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OPINIÓN - MARTES, 10 DE NOVIEMBRE DE 2015

 
OPINIÓN / COLABORACION

Profesionales del apaciguamiento y del diálogo

Por Jesús González


El asesinato de Pim Fortuyn, el 6 de mayo de 2002, y el de Theo van Gogh, el 2 de noviembre de 2004, removieron un tanto las conciencias adormecidas de los holandeses. Ambos, Fortuyn y Van Gogh, se habían opuesto radicalmente a la inmigración masiva procedente de los países islámicos. Ambos estaban en contra de la islamización de Holanda. Intuían que el aumento de una subcultura fundamentalista islámica supondría una amenaza para los valores democráticos. Fortuyn y Van Gogh fueron despellejados y calificados como islamófobos por el establishment mediático y político holandés. Decir la verdad sobre un tabú como el islam y sus alrededores fue como un terremoto que socavaba los cimientos del cloroformizado y plácido panorama político holandés. Inmediatamente se pusieron manos a la obra los profesionales del apaciguamiento y del diálogo.

El primero de ellos, Pim Fortuyn, fue calificado como ultraderechista, charlatán, sembrador de odio, discriminación y discordia y un peligro para el país, un inicio del fascismo y del nazismo, “un hombre peligroso que engaña a la gente”, “es Mussolini”, cacique fascista, y fue comparado con Hitler, desde la Izquierda Verde, pasando por el Partido Socialista, el Laborista, el demócrata Liberal, hasta periodistas del ala más izquierdista de la prensa holandesa. Y así llegó aquel fatídico 6 de mayo de 2002 en que un tal Van der Graaf le descerrajó seis tiros en la cabeza, el pecho y el cuello. Van der Graaf explicó que consideraba a Fortuyn un “peligro para la sociedad” y que lo había asesinado porque sus opiniones sobre el islam le parecían “estigmatizadoras”. Como no podía ser de otra manera en una sociedad que no aceptaba la crítica sobre el islam, tacharon al asesino de Fortuyn como un “loco solitario”. El impacto del asesinato de Fortuyn parece que sacó de su postración y de su pusilanimidad a cierta parte del pueblo holandés que lloró su muerte y se congregó para protestar contra su asesinato y honrar su memoria. Pero, desgraciadamente, su muerte no sirvió para acallar y rebajar el grado de calumnias sobre Fortuyn. Declaraciones y artículos siguieron difamándole y ofendiéndole. Pero, como escribe Bruce Bawer, el asesinato de Tim Fortuyn puso fin al tabú holandés del debate sobre la inmigración, integración e islam.

Tal y como le sucedió a Fortuyn, Theo van Gogh también fue asesinado por haber criticado el islam y por cuestionar que la democracia y el islam puedan ser compatibles. Van Gogh fue tiroteado por Mohamed Bouyeri, holandés de ascendencia marroquí, una vez en el suelo lo remató y lo degolló. No contento con esto, le dejó clavada en el pecho una larga carta en la que amenazaba a varias personas, entre ellas a la activista Ayaan Hirsi Ali, que había sido la guionista de la película “Sumisión”, rodada por Van Gogh. Van Gogh había criticado abiertamente, como Fortuyn, la pasividad europea frente al islam fundamentalista, el apaciguamiento y el diálogo. El asesinato de Van Gogh tuvo una enorme repercusión, no solo en Holanda, sino en el resto de los países de la UE. En todos ellos se les reveló que tenían una nueva y oculta preocupación: el islam. Pero de todas formas, hubo quien le culpó de su propia muerte por su actitud frente al islam.

Pero nunca han faltado, a pesar de todo, las políticas de apaciguamiento y de diálogo frente al islamismo fundamentalista. Es más, cuando musulmanes nacidos o residenciados en los países europeos han cometido tropelías de consideración, le ha faltado tiempo a la élite mediático-política para salir al paso para advertir de los peligros de una reacción exagerada en caso de demonizarlos y, en no pocos casos, para expresar sus simpatías por los causantes de las tropelías. Es siempre, y una vez más, la política de apaciguamiento y de diálogo llevada acabo por los profesionales a este respecto.

