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                     Son varios los artículos en los 
					que he hecho referencia al profesor Carlos Fernández Liria. 
					Durante los últimos años, la labor teórica de este filósofo 
					marxista y kantiano ha consistido en la búsqueda de un 
					diálogo entre Ilustración y marxismo, en la identificación 
					del pensamiento de Karl Marx con los valores de la 
					Modernidad y el concepto de ciudadanía.  
					La tesis sostenida por Fernández 
					Liria es toda una impugnación a la tradición marxista 
					predominante en el siglo XX, a ese “marxismo” que, en lugar 
					de combatir lo que de burgués tenía el Estado de Derecho, 
					tomó la parte por el todo e identificó al Estado de Derecho 
					como una construcción burguesa, regalando al adversario toda 
					la riqueza teórica de Kant, de Rousseau, de Locke y demás 
					mentes ilustradas. El marxismo del siglo XX, en lugar de 
					advertir que la separación de poderes, que el 
					parlamentarismo, que la igualdad ante la ley, que, en 
					definitiva, todos los factores que forman el Estado de 
					Derecho, se volvían una farsa bajo condiciones capitalistas; 
					en lugar de elaborar una tradición teórica que desarrollara 
					y explicara la incompatibilidad entre capitalismo y 
					ciudadanía, le dio la razón al pensamiento liberal e 
					identificó tales conceptos como ambas caras de un misma 
					moneda: si se quiere Estado de Derecho, hay que tragar con 
					el capitalismo. Al sostener tal afirmación, no quedaba otra: 
					si se quería acabar con el capitalismo, había que llevarse 
					por delante al Estado de Derecho y la herencia ilustrada, lo 
					que propició las experiencias fracasadas que todos 
					conocemos. Así, ante las apelaciones a Kant o Montesquieu, 
					el marxismo “realmente existente” y sus variantes respondían 
					con “El libro rojo” de Mao o “El hombre nuevo” guevarista. 
					Imposible competir.  
					¿Es real la tesis compartida por 
					el grueso del marxismo del siglo pasado y los 
					liberal-conservadores? ¿Es cierto que el Estado de Derecho 
					sólo es posible bajo condiciones capitalistas, o por el 
					contrario, son esas mismas condiciones capitalistas las que 
					hacen imposible su puesta en práctica? ¿Fue realmente la 
					Revolución francesa una revolución burguesa o fue la 
					burguesía la que aplastó la Revolución e hizo suyos unos 
					conceptos que no le pertenecían, identificando desde 
					entonces Estado de Derecho con capitalismo? La verdad es 
					que, citando a Marx: “Un negro es un negro y sólo bajo 
					ciertas condiciones se convierte en un esclavo. Una máquina 
					de hilar es una máquina de hilar y sólo bajo ciertas 
					condiciones se convierte en capital”. Un parlamento es un 
					parlamento y no tiene nada de capitalista, sólo bajo ciertas 
					condiciones se convierte en un instrumento al servicio del 
					poder. ¿Cuáles son esas condiciones? Las condiciones 
					materiales que hacen que el poder político esté vaciado de 
					poder real ante lo inconmensurable de un poder económico 
					capaz de doblegar a estados enteros. Si el poder político no 
					tiene poder, la separación de poderes de Montesquieu se 
					vuelve un chiste de mal gusto, pues si el poder real está en 
					el poder económico, ya puedes separar lo que quieras el 
					poder político, que el poder continuará estando en otro 
					lugar. El problema del parlamentarismo no es el 
					parlamentarismo, sino que no hay parlamentarismo. El 
					problema de la libertad de prensa no es la libertad, sino 
					que no hay libertad si existen oligopolios que controlan la 
					información y la convierten en mercancía. El problema no es 
					el Estado de Derecho; el problema es que no hay Estado de 
					Derecho.  
					Bajo condiciones no capitalistas 
					es posible que no haya democracia, pero bajo condiciones 
					capitalistas es absolutamente irremediable que la democracia 
					no sea democracia, que la democracia no esté “en Estado de 
					Derecho”, y esto último es lo que asumen y aplauden, sin 
					darse cuenta, quienes ven como algo democrático que la 
					Troika haya asestado tan duro golpe al pueblo griego. Ese 
					“Os lo dije” expresado por muchos podríamos traducirlo como 
					un “Os dije que no hay democracia en Europa”. Es cierto. No 
					hay democracia en esta Unión Europea, pero la posición ante 
					esta realidad no puede ser su asunción ni la descalificación 
					hacia aquellos que, precisamente, pelean por subvertir el 
					actual estado de las cosas. Esos que por tantos son tachados 
					de “populistas” son quienes hoy día defienden lo que de 
					democrático le queda a la construcción europea.  
					Democracia es mucho más que votar. 
					Las constituciones que se implantaron en Europa tras la II 
					Guerra Mundial fueron la plasmación de un principio 
					irrenunciable conquistado por las clases populares: el 
					principio de que sin las mínimas condiciones materiales de 
					existencia y dignidad no hay democracia, de ahí la 
					positivación de los derechos sociales como condición sine 
					qua non para que los derechos civiles y políticos puedan ser 
					ejercidos en verdadera libertad.A Grecia se le niega lo 
					mínimo necesario para poder tener democracia. Y se hace bajo 
					el reclamo de principios democráticos.  
					Decía León Trotsky que el 
					socialismo era imposible en un solo país. Lo que las 
					instituciones europeas han perpetrado contra el pueblo 
					griego va un paso más allá, dejando claro que, bajo las 
					condiciones neoliberales en las que ha desembocado el 
					capitalismo, lo que no es posible en un solo país es la 
					misma democracia liberal. Grecia, sola, apenas tiene fuerza 
					para luchar contra un gigante. Si queremos democracia es 
					imprescindible que surjan más gobiernos de cambio. Nos queda 
					eso o seguir engañándonos con la ilusión de un falso Estado 
					de Derecho.  
  
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