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SOCIEDAD - VIERNES 4 DE NOVIEMBRE DE 2005


ARGELINO QUE PADECE SARNA. REDUAN.

INMIGRANTES / BARRACÓN
 

Argelinos, el colectivo invisible
del barracón del Sardinero

La cifra de inmigrantes que pernoctan en el edificio abandonado del centro de Ceuta varía todas las noches. “No hay ningún marroquí entre nosotros”, aseguran
 

CEUTA
Mada M. y Verónica F.

local
@elpueblodeceuta.com

Las caras de la inmigración son bien distintas. Ceuta, una de las principales puertas a Europa para el continente africano, es prueba de ello.

En pleno centro de la ciudad, tras el edificio de la Cruz Blanca, una vieja nave abandonada sirve como refugio para los “invisibles”: inmigrantes indocumentados que, en su mayoría, no figuran en ningún expediente policial.

Los que habitan en la primera planta de este barracón son un grupo de argelinos. ¿Cuántos? La cantidad varía sin razón aparente. Hace dos noches, más de cincuenta personas dormían en el interior de este antiguo almacén cercano al complejo residencial Galera En los pasillos, enormes montañas de basura. En cada una de las estancias, se hacinan los argelinos. Algunos llevan sólo un mes viviendo aquí, otros llevan años. Todos esperan su oportunidad, la de cruzar a la Península para llegar a Europa y tener una vida mejor. Mientras llega el momento, sobreviven como pueden.

Se organizan por procedencias e incluso por sexos. Las mujeres siempre duermen juntas, en un rincón. Abajo los marroquíes, arriba los argelinos y en otra nave los subsaharianos. No se mezclan. Sobre todo entre marroquíes y argelinos. Estos últimos no quieren saber nada de nuestros vecinos ya que son muchos los que dicen ser argelinos para evitar ser devueltos de inmediato a Marruecos. Los argelinos lo saben y están indignados.

Dignidad. Pudiera parecer que alguien capaz de vivir entre la basura acompañado por ratas del tamaño de un gato no sabe lo que es eso. Pero nada más lejos de la realidad. Dicen que ésta es la única forma que tienen de sobrevivir en España sin ser devueltos a Argelia y, a pesar de la pobreza y la necesidad, prefieren mantenerse así que ser devueltos a su país porque “nosotros sólo queremos cruzar a Europa y allí ya nos buscaremos la vida como sea”.

En Ceuta, los días transcurren sin demasiadas cosas que hacer, los inmigrantes abandonan la nave en cuanto pueden porque, aseguran, vivir entre la basura no es agradable. “Somos personas y como a todos, nos parece que vivir así es inhumano, pero es lo único que tenemos”, afirma un joven argelino. Deambulan por las calles de Ceuta buscando un poco de comida que llevarse a la boca. Algunos tienen conocidos marroquíes en el Mercado Central que suelen darles algo de alimento. En este aspecto, cada uno se las ingenia como puede no hay comida comunitaria, lo que consigues es para ti.

En el barracón del Sardinero, tienen luz y agua porque han cogido tomas de la Cruz Blanca y de los edificios próximos. Los vecinos son los únicos conscientes de la presencia de estos “invisibles” y están hartos. Tienen miedo por sus hijos ya que este edificio es un foco de infecciones y piden que se les haga caso por parte de las autoridades. La Ciudad Autónoma, en principio, no tiene por qué intervenir ya que se trata de un edificio privado. Todos tienen motivos por los que protestar: vecinos, autoridades e inmigrantes. Pero estos últimos, si nos fijamos en algunas de las historias que relatan, tal vez tengan una razón extra para ser escuchados.

Después de pasar cinco días en un hotel de Ceuta a Fethi Chihoub se le acabó el dinero. Cinco años trabajando en Torrevieja para acabar aquí, comenta mientras cocina una tortilla de patatas en un pequeño hornillo. Este argelino afirma que bajó hace poco más de un mes a visitar a su hermano a Ceuta y, desde entonces, permanece en la ciudad, retenido en una especie de limbo legal. Chihoub asegura que actualmente está en proceso de regularización, pero que el resguardo de su futura tarjeta de residencia no ha servido para que le identifiquen como argelino en la Comisaría. Mientras espera a que pase algo que le devuelva a la Península, donde “me espera mi novia” y, según explica, un jefe de obras, se acomoda entre cartones y ropas viejas con el único objetivo de “pasar el tiempo lo mejor posible”.

Su pasaporte desapareció un día de su bolsillo, no sabe cómo ni cuándo y ha decidido enviar su resguardo acreditativo a Torrevieja, para ver si desde allí puede realizarse algún otro trámite. Fethi se mantiene a la espera pero no por mucho tiempo: “aquí no hay ningún trabajo para mí y no puedo demostrar que soy argelino”. Pero su situación no sería, ni de lejos, la peor de todas desde el punto de vista legal.

La mayoría de los argelinos que malviven en el barracón del Sardinero han llegado hace unos meses a la ciudad, sin referencias peninsulares. Algunos pasaron por el CETI, pero no han podido permanecer demasiado tiempo en las dependencias del centro. Los menos cuentan con una orden de expulsión de España, y sólo uno enarbola un documento oficial de su país. Este argelino ha iniciado los trámites de solicitud de asilo político en España, pero asegura que del CETI le remiten a Comisaría a por papeles que le permitan residir allí; desde la Policía le aseguran que con lo que tiene es suficiente. Al final dice que ha decidido vivir en el barracón.

Las condiciones higiénicas (palpables y respirables) no hacen otra cosa que agravar infecciones y heridas. Un argelino lleva varios días con fiebre y las marcas de su cuerpo apuntan a que podría padecer sarna. Permanece tendido en un colchón, algo apartado del resto del grupo, y pide medicación o pomadas que lo alivien.

Con un “aquí somos todos argelinos” los inmigrantes reclaman que les identifiquen como tales. Aseguran que ni un solo marroquí convive con ellos en la segunda planta del barracón. “Esos están por ahí, pero no con nosotros”. Los varones muestran una pequeña cicatriz en el antebrazo que les dejó la vacuna de la viruela y que aseguran que es exclusiva de su país. Cualquier cosa antes de que les confundan con marroquíes. Este colectivo habita otro de los rincones del solar abandonado, como los subsaharianos, ubicados en la primera planta.

“No queremos volver con Buteflika”. La situación sociopolítica de Argelia no les convence a pesar de que las ratas no son los inquilinos que esperaban encontrar en España. Dicen que mientras no tengan otro lugar al que ir, el barracón seguirá siendo refugio para ellos.
 

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