable evolución. Hay causas y circunstancias que
provocan esta situación.
Junto a los derechos, no podemos olvidar que toda
convivencia siempre lleva consigo unos determinados deberes,
para con los demás, aspecto que a veces se descuida.
El sentido del deber para con los miembros de la familia, de
la comunidad educativa, así como, de los valores de la
justicia, la libertad, la paz, etc. Es un sentimiento
necesario que debemos inculcar de pequeños. Los deberes son
la otra cara de los derechos, unos y otros están
indisolublemente unidos.
Por las razones expuestas, la convivencia y la educación
para la misma, deben ser consideradas como cuestiones
prioritarias para el conjunto de la ciudadanía, siempre con
el liderazgo de las instituciones públicas.
Por ello, para el MDyC, es una cuestión ineludible y como
tal, el equipo socioeducativo ha diseñado dentro de nuestras
iniciativas ciudadanas, un plan de convivencia, así como un
observatorio que vele por dicha convivencia y, que
constituyen un pilar fundamental dentro de las mencionadas
iniciativas de compromiso con la ciudadanía.
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