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OPINIÓN - JUEVES 10 DE NOVIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

El discurso de Vivas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Creo que fue Schuster, entrenador del Getafe, quien dijo que las cortinillas se les cierran cuando debe dirigir un partido en horas intempestivas. Y no me extraña que el alemán sea propenso a dar cabezadas cuando los encuentros son televisados por las autonómicas. Porque es algo que a mí me suele ocurrir todas las noches cuando, sentado ante el televisor, el reloj marca las once. De ahí mi temor a dormitar durante las intervenciones de Juan Jesús Vivas y Juan José Imbroda en el Debate sobre el Estado de las Autonomías. Porque al serme imposible presenciarlas en directo, hube de esperar a que RTCE las diera al filo de la medianoche. Y confieso, justo es decirlo, que fui dueño de mi cabeza de principio a fin. Es decir, desde que abrió la boca Vivas, pasando por Imbroda, y terminando en el preciso momento en que Maragall volvía a la tribuna de oradores. Ahí se me acabó el fuelle y salí corriendo para meterme en la piltra. Por tal motivo, escribo de un asunto que mantuvo en vilo a muchos ciudadanos. Juan Vivas, a medida que se va atiborrando de disciplina de partido, discursea con una dureza a la cual nos tenía desacostumbrados.

Está en ese momento donde alguien podría decir muy bien lo de “Éste no es mi Juan que me lo han cambiado”. Porque Vivas ha sido siempre persona que no ha gustado de combatir con las palabras, y mucho menos en público, sino de maniobrar desde la trastienda. No olvidemos que Vivas, como funcionario que es de gran talla, se ha pasado muchos años ejerciendo un dominio en la sombra sobre los políticos de cada época. Una tarea que, por repetida, se aprendió de memoria y, lógicamente, consiguió dominar a la perfección. De todos modos, los discursos de nuestro presidente están todavía faltos de ese ardor guerrero con que Imbroda revistió el suyo. Un Imbroda a quien nunca se le cayó de la boca el nombre del presidente del Gobierno y que estuvo más en jabalí que en tenor. Lo cual hizo fruncir el ceño, en ocasiones, a ZP. Pero sigamos hablando de nuestro presidente: llegaba éste a la Cámara aleccionado por su partido para que se mostrase beligerante y, cómo no, obligado a defender los intereses de Ceuta. Ni que decir tiene que no tardó en recordar que con Aznar los ceutíes vivían mejor. Y tampoco desaprovechó la ocasión para refregarle por la cara a ZP lo ocurrido en la cumbre de Sevilla. Y entre una cosa y otra, comenzó a pedir sin tomarse el menor respiro. Y tanto pedía que la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, hizo un gesto con las manos para tildarle de pesetero. Pero en momento tan crucial y oportuno, lo conveniente es pedir por exceso y nunca por defecto.

Ahora bien, analizado el discurso del presidente, y por más que uno haya reconocido que ya tiene esa parte de hiel que tanto se le reclamaba, todavía podemos decir que su parlamento fue suave pero digno, austero pero no áspero, cortés y completamente sereno. Que es como aconseja comportarse, en tales ocasiones, un tal Lyn Yutang. Sin embargo, lo mejor de la tarde -noche para mí- lo ofreció el presidente del Gobierno. El cual, y aunque le sigue pesando como una losa el gesto de echarse un trago de agua al coleto y no responder a la pregunta de marras en la cumbre de Sevilla, estuvo breve y contundente en las respuestas; sabiendo que jugaba con el comodín: anunciar la visita a Ceuta y Melilla, acompañado de varios ministros, a primero de año. A partir de ese momento, lo único que pensé es lo comentado entre conocidos en su día: que a veces es bueno que las aguas se salgan de su cauce para que se construyan diques sólidos. ZP lo ha entendido así.
 

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