Pero no sólo pertenecen a la élite mediático-política quienes actúan como profesionales del apaciguamiento y del diálogo. También miembros pertenecientes a la iglesia católica son destacados profesionales del apaciguamiento y del diálogo, comportándose así como verdaderos tontos útiles del islamismo fundamentalista y de la inmigración masiva procedente de los países islámicos. Recientemente, aparecía en el digital AD la noticia de que “destrozan un Cristo y una Virgen en una parroquia de Rincón de la Victoria, Málaga, y escriben Alá en la pared”. Ya hubo otro ataque el 28 de septiembre pasado, cuando un joven marroquí fue detenido por causar daños a la hornacina de la Virgen del Carmen. Al parecer, golpeó el cristal de la hornacina con una piedra al tiempo que gritaba “grande Alá”. La noticia evacuada por el Obispado considera este ataque “fruto de un vandalismo aislado”, lo cual recuerda lo que se dijo cuando el asesinato de Fortuyn, cuyo asesino fue tachado de “loco solitario”. La nota del Obispado continúa de esta guisa: “y que no responde (el “vandalismo aislado”) al sentir general de las personas que profesan la fe islámica”, y añade “animamos a continuar la convivencia pacífica que este tipo de hechos, además de daños materiales y espirituales, no produzcan un deterioro del ¡diálogo! basado en el respeto y la fraternidad entre los diferentes grupos religiosos al que nos alienta la iglesia universal”, (bla, bla, bla). Otra vez los profesionales del apaciguamiento y el diálogo a la palestra.

Así, a este respecto, el Arzobispo de Valencia, Monseñor Cañizares, ha tenido que poner sordina a sus declaraciones sobre los refugiados y a su imagen de que son como el caballo de Troya. No debe haber duda alguna de que la Conferencia Episcopal le habría llamado al orden para que matizase sus declaraciones. Así, al Arzobispo le ha faltado tiempo para hacerse la foto con Riay Tatary, ¡sirio de origen!, Presidente de la Comisión Islámica de España, personaje este perteneciente a la corriente Tabligh del islam. El Tabligh es una corriente rigorista respecto de la observancia de la ortodoxia islámica. Según un estudio de profesores de Huelva y Granada, la orientación “normativa y literalista de los libros sagrados” del Tabligh, sin ser un movimiento de “guerra santa”, se teme acabe siendo “instrumentalizada por los yihadistas, preparando involuntariamente el terreno al reclutamiento radical en España”. Asimismo, su fuerte componente identitario y su peculiar modo de vida pueden dificultar que sus miembros se sientan comprometidos con la sociedad española, según los autores del informe –Sol Tarrés y Javier Jordán–. Esta actitud de Monseñor Cañizares es un ejemplo más de apaciguamiento y diálogo que caracteriza a todos los estamentos de la sociedad europea.

A este respecto, es tal la prevención de las sociedades europeas respecto de su relación con el islam, que no pocos países de la UE (España incluida) están reformando sus Códigos Penales para dejar al islam al margen de toda crítica (lo cual es inconcebible en un Estado de Derecho). Así, “Los delitos de islamofobia tendrán su propia categoría” en el Reino Unido. Se ve bien a las claras que se quiere poner al islam a buen recaudo de las críticas de los ciudadanos autóctonos europeos. Europa se ha convertido en una sociedad entregada, sumisa y acobardada, cuyo futuro se ve muy problemático. “Una de las mayores desgracias de las gentes honradas –escribió Voltaire– es que suelen ser cobardes”. Así, “Europa, escribe Bruce Bawer, al apaciguar una ideología totalitaria –como es el islamismo fundamentalista y radical– está poniendo en peligro su propia libertad”. El concepto más preciado por “las sociedades en decadencia” –y esta lo es– es el de la paz; a cualquier precio, como sea, pero paz. Por eso, la élite mediático-político-religiosa europea se ha hecho profesional del apaciguamiento y del diálogo. También, por eso, las turbas asiático-africanas nos han tomado la medida y, así, somos incapaces de defender todo aquello que nos caracteriza como ciudadanos pertenecientes a una civilización formidable, tal cual es la civilización occidental.
 

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